El renacimiento de Gucci

Una imagen del desfile primavera-verano 2017.Gucci

ALESSANDRO Michele, el hombre que desde 2015 reescribe la historia de Gucci y que en apenas dos años ha logrado darle la vuelta a uno de los emblemas más legendarios del sector del lujo, asegura que solo se trataba de dar con el cable de tensión adecuado. “He querido provocar un cortocircuito entre el pasado y lo contemporáneo, porque los símbolos de una firma siempre pertenecen al pasado, pero a la vez siempre tienen algo que contar de nuestra contemporaneidad”, dice Michele (Roma, 1972) antes de desgranar las claves de lo que él considera un mero “capítulo” en la historia de esta mítica...

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ALESSANDRO Michele, el hombre que desde 2015 reescribe la historia de Gucci y que en apenas dos años ha logrado darle la vuelta a uno de los emblemas más legendarios del sector del lujo, asegura que solo se trataba de dar con el cable de tensión adecuado. “He querido provocar un cortocircuito entre el pasado y lo contemporáneo, porque los símbolos de una firma siempre pertenecen al pasado, pero a la vez siempre tienen algo que contar de nuestra contemporaneidad”, dice Michele (Roma, 1972) antes de desgranar las claves de lo que él considera un mero “capítulo” en la historia de esta mítica casa florentina.

La tienda multimarca Dover Street Market Ginza, Tokio, con prendas de Gucci. En la segunda foto, El Dionysus DIY Corner de Vía Montenapoleone, en Milán, donde se personalizan los bolsos de la firma italiana.

Sin embargo, el sorprendente renacimiento que ha vivido Gucci en los últimos tiempos pasará a los manuales de la historia de la moda reciente. También a los de la gestión empresarial. Un golpe de timón, propiciado desde el centro de operaciones administrativas en Milán por el director ejecutivo Marco Bizzarri y el propio Michele desde el cuartel general creativo en Roma, que no se ha limitado a la pasarela ni a los escaparates, sino que aspira al replanteamiento global de uno de los buques insignia de la moda italiana, nacido en 1921 y vincu­lado exclusivamente a los artículos de piel en sus inicios. La transformación arrancó en enero de 2015 y ocurrió a una velocidad de vértigo, la misma que rige los grandes emporios de la moda y que de forma voraz consume nuestro sentido de la realidad y el tiempo. Marco Bizzarri, entonces recién elegido director ejecutivo, decidió cambiar las reglas del juego al darle la batuta creativa a un diseñador hasta entonces desconocido pero curtido en los talleres de marroquinería de la empresa. Alessandro Michele, un romano de pelo largo, barba, con las manos cargadas de anillos y un aura hippy de tintes mesiánicos, había llegado a la casa en 2002 de la mano de Tom Ford. Doce años después, era uno de los miembros destacados del equipo de la entonces directora creativa saliente, Frida Giannini.

De la noche a la mañana, michele se vio con todo el poder. Y con un reto: realizar su primer desfile en nueve días.

De la noche a la mañana, Michele se vio con todo el poder a sus espaldas y un reto: realizar su primer desfile contrarreloj, en nueve días. Sin apenas dormir, y como recuerdan testigos directos de aquel bautismo, con muchas de las prendas sin rematar, su primera propuesta (la colección masculina de otoño-invierno) logró despertar una ilusión que hasta entonces parecía aletargada. Su cambio radical de color, energía y referencias no dejó indiferente a nadie. De un solo golpe, entraba por la puerta un nuevo universo cuyo efecto dominó favoreció a la marca al completo. En un tiempo récord, todo empezó a cambiar: desde el despacho del director creativo, redecorado por Michele con objetos antiguos traídos de su casa, a los míticos bolsos emblema de la firma, a los que les empezaron a crecer preciosos cierres en forma de serpiente o bordados de inspiración bucólica.

La de Tom Ford fue una de las primeras voces en declarar que Michele era el hombre adecuado para el puesto. Su etapa en Gucci, pese a ser una de las páginas más brillantes en la historia de la compañía, parecía haber caído en el olvido hasta que Michele –con guiños explícitos al archivo del diseñador tejano– le ha devuelto al lugar que merece. “Tom fue una figura clave para mí y para Gucci”, afirma Michele. “Él inventó la idea de que esta empresa de bolsos se podía transformar en una firma de moda”.

pulsa en la fotoModelos en el backstage del desfile de la colección crucero 2017.

Como se ha comprobado después, para Marco Bizzarri, nombrar a un diseñador de la casa no era una huida hacia delante, sino que formaba parte de un plan calculado. “Nos permitía una transformación rápida y radical en poco tiempo”, explica el ejecutivo. “Además, con su nueva visión podíamos reinventar la marca, desde las colecciones a la web, los envases y las campañas publicitarias”. Sin embargo, la metamorfosis no ha sido meramente estética, sino que también ha supuesto lo que el propio Bizzarri califica de “transformación cultural”. “Quería establecer una cultura dentro de la empresa que sacara el máximo provecho de nuestra gente. Los principales cambios se centraron en adoptar un proceso de toma de decisiones más rápido y racional que pudiese garantizar el éxito de la nueva estrategia. Solo en los primeros cuatro meses de mi mandato me reuní con más de 3.000 personas, estrechando la mano a cada una de ellas”.

Para el director ejecutivo, marco bizzarri, michele ha propiciado una “transformación cultural” en la casa.

En dos años, el engranaje ya está engrasado y la nueva filosofía se respira en todo lo que rodea a Gucci. Las cifras se han disparado y la firma (parte del grupo Kering) ha multiplicado su valor de mercado hasta colocarse a la cabeza de las marcas de lujo italianas, con un valor de 11.200 millones de euros y ventas que crecieron un 11% en 2015, según Forbes. A partir de febrero unificará las presentaciones de sus líneas de hombre y mujer en un solo desfile. La reinvención incluye sus 525 tiendas y la estrategia online, cuyas ventas se han duplicado gracias a iniciativas que incluyen colecciones cápsula exclusivas para la Red. En junio se abrió la tienda remodelada de Madrid, y una fiesta en la Fundación Fernando de Castro selló en España el espíritu de la nueva era. Gucci dejaba de ser un logo asociado en exceso a algunos futbolistas para convertirse en referente de una modernidad de aire nostálgico, capaz de convivir sin miedo con una extravagancia deudora de los mercadillos vintage, donde los brocados, terciopelos y bordados abrazan al siglo XXI. Una superposición de épocas, estilos, tejidos y estados de ánimo que, en gran medida, Michele heredó de su madre, empleada durante años en el departamento de vestuario de los míticos estudios de cine Cinecittà.

Alessandro Michele, el director creativo de Gucci. En la segunda foto, el ejecutivo Marco Bizzarri, escoltado por las actrices Dakota Johnson, a la izquierda, y Gia Coppola.

El gusto por el vestuario escénico es patente en este diseñador capaz de dotar de coherencia a su gusto por el caos, hasta convertirse en impulsor de un estilo perfectamente reconocible en la calle: cuadros mezclados con estampados de flores, tweeds o bombers bordados con flores y animales, encajes, pieles y lazos… Hace un año, en la presentación de la colección femenina otoño-invierno 2016/2017, la que ahora está en los escaparates, el diseñador difundía su filosofía en un texto que, bajo el título de Partituras rizomáticas, aportaba algunas pistas. “Para impulsar un cambio, el pensamiento tiene que ser rizomático”, afirmaba en referencia al concepto filosófico desarrollado entre los años setenta y ochenta por Gilles Deleuze y Félix Guattari y que, basado en la botánica, fue abordado en la obra Capitalismo y esquizofrenia. Para Michele (que para la colección mascu­lina echó mano ni más ni menos que del situacionismo de Guy Debord y la idea de deriva), el movimiento rizomático podría ser como una cosmología aplicada al fondo de armario: “Es un pensamiento que carece de centro ni orientación. Se desarrolla de forma caótica. Se alimenta de las conexiones y crea multiplicidad a través de un cambio constante de sus zonas de expansión”.  Y añade, aplicándolo a la moda: “Cada vestido refleja sistemas de signos y nudos muy diferentes que siguen direcciones multiformes y no jerárquicas. La colección se basa en un principio de conexión y heterogeneidad. Una partitura de sugerencias que se entremezclan, se modifican y hacen referencia unas a otras, fluyendo a través de correlaciones impredecibles”.

Preguntado por el asunto, Michele responde que sencillamente le atrae el desorden y el desconcierto: “Amo el caos de verdad, el que vea mi escritorio lo entenderá perfectamente. Mi mesa y mi oficina están llenas de libros, bocetos, proyectos y mil cosas diferentes. Me siento cómodo en ese lío. Realmente no tengo una estrategia, me guío por mis instintos y por lo que me gusta. Y eso incluye dar voz a mi creatividad y conectar diferentes elementos, lenguajes, signos y mundos. Me gusta yuxtaponer referencias diferentes y hacerlas explotar después con nuevos significados”.  Estas capas infinitas brotan de un magma creativo carente de barreras, que se alimenta por igual de lo popular y lo erudito.

Detalle de la serpiente que decoraba la pasarela del desfile masculino de la temporada primavera-verano 2017.

“Trabajo con mis pasiones, y una de ellas es la calle”, asegura. “Otra es el Renacimiento. También me gustan mucho los años setenta y algunos detalles chics de los ochenta. Me atrae mezclar y hacer coincidir las referencias en un idioma nuevo. Creo que el lenguaje más rico es el más contradictorio, el más variado. Me gusta combinar diferentes expresiones, porque esta es mi manera de describir la belleza, y porque esta es también la forma en que el mundo actual describe la belleza. El mundo ya no habla una sola lengua. Es como con los perfumes. La moda está hecha de diferentes ingredientes, es una fórmula química aplicada a la estética. Y esta es la mía”.

Un aroma visual con vocación transgresora, donde lo antiguo nos hace contemporáneos y donde no existen sexos ni temporadas. “Soy un anarquista”, afirma el diseñador. “La libertad es mi principio fundador y eso incluye vestirse sin seguir el dictado del género. La verdadera belleza es tratar de parecerse lo más posible a uno mismo, independientemente de las etiquetas y clasificaciones. Solo con libertad absoluta la moda puede crecer y evolucionar plenamente”.

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