El pequeño principado

Atrapado entre dos miedos, ser un traidor o acabar en la cárcel, Puigdemont se autoexilió a una realidad paralela

Fotograma de la película de animación "El principito".Foto de Promoción

En sus aventuras, el Principito llega a un planeta diminuto. Tan pequeño que solo cabe un rey sentado en su trono. El Principito le pregunta sobre qué reina. Sobre todo, responde el rey, señalando los planetas y las estrellas. ¿Y las estrellas le obedecen? Por supuesto, afirma el rey, no tolero la indisciplina. Y, a petición del Principito, el rey ordena la puesta del Sol para las 19.40. La hora prevista en el calendario.

El nuevo rey del Principito es el antiguo presidente del Principat, Carles Puigdemont. Sigue pensando que gobierna sobre Cataluña cuando, en realidad, está a años luz...

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En sus aventuras, el Principito llega a un planeta diminuto. Tan pequeño que solo cabe un rey sentado en su trono. El Principito le pregunta sobre qué reina. Sobre todo, responde el rey, señalando los planetas y las estrellas. ¿Y las estrellas le obedecen? Por supuesto, afirma el rey, no tolero la indisciplina. Y, a petición del Principito, el rey ordena la puesta del Sol para las 19.40. La hora prevista en el calendario.

El nuevo rey del Principito es el antiguo presidente del Principat, Carles Puigdemont. Sigue pensando que gobierna sobre Cataluña cuando, en realidad, está a años luz de sus súbditos. Atrapado entre dos miedos, ser un traidor o acabar en la cárcel, Puigdemont se autoexilió a una realidad paralela. Ni declaro ni dejo de declarar la independencia. Ni acato ni desacato el 155.

Puigdemont ha invertido la famosa máxima de los funcionarios coloniales del imperio español cuando recibían reales decretos: “Obedezco, pero no cumplo”. Puigdemont no obedece, pero cumple, facilitando la transmisión del poder autonómico al Gobierno central, y minimizando así sus responsabilidades penales.

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Con toda la legalidad nacional y legitimidad internacional en contra, la ruptura independentista hubiera necesitado un líder con la determinación de Moisés. A quien no le temblara el bastón de mando frente a las amenazas del faraón. Pero el pasado viernes, el día en que los independentistas marcaron de rojo los dinteles de sus casas esperando el fin de la esclavitud en las tierras de Iberia, Puigdemont fue Poncio Pilato y se lavó las manos.

No es extraño. En una sociedad próspera, los dirigentes tienen tanto que perder que evitan los saltos jurídicos al vacío. Es una de las razones por las que las regiones de los países ricos no se independizan. Lo anómalo es que tantos catalanes durante tanto tiempo hayan creído a los profetas independentistas.

En lugar de la tierra prometida, Puigdemont y Junqueras han llevado a sus seguidores —por fortuna, no a toda Cataluña, como pronosticó el exministro José Manuel García-Margallo— a vagar por el espacio sin reconocimiento. Buscando un planeta chiquito para gobernar el universo. @VictorLapuente

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