Migrados
Coordinado por Lola Hierro

Mensajes excepcionales para las mujeres yazidíes

Primera entrega del diario de viaje de un periodista de Amnistía Internacional que ha ido a Grecia para entregar en mano siete mil mensajes de apoyo a un grupo de refugiadas

Hzno Salo, refugiada yazidí de 24 años,sostiene a su hija de seis meses Xzidxan en la habitación de hotel donde viven en la localidad de Agios Athanasios, cerca de Tesalonica, en Grecia, el pasado 21 de diciembre de 2016. Giannis Papanikos (AP)
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Mi nombre tiene origen griego y significa mensajero. No es extraño, por tanto, que mi primer viaje a Grecia fuera para traer un mensaje. O, siendo estrictos, para traer siete mil en la maleta. Las receptoras de estos mensajes son cinco mujeres yazidíes que han huido de la violencia del autodenominado Estado Islámico en 2014 y que llegaron en febrero pasado a un campo de refugiados en el norte de Grecia, Nea Kavala. Ahora, por suerte, se encuentran a una hora de Tesalónica (la segunda ciudad de Grecia), alojadas en un hotel del pueblo costero de Vrasna, y su reubicación en un país de la Unión Europea parece que ha dejado de ser una quimera. Podría ser una realidad. El desesperado mensaje que en julio pasado compartieron con un equipo de Amnistía Internacional: “Necesitamos que nos escuchen. Sáquennos de Grecia”, podría no haber caído en saco roto.

En su momento, estas cinco mujeres no tuvieron opción. Sabían que otras mujeres yazidíes habían sido torturadas, violadas, obligadas a casarse, vendidas o entregadas como regalo a los combatientes. Pertenecen a una minoría perseguida especialmente por el Estado Islámico. Algunos de sus rasgos físicos, rubias y ojos azules, las convierten en objetivo prioritario. Cuando arrasaron la zona de Irak en la que vivían, secuestraron a cientos de hombres, mujeres, niños y niñas. Les obligaron a convertirse al Islam, despreciando su tradición milenaria. Los últimos datos dicen que 3.800 mujeres, niños y niñas yazidíes permanecen en cautiverio. Muchas de estas personas han abandonado sus hogares y buscan refugio en otras poblaciones de Irak. Otras, como estas cinco mujeres, emprendieron largos viajes en busca de protección internacional.

Al llegar al campo de refugiados tuvieron miedo. Las cinco formaron un círculo de protección para darse apoyo y para acompañarse en asuntos tan cotidianos y humanos como ir al baño. Sí, tenían miedo de cruzarse con hombres en el camino. El alumbrado es escaso en los campos. Los servicios básicos, también. Hay mucho barro, mucha tienda de campaña, muy poca intimidad y muchas tensiones. Viven personas desesperadas, con pocos recursos, procedentes de culturas y etnias muy distintas. Los conflictos son tan humanos como la vida misma. Ellas decidieron construir una especie de hamman (baño turco) junto a sus tiendas. Se sentían mejor. Más seguras.

Los últimos datos dicen que 3.800 mujeres, niños y niñas yazidíes permanecen en cautiverio

Amnistía Internacional conoció su caso e hizo campaña por ellas desde otoño pasado. Desde entonces, se han recogido más de siet mil mensajes para hacerles ver que su círculo es mucho más amplio. Que su historia interesa al mundo. Que no están solas. Les llevé los mensajes en mano, impresos en cinco cuadernos, después de discutir a brazo partido con el tipo de la aerolínea griega que no me dejaba embarcar con los mensajes. Allí, en el mostrador del aeropuerto de Madrid, con una larga cola de pasajeros detrás y el tiempo apremiando, estábamos discutiendo sobre el exceso de equipaje. ¿Cuánto pesan siete mil mensajes de solidaridad? Por supuesto que mucho. ¿Es usted capaz de dejar en tierra los mensajes de miles de personas anónimas por dos kilogramos de más? Al final, se impuso la cordura, claro, y los cuadernos vencieron los trámites de la burocracia.

Encontré a Kurtey, Karmey, Beshey y Noorey agotadas, pero esperanzadas, con el sueño de llegar a Alemania, quizás espoleadas por la noticia de que una de ellas, Ghazal, se encuentra ya en Atenas, en el último paso para conseguir llegar a Alemania. Aún así su sufrimiento es visible en su tono de voz y en sus rostros. Cuando recibieron los dibujos y mensajes de Amnistía Internacional, se deshacieron en elogios. “Gracias. Gracias. Es importante saber que no estamos solas. Aquí a veces nos sentimos como en una prisión. Queremos ir a Alemania, queremos que nuestros hijos tengan educación, queremos salir de aquí”, dijo Kurtey en representación de todas.

Estas mujeres como muchas otras personas llevan meses varadas en Grecia. Con las fronteras cerradas y olvidadas del mundo. En marzo de 2016, al cerrarse la frontera griega con Macedonia, se bloqueó de hecho la ruta a otros países europeos. Incapaces de proseguir sus viajes para reunirse con sus familias y perseguir sus sueños, las personas refugiadas y solicitantes de asilo están obligadas a quedarse en Grecia —que nadie lo olvide, hablamos de un país sumido en una devastadora crisis económica— lo que ha provocado una crisis humanitaria que no se ha resuelto, aunque nos hayamos acostumbrado a ella.

Europa se ha convertido en una fortaleza y las leyes que garantizan la protección internacional son papel mojado para las más de 60.000 almas que aún esperan solidaridad en Grecia (47.000 en el territorio continental). Muchas están asqueadas, cansadas, agotadas, derrotadas, traicionadas. Hay que ponerse en su piel. Huyen de conflictos, han sufrido persecución, han dejado atrás sus vidas, sus familias están separadas en otro país: Suecia, España, Alemania, Francia… La geografía cambia, las historias se parecen. Hace frío en esta época del año, sobre los cero grados y llueve de forma intermitente. No es agradable estar aquí. Fuera de casa, sin un futuro claro, con la nostalgia de todo lo que se quedó atrás. Cada entrevista acaba en lágrimas.

Europa, el bloque político más rico del mundo, tiene los medios y la capacidad necesarios para ofrecer esperanza a las personas refugiadas que se encuentran atrapadas en Grecia, y para cumplir sus compromisos jurídicos y morales. No se olviden. Hablamos de justicia, no de caridad. Ya existen mecanismos para distribuir a los y las solicitantes de asilo por la UE, como el programa interno de reubicación de la UE o sus normas de reagrupación familiar. Pero la mayoría de los Estados miembros de la UE se están dedicando a postergar, cuando no a combatir activamente, cualquier iniciativa para acelerar los trámites. La consecuencia de tanta dilación es el sufrimiento inmenso y evitable de personas como las cinco mujeres yazidíes que dan sentido a esta historia.

El Gobierno español, por su parte, tampoco está a la altura. Hasta el momento han llegado poco más de 1.000 personas refugiadas a nuestro país —algo más de 600 desde Grecia— cuando el compromiso es de acoger a más de 17.000 antes de septiembre de 2017 (más de 6.000 desde Grecia). A este ritmo, se tardarán dos décadas en cumplir lo prometido. En una de sus primeras comparecencias públicas, el nuevo ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, confirmó el compromiso, pero hace falta más velocidad, hace falta no fallar a las personas, hace falta más voluntad política y menos discursos que caen en saco roto. Algunas de las cinco mujeres yazidíes de esta historia están más cerca de su objetivo. No deberían ser una excepción.

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