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Las entrañas de la pintura del Museo del Prado

El taller de restauración de la pinacoteca dirigirá la Cátedra de este año. EL PAÍS ha visitado el lugar donde se asegura una larga vida para las obras

El taller de restauración de pintura del Museo del Prado está situado en la planta cuarta del edificio Jerónimos. Con la ampliación de Rafael Moneo, inaugurada en 2007, este departamento se situó en torno al restaurado claustro de los Jerónimos. Este año -cuando cumple 10 años en su “nueva” ubicación, como los trabajadores la siguen llamando- dirigirán la Cátedra del Prado, una de las principales líneas de actuación de su Centro de Estudios. Es la primera vez que la lleva un colectivo que, además, pertenece a la institución. Se difundirá el trabajo de unos profesionales con prestigio internacional, acostumbrados a trabajar a diario con ‘tizianos’, ‘rubens’, ‘goyas’…
El equipo de restauradores trabaja junto con el resto de profesionales del museo: los conservadores deciden qué obras deben pasar por el taller y hacen el seguimiento del proceso; los químicos, biólogos y demás personal de los laboratorios de análisis juegan un papel fundamental: son los primeros que reciben los cuadros, se fotografían, en el búnker de rayos X los radiografían y aplican la reflectografía infrarroja, estudian los materiales. Toda una analítica que da multitud de información y que ayuda al restaurador a actuar sobre la obra. Enrique Quintana, coordinador jefe de Restauración y Documentación Técnica, explica que las obras “hablan” y que su función es que sigan “hablándole” a las generaciones venideras. En la imagen, detalle de la obra de 'Júpiter y Licaón' (1636 - 1638), de Jan Cossiers.
En la imagen se ve a Herlinda Cabrero trabajando sobre ‘El tríptico del maestro de la redención’, una obra de mediados del siglo XV realizada por un discípulo de Van der Weyden. A su espalda, ‘El juicio de Paris’ (1606 – 1608), de Rubens, que también está restaurando. Es habitual que cada restaurador trabaje en dos obras a la vez. “Necesitamos descansar, reflexionar, retirar la mirada y ponerte con otra para luego volver con otros ojos”, explica Cabrero. Una apasionada de su trabajo, que comenta entusiasmada cada detalle. “Tengo que fijar el craquelado”, dice señalando el ‘rubens’. “El craquelado es natural, siempre hay, es como las arrugas de un cuadro, pero si se levanta se puede desprender la pintura".
En este detalle de la obra ‘Predicación del Bautista en el desierto’ (1635), del pintor napolitano Massimo Stazione, se aprecia que está bastante dañado. Aunque las lagunas (faltas de pintura) se deben a que Eva Martínez, que la está restaurando, ha quitado los repintes de una intervención anterior, ya que los retoques cambian de color con el tiempo y se notaba. Los materiales se varían al envejecer, sobre todo los barnices que se oxidan y alteran la visión. Enrique Quintana, coordinador jefe de Restauración y Documentación Técnica, explica la diferencia entre un paisaje oscuro y sucio por el paso del tiempo y otro luminoso y transparente tras una limpieza: “En los cuadros hay que adentrarse, por los paisajes hay que poder pasear, para eso los han pintado sus autores”.
El del Prado es un taller en el que todo va sobre ruedas, literalmente. Caballetes, lámparas, mesas… se mueven. Un espacio flexible porque los formatos de las obras son variados y hay que adecuar los lugares de trabajo a la pieza que se esté restaurando. También es flexible el taller en cuanto a que es un lugar en el que se escuchan todas las opiniones. “Somos un equipo”, dice Enrique Quintana, coordinador jefe de Restauración y Documentación Técnica, “y de ahí, que la Cátedra sea conjunta. Hay profesionales con más de treinta años de experiencia. No se puede desestimar ninguna opinión”. Uno de los momentos que Quintana más disfruta es la reunión de los jueves por la tarde, cuando todos se juntan en torno a una obra y dialogan entre ellos y con la pintura: “La desmenuzamos e intentamos entender cómo funciona”
El prestigio que tiene el equipo de restauración del Prado se debe a que siempre ha estado a la vanguardia de la tecnología y a las reconocidas trayectorias de sus profesionales. Tiene una plantilla muy amplia, solamente superada por el Museo Hermitage de San Petersburgo. Aunque son autónomos gracias a los laboratorios y al búnker de rayos X del museo, si carecen de algo piden colaboración a otras instituciones. Por ejemplo: no tienen especialistas en pintura mural, por tanto, la restauración de la bóveda del Casón del Buen Retiro, de Luca Giordano, como la de las mesas de piedras duras salió a concurso público. Sin embargo, hay magníficos especialistas en obras de Tiziano, como las de la imagen: ‘Ecce Homo’ y ‘La dolorosa con las manos abiertas’.
Enrique Quintana, coordinador jefe de Restauración y Documentación Técnica, se guardó una sorpresa para el final de la visita que un grupo de periodistas hizo el pasado jueves al taller. Cuando estaba a punto de acabar abrió un armario con aspecto de tener algo más de solera que la mayoría de los instrumentos que se utilizan en el departamento. Allí, acumulado había material histórico del departamento: tenazas, pesas, planchas de hierro, botes con pigmentos, clavos de más de 15 centímetros, colgadores de cuadros de hierro oxidado -una barbaridad para la conservación preventiva actual-, hasta una pata de cabra real que se utilizaba para sacar clavos… La historia de un museo que en 2019 cumplirá 200 años.Samuel Sánchez