El futuro según los Dead Kennedys

Aquel sonido feroz y satírico era la banda sonora perfecta para la nueva percepción que comenzaba a fraguarme

Primero fueron los pasos de breakdance y el reloj de Transformers. Luego los trucos de skateboard y la bandana en la cabeza. Mi primo Alejandro llegaba cada verano de Estados Unidos con sus últimos descubrimientos. En 1990, cuando lo recogimos en el aeropuerto, además del skateboard traía unas botas Doctor Martens hasta las rodillas, la cabeza rapada y una mochila con todos los casetes de los Dead Kennedys. En aquellos tiempos, en muchas ca...

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Primero fueron los pasos de breakdance y el reloj de Transformers. Luego los trucos de skateboard y la bandana en la cabeza. Mi primo Alejandro llegaba cada verano de Estados Unidos con sus últimos descubrimientos. En 1990, cuando lo recogimos en el aeropuerto, además del skateboard traía unas botas Doctor Martens hasta las rodillas, la cabeza rapada y una mochila con todos los casetes de los Dead Kennedys. En aquellos tiempos, en muchas casas solo había un equipo de música, y en casa de mi tío hubiese sido un sacrilegio quitar los merengues de los Hermanos Rosario o los boleros de Blanca Rosa Gil para poner a un tipo gritando con voz de científico loco. Por esto, la primera vez que escuché Fresh Fruit for Rotting Vegetables, el primer disco de los DK, que ahora cumple 35 años, fue en la piscina del club Casa de España, en las bocinitas de los audífonos del walkman de Alex, que me las pasaba como un tabaco de marihuana, canción por canción, haciendo pausas para explicarme el contenido de las letras mientras a nuestro alrededor la clase media dominicana ordenaba croquetas y cubalibres.

Yo tenía 12 años y a mi papá le acababan de volar los sesos en un restaurante en el Bronx. El mundo se había convertido en un lugar extraño y traicionero, y las caras felices que lo poblaban eran las muecas bobaliconas de la incertidumbre. Aquel sonido feroz y satírico era la banda sonora perfecta para esa nueva percepción que comenzaba a fraguarme, una que me permitió ver, aquel asoleado domingo, los muros que separaban al club de los barrios que lo rodeaban.

En el universo crítico de los Dead Kennedys el pasado era un lugar lleno de crímenes que la voz de bruja surfer de Jello Biafra hilvanaba en el presente, y el futuro, un lugar tan apático como autocomplaciente, en el cual el espectáculo absorbería al punk y a todas las demás vertientes de la contracultura, llegando a convertir hasta al más macabro rockabilly en algo pegajoso.

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