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La desesperanza de un lago seco

El Poopó servía de sustento a 300 familias bolivianas. Hoy no queda ni una gota de agua

De vez en cuando Braulio visita su barca estancada en la tierra salada y rememora esa vida de pescador, como lo fue también la de su padre y su abuelo.
En esta montaña de redes, Braulio las toca, las levanta y las estira mostrando cómo se rompen por el efecto del sol y el abandono.
Los que dejaron sus barcas fue también con la esperanza de que algún día, como sucediera en los noventa, cuando el lago se redujo a una pequeñas pozas y años después volviera a llenarse, podrán recuperar su vida de pescador.
Sobre este coche ya en desuso, un manojo de paja con la que realizan artesanías las mujeres para traer algo de dinero al hogar.
En esta casas de Llapallapani la familia decidió reutilizar las redes para proteger su corral de los insectos y demás animales salvajes.
Muchos de los uru-muratos que vivían desde hace generaciones en Llapallapani, tuvieron que dejar sus hogares y a sus familiares allí enterrados, en busca de un medio de vida.
Las redes recuerdan el pasado pescador del lago.
Ya no quedan peces en el lago Poopó, si acaso algunos insectos.
Son tan pocos los vecinos tras esta tragedia medioambiental, que uno puede dejar olvidada a su triste sirena del lago y recogerla al rato.
Algunos de los vecinos que decidieron permanecer en Llapallapani conservan la esperanza de que un día el lago vuelva a llenarse.
El agua que queda todavía bajo la superficie convierte a gran parte del lago en una extensión de fango. Enseguida se cristaliza la sal sobre las huellas, los utensilios o los cadáveres recientes de aves.
Natividad y su nieto recogen los restos de su casa derrumbada por falta de mantenimiento. En Llapallapani todavía usan el método tradicional para hacer sus casas de adobe.
Además del cultivo de quinua, la ganadería a pequeña escala es otra de las salidas para estos últimos pobladores.
Braulio, con su vieja barca en el lecho seco del lago.