Perfil

Annika Coll: "¿Puedo ser bombero siendo tía?"

James Rajotte

SU MADRE es sueca, su padre era catalán. Creció en Madrid. Se curtió en la igualdad del colegio escandinavo. Disfrutaba trepando a los árboles. Y con Pippi Långstrump, aquella niña de trenzas pelirrojas para quien no había nada imposible. A Annika Coll, de 47 años, le gustan los retos. En su tiempo libre, compite en carreras de orientación bosque a través. Desde 2015 está al mando de los 1.300 bomberos de la Comunidad de Madrid. “Jefa”, se dirigen a ella cuando cruza las dependencias del parque de Las Rozas (Madrid) y se planta entre los vehículos de emergencia. Habla cinco idiomas. Estudió ar...

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SU MADRE es sueca, su padre era catalán. Creció en Madrid. Se curtió en la igualdad del colegio escandinavo. Disfrutaba trepando a los árboles. Y con Pippi Långstrump, aquella niña de trenzas pelirrojas para quien no había nada imposible. A Annika Coll, de 47 años, le gustan los retos. En su tiempo libre, compite en carreras de orientación bosque a través. Desde 2015 está al mando de los 1.300 bomberos de la Comunidad de Madrid. “Jefa”, se dirigen a ella cuando cruza las dependencias del parque de Las Rozas (Madrid) y se planta entre los vehículos de emergencia. Habla cinco idiomas. Estudió arquitectura. Y tuvo un flechazo el día en que vio intervenir a un equipo de bomberos en un edificio en ruinas. “Fue amor a primera vista. Sobre todo por el oficial. Tomaba decisiones de forma activa, asumiendo la responsabilidad en el momento. Pensé: ‘Me he equivocado. Esto es lo que quiero”. Les preguntó: “¿Puedo ser bombero siendo tía?”.

Superó las pruebas. Llegó a correr los 100 metros en 12,08 (a un segundo del récord de España). Y en la estantería de su despacho hay un muñeco de Playmobil de una bombera. Con el tiempo quizá deje de ser una rareza. Una de las paredes de la habitación está cubierta con la fotografía de un crío rescatado de entre los escombros del terremoto de Haití. En aquella época, además de ser responsable de la zona sur de Madrid, ya lideraba el equipo madrileño de respuesta a catástrofes, el ERICAM. Aterrizaron en Puerto Príncipe poco después del temblor. En su primer paseo de reconocimiento, un padre les pidió ayuda. Se le quiebra la voz: “Habían estado haciendo agujeros con un martillito en una zona donde lo habían oído llorar. Me puse a buscar, a pronunciar su nombre, y dije: ‘Allí podría estar’. Escuché como un maullidito. Me metí entre cascotes y contacté con el niño”. Su equipo tardó tres horas en sacarlo con herramientas improvisadas. “Tuve la sensación de que todo lo que había aprendido en mi vida confluyó para que yo encontrase a ese niño”. Ha colocado la foto presidiendo la sala para no olvidar de qué va su oficio. Se corre ese riesgo cuando uno pasa demasiado tiempo entre reuniones y papeles. “Me gusta la intervención. Esa es mi vocación. Mi puesto me lo tomo como temporal. Aportaré mi granito de arena. Luego tendrá que recoger el testigo otro y yo volveré a lo de antes”.

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