Columna

El sufrimiento de Celia

SE LLAMA MARÍA LUISA Arroyo y cuando es una niña desea, sobre todas las cosas de este mundo, un traje de marinerito que jamás vestirá.

Así comienza una novela autobiográfica, clandestina y póstuma, que ha llegado de milagro hasta los lectores. Su autora necesitaba contar y contarse, expresar por escrito todo lo que jamás se atrevió a verbalizar, dejar constancia de su verdad, y del tormento en el que esa verdad había convertido su vida. No se atrevió a publicarla, pero, por fortuna, tampoco se decidió a destruirla. La dejó en algún lugar de su cuarto de trabajo, terminada, corregid...

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SE LLAMA MARÍA LUISA Arroyo y cuando es una niña desea, sobre todas las cosas de este mundo, un traje de marinerito que jamás vestirá.

Así comienza una novela autobiográfica, clandestina y póstuma, que ha llegado de milagro hasta los lectores. Su autora necesitaba contar y contarse, expresar por escrito todo lo que jamás se atrevió a verbalizar, dejar constancia de su verdad, y del tormento en el que esa verdad había convertido su vida. No se atrevió a publicarla, pero, por fortuna, tampoco se decidió a destruirla. La dejó en algún lugar de su cuarto de trabajo, terminada, corregida, inédita, y sus herederos la guardaron sin tomarse el trabajo de leerla. Muchos años después, una investigadora les visitó en busca de información y se acordaron de aquella caja arrumbada en un desván. Si quiere usted llevarse esto… Y allí estaba la historia de María Luisa, un título, Oculto sendero, y la firma de su autora, Elena Fortún.

Encarnación Aragoneses adoptó ese nombre como seudónimo al empezar a publicar, cuando ya se había casado con Eusebio Gorbea, militar de profesión y escritor mediocre, autor de una novela titulada Los mil años de Elena Fortún. Ese dato, aparentemente irrelevante, adquiere una brutal, dolorosa relevancia, al conectarse con la historia de María Luisa, una chica rara que, desde pequeña, da muestras de su talento para la pintura y acaba casándose con un pintor, Jorge, que no puede soportar verla con un pincel en las manos. Si tú vas a pintar, dejo de pintar yo, le dice. No puedo trabajar si tú sigues haciendo tonterías, como no quites ese caballete de mi vista, arruinarás mi carrera… Y María Luisa busca un pequeño camino, una vía marginal, humillada, para explotar su talento. Primero pinta abanicos, después… Después se dedica a hacer retratos de niños, un género menor, tolerable en una mujer, que la mantendrá fuera del gran ambiente artístico pese a la calidad de su trabajo. La pintura de niños no sólo actúa aquí como una clave que explica la dedicación de Elena Fortún a la literatura infantil. La renuncia al carril principal del arte es también un recurso para conquistar la paz, una serenidad raquítica que le consienta seguir conviviendo con su gran conflicto, la tragedia que no ha buscado y no sabe gestionar, un impulso que confunde con una deficiencia, una anormalidad de la que sólo ella se siente culpable. Porque María Luisa, no sabe por qué, es una mujer defectuosa. Porque a María Luisa no le gustan los hombres. Porque el sufrimiento al que la abocan primero su deseo, después su matrimonio, es tal que ni siquiera se atreve a aceptar del todo que le gusten las mujeres.

La pintura de niños no sólo actúa aquí como una clave que explica la dedicación de Elena Fortún a la literatura infantil.

Oculto sendero es mucho más que una novela conmovedora. Es un libro esencial no sólo para descubrir a la verdadera Encarnación Aragoneses, sino para indagar en el conflicto que representó la autoría para las escritoras y las artistas de su época, a menudo casadas, como ella misma, con colegas que vivieron la ambición artística de sus esposas como una amenaza para sus carreras. Este es el colofón amargo, verdadero, de la existencia de Celia, de Matonkikí, de Cuchifritín, aquellos deliciosos personajes que encandilaron a los niños y sobre todo a las niñas españolas de varias generaciones sucesivas, el instrumento que convirtió a Fortún en el autor republicano más influyente durante la dictadura franquista. Un relato implacable sobre el laberinto en el que se movían, casi a ciegas, las lesbianas españolas de la generación de la República, y la crónica de un dolor tan largo como la vida de una mujer brillante que intentó por todos los medios no parecerlo. En sus páginas, una María Luisa infantil muy parecida a Celia, divertida, curiosa, llena de gracia en su palabra y en su pensamiento, se transforma en una mujer amargada, seca, que a pesar de su inteligencia, de su inmenso talento, no consiguió nunca vivir con alegría, procurarse a sí misma el placer que derrochó sobre sus lectores.

Esa es la herencia de Celia, el legado de su creadora, un relato intenso y desgarrador, tan admirable desde el punto de vista de su calidad literaria como desde la calidad moral del impulso que alentó su escritura. Un libro de verdad imprescindible.

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