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Las mujeres de Dema quieren reescribir su historia

Las campesinas de esta localidad de Costa de Marfil decidieron dar un paso adelante, escapar del rol asignado por tradición y aprender a leer y escribir. Os las presentamos en el Día de la Alfabetización

“No sabíamos leer ni escribir porque no somos hombres. De pequeñas, en nuestras casas nos decían que no valía la pena gastarse el dinero en nuestra educación. Si eres mujer, tu destino es casarte, tener hijos y cuidar de la casa. Y para eso, insistían, no hace falta ir a la escuela”. Esa afirmación pueden adjudicársela a cualquiera de las mujeres que van a ver. Son las mujeres de Dema (Costa de Marfil) que un día decidieron unirse para saltar juntas ese cerco construido bajo una concepción retorcida y cruel del rol de la mujer. Se pusieron en contacto con la ONG Global Humanitaria, conocedoras de los cursos de alfabetización para ellas que desarrollamos desde 2008 en este país africano.

Manu Brabo (MeMo para Global Humanitaria)

36 años, seis hijos.

“Toda mi vida ha sido cuidar de mis hijos y trabajar en el campo”, empieza lentamente Anne, para acabar reconociendo que durante todos estos años ni siquiera se atrevía a hablar en público. “No sabía expresarme bien, no conocía las palabras”. Como el resto de sus compañeras de cooperativa, apura el trabajo en el campo dos días a la semana para asistir al curso de alfabetización. Dos horas, con la noche ya encima, en las que su marido, orgulloso de su esfuerzo, se encarga de los niños.

Ya antes de decidir apostar por su educación habían dado un paso previo, crear una cooperativa agrícola y hacerse fuertes en esa unión. Todas trabajan el campo, el que les da de comer y destroza sus cuerpos. Y cuando el cielo no desoye sus plegarias y trae lluvias, la fertilidad de la tierra puede que dé para una cosecha aceptable. Más rezos, cánticos y bailes cuando es así. Música celestial que se apagaba al llegar al mercado para vender al producto.

Manu Brabo (MeMo para Global Humanitaria)

63 años, nueve hijos

Desde que su marido se marchó, Cecille cuida sola de sus 9 hijos. “Estoy mayor, me faltan las fuerzas, el campo es muy duro”, y se frota los ojos con unas manos secas y arrugadas, encorvadas como si aún llevase el machete, una de las pocas herramientas con las que trabaja. “Ya había perdido la esperanza de aprender a leer, a mi edad. Y mira, ahora puedo escribir mi nombre. Me ha devuelto la ilusión. Ojalá pueda dejar el campo y dedicarme al comercio”, sueña en alto mientras se tapa la boca acallando la risa.

Manu Brabo (MeMo para Global Humanitaria)

56 años, cinco hijos.

Odette fue una de las primeras en apuntarse al curso de alfabetización aun sabiendo que a ella le iba a costar mucho más que a otras de sus compañeras. Apenas ve. Le cuesta reconocer las letras en la pizarra y la falta de luz es un enemigo. “Que las clases sean al anochecer es para mí un problema” - guiña los ojos bajo el mismo sol que se los ha quemado- “así que tengo claro lo que haré en cuanto empecemos a ganar más dinero: me compraré unas gafas”. Se gira sonriendo y vuelve a darle al machete como si ya las llevara puestas.

Manu Brabo (MeMo para Global Humanitaria)

32 años. dos hijas y cuatro hijos.

“En mi infancia no pude ir a la escuela y eso me ha causado muchos problemas, de lectura y de cálculo. Sin embargo, a día de hoy el problema está resuelto gracias a Global Humanitaria”. Así empieza una larga carta que Rokia ha escrito después de solo unos meses asistiendo al curso de alfabetización. Es la gerente de una pequeña tienda propiedad de su marido. “Ahora yo puedo leer los mensajes y calcular lo que ganamos en la tienda”, continua remarcando el "yo".

La mejoría no es solo económica. Han salido de la fosa de la incultura donde las enterraron al nacer y han empezado a colocarse donde siempre debieron estar, en el núcleo activo de su aldea. Su nivel de participación en la toma de decisiones de la comunidad ha aumentado notablemente, ahora las tienen en cuenta.

Manu Brabo (MeMo para Global Humanitaria)

34 años. dos hijas y un hijo.

“Mis padres no me dejaron ir a la escuela porque decían que eso no era algo para las mujeres y ahora, fíjate, hay mujeres ministras y presidentas de gobierno. Quizá mis hijas algún día también lo sean. Mis hijos van a la escuela y mi obligación es ayudarles. No podía hacerlo cuando me pedían ayuda con los deberes, ¿cómo iba a hacerlo si ni siquiera conocía las letras?”. Angeline habla serena, segura, enfática.

Ahora que sabe leer y escribir, planea estudiar para acceder a una titulación. Antes de terminar la entrevista pide añadir algo: “no podría ir a clase sin el apoyo de mi marido que se encarga de mi familia cuando no estoy. Es mi compañero, mi amigo, el primero en animarme porque le dolía mi sufrimiento por ser analfabeta. Él quiere para mí el mismo derecho que tuvo él”.

Manu Brabo (MeMo para Global Humanitaria)

55 años. Cinco hijas y cinco hijos.

En la cooperativa se reunieron antes de hablar con sus maridos. Sabían que no todos iban a acoger bien la idea de que se inscribieran en el curso. “El problema principal era que creían que perderíamos mucho tiempo, y después del campo aún tenemos que atender la casa y cocinar”, cuenta Odile. Este es un trabajo de sensibilización que también realiza la ONG Global Humanitaria en las comunidades. Odile, que ya sabe leer y escribir, espera que esta iniciativa llegue a más mujeres y así informa a todas las que puede mientras vende su producto en el mercado Dema.

Manu Brabo (MeMo para Global Humanitaria)

33 años. Un hijo y una hija.

“Ya que he llegado hasta aquí, me gustaría seguir aprendiendo para acceder a estudios superiores”. Micheline, como todas las jóvenes de la cooperativa, ve ahora un camino por delante. En sus corrillos empiezan a circular planes de futuro. Los caminos imaginarios llevan a un negocio propio, a aprender una profesión, obtener un título, y a viajar, porque ahora que pueden leer reconocen que quieren saber cómo es ese mundo que saben que existe más allá de su comarca.

Sin saber leer, ni escribir, ni calcular, las cuentas en las transacciones comerciales nunca salían a su favor. Vivieron demasiadas veces la desventaja ante un mercader que sí fue a la escuela porque nació. Ha pasado un año desde que comenzaron las clases y ya han cambiado muchas cosas. Han abierto una cuenta bancaria donde depositan los ahorros de la cooperativa. Los números en el mercado ahora bailan al ritmo de sus palmas.

Manu Brabo (MeMo para Global Humanitaria)

41 años. cuatro hijos y cuatro hijas.

Cuando murió su marido, en 2010, cuatro de sus hijos estaban en la escuela secundaria y tres en la primaria. Todo el peso cayó sobre ella, con la agricultura como única fuente de recursos. “No sabía ni leer ni escribir y era consciente de que aprender sería una buena manera de que las cosas mejoraran en el mercado. Y así está siendo. Poco a poco. Ahora por lo menos puedo calcular sin problema. Hay muchas cosas nuevas después de pasar por el curso. Aunque pueda parecer una tontería, ahora cuando veo un papel en el suelo lo cojo para saber lo que pone”, cuenta Odette abriendo mucho los ojos.

Manu Brabo (MeMo para Global Humanitaria)

56 años. Dos hijos y tres hijas.

“¿Lo más difícil? ¡Las matemáticas!”, y su risa ronca resuena en toda la plantación. Es Madame Thierry, la presidenta de la cooperativa de mujeres de Dema. Lleva dentro el liderazgo, la fuerza, el valor y la alegría. Es la que tira de carro. Ella fue quien se puso en contacto con Global Humanitaria. “Aunque nos ves aparentemente bien, la mayoría estamos enfermas. Tenemos la espalda partida de tantas horas en el campo con herramientas rudimentarias, pero las mujeres de Dema somos dinámicas y siempre luchamos a pesar el sufrimiento”. Madame Thierry no cierra ninguna de sus largas conversaciones sin dejar huella: “Por cierto, yo tiro del carro pero no nos vendría mal un triciclo con motor para llevar la cosecha al mercado”. Y su risa vuelve despertar a los brotes de la mandioca.

En la lápida de la fosa de la incultura todavía está grabada otra de esas cifras de la vergüenza: el porcentaje de mujeres analfabetas en Costa de Marfil ronda el 60%. Frente a esto, las más de tres mil mujeres del medio rural que han acudido a los cursos de alfabetización que desarrolla Global Humanitaria y que han recuperado un derecho que les robaron por ser niñas. Las últimas, por ahora, ellas: las mujeres de Dema.

Manu Brabo (MeMo para Global Humanitaria)