Columna

O no

Personalmente me defiendo de la realidad como Rajoy, fantaseando

A los sociólogos que todavía se preguntan si es real la realidad, les anuncio que sí, al menos una parte de ella. Y no deja de incordiar desde que te levantas hasta que te acuestas, a veces incluso cuando estás acostado. El ruido del motor de la nevera, por ejemplo, es real, y llega hasta el dormitorio aunque cierres las puertas y te tapes la cabeza con la almohada. Es real esa humedad del techo de la cocina, que no tenemos ni idea de dónde viene y que nos amarga el desayuno porque va camino de hacerse mayor y convertirse en gotera. Es real que tengo que llevar el coche a la ITV y que no encue...

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A los sociólogos que todavía se preguntan si es real la realidad, les anuncio que sí, al menos una parte de ella. Y no deja de incordiar desde que te levantas hasta que te acuestas, a veces incluso cuando estás acostado. El ruido del motor de la nevera, por ejemplo, es real, y llega hasta el dormitorio aunque cierres las puertas y te tapes la cabeza con la almohada. Es real esa humedad del techo de la cocina, que no tenemos ni idea de dónde viene y que nos amarga el desayuno porque va camino de hacerse mayor y convertirse en gotera. Es real que tengo que llevar el coche a la ITV y que no encuentro el momento. Real que aún no me he puesto la vacuna de la gripe, pese a pertenecer a la población de riesgo. Y no hablamos por pudor de realidades más íntimas, con las que tropiezas cada poco como con la esquina de ese mueble más grande que el salón que trajiste de la casa de tus padres.

Personalmente me defiendo de la realidad como Rajoy, fantaseando. Pero la fantasía dura lo que tarda el llamarte el vecino para informarte de que la humedad de tu cocina se ha transmitido a la suya. A Rajoy le dura lo que tarda en ponerse ante un micrófono y le preguntan por la pobreza galopante, por las desigualdades crecientes, por el trabajo precario, por los parados de larga duración, por los salarios de miseria, le dura lo que tardan en desmentirle la interpretación fantástica de los datos de la EPA o en recordarle su decisiva participación en el problema catalán. Va el hombre hundido en el asiento del coche oficial, solazándose en sus delirios de estadista de primera, cuando suena el teléfono y es la realidad, que le persigue como un fantasma a un neurótico. Parece un caso de neurosis al revés. Un reto para la ciencia. O no.

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