La cumbre del clima limpia Marrakech

La ciudad marroquí, sede de la COP 22, ha prohibido las bolsas de plástico para ser ejemplar

Turistas visitan el Jardín Secreto de Marrakech en los días previos a la COP22.Mosa'ab Elshamy (AP)
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La historia de la basura es la historia de un fracaso. Es una frase hecha que ilustra muy bien la devastación que dejamos a nuestro paso si no reducimos, reutilizamos o reciclamos. Porque lo que no se transforma degrada el medio ambiente, y nuestra calidad de vida, y la atmósfera, y el agua, y la tierra, y merman los alimentos y el aire que respirar.

La basura tiene todo que ver con el calentamiento global y, mucho más puntualmente, con la 22ª Conferencia de las Partes de la Convención de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 22), que está arrancando en estos días, en Marrakech.

Transformación es la palabra clave que sirve a la vida y a la basura. Calza tan bien a la basura porque un residuo puede transformarse en un objeto con valor de mercado, al tiempo que aporta valor al trabajador que lo hace posible.

Transformaciones también dejan a su paso las cumbres político-sociales, los juegos olímpicos y los mundiales de fútbol en las ciudades en las que transcurren. La COP 22 ya viene transfomando esta ciudad toda ocre, al pie del macizo del Atlas (en el sur de Marruecos). Y van cambiando algunas costumbres del propio país, en el que ya no hay un solo habitante que no haya oído el acrónimo COP. Hoteles repletos, los bares nocturnos prestos y las gentes que hacen la noche frotándose las manos, ante la inminente llegada de 15.000 o 20.000 personas de todos los continentes, con billetes de dirhams bien planchados.

Las COP traen cosas admirables a los países que las organizan, como que los Gobiernos –para dar una imagen amigable con el entorno natural– prohíban las bolsas de plástico, que es lo que ha sucedido en un país como Marruecos, que adora cómo lucen las cosas con packaging brillante. Adoraba, sería mejor decir, porque desde el 1 de julio, y de un día para el otro, desaparecieron las bolsas en todos los supermercados y en cada puesto del zoco de todas las medinas marroquíes, por imperativo de ley.

Entonces, la norma que prohibía la producción, importación, exportación y comercialización de todo tipo de bolsas plásticas se cumplió a rajatabla. Acatamiento repentino y sostenido que no deja de sorprender en un lugar cuyo paisaje florecido de bolsas y bolsitas era tan frecuente: Marruecos era el segundo consumidor mundial de bolsas de plástico, después de Estados Unidos (con unas 900 unidades por año y por habitante). Ahora, de tanto en tanto, apenas se oye en las noticias que la policía ha dado con una banda de contrabando de tan preciado bien.

El mundo produce en torno a los cuatro o cinco millones de toneladas por día de desechos. Entre el 15% y el 20% se recicla.

“Desgraciadamente, en Marruecos está bien desarrollada la problemática del agua (es un país agrícola y esto se tiene muy en cuenta), y desde 2003 hay legislación sobre tratamiento de residuos, pero no sobre gases: la contaminación del aire es una asignatura pendiente”, informa el experto Rachid Hakkou, en un debate organizado unos días antes del comienzo de la COP, en Marrakech, por la Oficina del Mediterráneo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la Universidad Cadi Ayyad y la Escuela de Cine ESAV de Marrakech.

Un lugar en el mundo, como tantos otros, donde la contaminación del aire y el volumen de residuos, además de su escaso tratamiento, siguen siendo materia de preocupación. En el continente africano, el volumen de basura está en aumento, conforme mejoran las condiciones de vida y el poder adquisitivo. El consumo trae basura, desgasta tierras y desperdicia agua ; los coches, se sabe, emiten gases de efecto invernadero, pero comer más y más carne también trae aparejada deforestación y despilfarro de agua, al margen del metano y los desechos que genera el ganado.

En Marruecos, en particular, el volumen de residuos podría llegar a los 12 millones de toneladas anuales en 2020 (actualmente, la cifra habría superado los siete millones), según un informe de 2014 de la Cámara Francesa de Comercio.

“El mundo produce en torno a los cuatro o cinco millones de toneladas por día de desechos. Entre el 15% y el 20% se recicla. El 50% de esos desechos no son siquiera recogidos, y se descargan salvajemente en descampados sin control . La gestión de residuos es un desafío mundial”, apunta el agrónomo Abdelhadi Bennis, presidente de la asociación conservacionista Ribat Al Fath.

Sobre la mesa, el espinoso asunto de cómo tratar correctamente los desechos urbanos, que a veces rodean de montañas improvisadas las grandes ciudades.

“Desde 2003, hay una ley de gestión integral de residuos en Marruecos , pero hasta 2011 la aplicación fue débil. La llegada de un plantel ministerial joven, con experiencia en el sector privado, ha cambiado un poco la situación. Hay ahora unos cien vertederos legales, ya constuidos o en curso de construcción. Lo importante son las colectividades locales: a partir del desarrollo regional podemos ir más lejos en materia de gestión”, sostiene Bennis.

El otro tema ligado a las COP es el lado B de estos grandes eventos internacionales a su paso por las ciudades que los albergan; por caso, Marrakech, que, en los últimos dos meses, ha visto relocalizar varios vertederos sin demasiado control a varias decenas de kilómetros de su emplazamiento original. Con las mudanzas ha llegado también la prohibición de acceso y el cierre a cal y canto de sus instalaciones, lo que ha dejado a más de mil recolectores independientes y clasificadores espontáneos sin trabajo.

Del lado B, o el impacto sobre la población de las medidas ambientales y sus fastos asociados, habla justamente este cortometraje de fin de carrera de un estudiante de la Escuela de Cine de Marrakech. Esta es la otra postal de Marrakech, la de los trabajadores independientes de un vertedero de la ciudad, que oyen rumores de deslocalización de la basura. Z’bala quiere decir vertedero, en árabe. El filme se inscribe en la estela de la magnífica Waste Land, impulsada por el artista brasileño Vic Muniz.

¿Cómo equilibrar los beneficios y los impactos?, es la pregunta de rabiosa actualidad, cuando han pasado apenas un par de semanas desde la muerte por aplastamiento de un pescador de Alhucemas que se metió en el camión de la basura para intentar recuperar el cargamento de pez espada que acababan de decomisarle por estar prohibida su pesca en esta temporada.

El Magreb está a caballo entre un clima templado y el desierto. Esto afecta el agua, la agricultura, los bosques, el mar. Es una región relativamente pobre y los impactos serán, por tanto, y principalmente, a nivel de desarrollo humano. En esto coinciden los expertos.

“En Marruecos hay recuperadores independientes, que vemos en las calle y que buscan de comer en los contenedores. ¿Cómo conseguir que esta clasificación se haga de manera sana y segura? La solución es la formación”, responde Rachid Hakkou, un profesor de la Universidad Cadi Ayyad de Marrakech, experto en residuos urbanos. Y continúa : “Nadie quiere la basura cerca, pero la basura se mueve. Cada mañana está en algún otro sitio. Los municipios, por su parte, no quieren albergar vertederos porque eso hace disminuir el precio de los terrenos. Entonces, hacen falta también grandes políticas para contrarrestar estas presiones”.

Buenas prácticas ya existen en este país y buena parte de ellas parten de la voluntad y la organización de la gente: “En Rabat constituimos una cooperativa de clasificadores antes autónomos. Se han formado, tienen un contrato con los responsables del vertedero y son ellos los que comercializan sus productos con la industria del reciclaje. Esa cooperativa ahora está avanzando en los objetivos para llegar a fabricar por sí mismos el compost y transformar el resto de los desechos. Hace falta tratar la materia orgánica para enriquecer los suelos. El compost podría ayudar a frenar la pérdida de fertilidad. La sociedad civil tiene una labor a hacer, porque los servicios centrales del Estado han llegado al límite. Es importante descentralizar”, sostiene Bennis.

Las COP traen cosas admirables a los países que las organizan, como que los Gobiernos prohíban las bolsas de plástico

“En otros países, nada que sea reciclable debe ir al vertedero. El vertedero es la última solución. Además, porque es muy caro tener un vertedero controlado: cuesta aproximadamente tres mil dirhams por hectárea de inversión. Ojalá podamos llegar a ese estadio en que los ciudadanos saben qué es y qué no es reciclable. La idea de la cooperativa es una buena salida. En Marrakech hay un proyecto para la conversión de los residuos domésticos en biometano, para producir electricidad a partir del biogás. Pero, para ello, la materia orgánica debería estar bien separada del resto ”, explica Hakkou.

Y así como el consumo hace basura, la composición de la basura es diferente por países, de acuerdo con las pautas de compra de las poblaciones.

“Hay que adaptar las soluciones a nuestro contexto, porque, contrariamente a Europa, tenemos una basura llena de líquido. Por lo tanto, hay que drenar los residuos en cuencas que luego se evaporan, y siempre están saturadas… La materia orgánica es demasiado jugosa, aquí. De nuevo, los vertederos son siempre lo fácil y barato”, amplía el experto.

En Marrakech, este año, el Gobierno se ha decidido a financiar ocho proyectos de plataformas de clasificación de residuos en el vertedero, comentan los expertos de la mesa de debate, que aseguran que todavía no se ha actuado a nivel doméstico. Sin embargo, los contenedores amarillos para los envases ya pueblan el paisaje urbano, algo que hace frotarse los ojos a quien conozca un poco este país. En el nuevo decorado ambientalista, también están circulando por los alrededores de la mítica Djema El Fna los mismos viejos taxis Mercedes, derrochones como pocos, pero ahora luciendo todos el logo de la COP en el capó.

Quedaría hablar de todo lo que es hilar más fino, como los residuos hospitalarios (en algunos casos, ya son objetos de un tratamiento correcto, como dicen los especialistas) o la polémica mediática por la importación de basuras para compresión y biocombustible. Como contrapartida, están los que hacen.

Fatima-Azzara, una doctoranda en cambio climático de la Universidad Cadi Ayyad, pregona que la legislación debe acompañar la buena voluntad de los ciudadanos. “Entre los científicos, docentes y ONG hay tantas buenas ideas y hace falta que los cargos políticos escuchen y actúen en consecuencia”, asegura y, para ello, propone la figura de un mediador ambiental.

Y todavía quedan los otros intermediarios (también llamados mafias por los activistas y voluntarios ambientales). De eso saben bien los integrantes de la Asociación Mawarid, que fue creada en 2009 por un grupo de jóvenes de Marrakech y cuyo exitoso primer proyecto fue Marrakech sin bolsas. Siete años después de su campaña contra el plástico, el Gobierno les ha dado la razón.

El valor de lo asociativo hará que el fracaso de la basura sea, al menos, la historia del caos organizado, en Marrakech y en Oslo, donde el valor calorífico de los residuos hace funcionar el transporte urbano.

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