El novio de la muerte

Francisco Camps da palmas, Rita Barberá no cabe en sí de gozo

Carles Francesc

¿De dónde sale esta pareja en la que ella parece cantar y bailar al son de las palmas de él? ¿De una juerga flamenca, de una boda, de una cena de amigos? ¿Sale quizá de una administración de lotería en la que adquirieron un billete premiado con el Gordo? Todas las posibilidades anteriores serían verosímiles si en la alegría de la mujer no se advirtiera también un componente agresivo, si en su bocaza no se adivinara un insulto, tal vez una amenaza. En ese sentido, esta imagen nos trae a la memoria aquel icono de la dictadura en el que Franco y Millán Astray, en estado de embriaguez aparente, mu...

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¿De dónde sale esta pareja en la que ella parece cantar y bailar al son de las palmas de él? ¿De una juerga flamenca, de una boda, de una cena de amigos? ¿Sale quizá de una administración de lotería en la que adquirieron un billete premiado con el Gordo? Todas las posibilidades anteriores serían verosímiles si en la alegría de la mujer no se advirtiera también un componente agresivo, si en su bocaza no se adivinara un insulto, tal vez una amenaza. En ese sentido, esta imagen nos trae a la memoria aquel icono de la dictadura en el que Franco y Millán Astray, en estado de embriaguez aparente, muestran su dentadura podrida al público mientras acometen los primeros compases de El novio de la muerte. Quizá la pareja de la foto entona ese curioso himno a ritmo de bulerías. Da tanto miedo imaginar que la señora pueda estar cantando esa canción que hasta a su compañero de juerga se le ha congelado un poco la sonrisa, como si comprendiera oscuramente que algo se les está escapando de las manos. Pues bien, no salen de una boda, ni de una administración de lotería,ni de una juerga flamenca, ni de una cena en la que el vino haya corrido como el agua. Vienen de averiguar los resultados de unas elecciones (las europeas) que su partido acabade ganar. Es lógico que estén contentos, desde luego, pero piensa uno que las manifestaciones de alegría que provocan los votos deberían ser distintas de las que provocan los millones de la lotería. A menos, claro, que los beneficios de ganar unas elecciones sean parecidos a los de ganar el bote de la Primitiva.

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