Sol, y sombras

Lo que más le había excitado de la película era la pasta que tenía el chico soso que se ligaba a la chica sosa

¿Y no hay de arroz?

–No, no hay de arroz.

–¿Y por qué?

–Pues porque sólo hay de fideos, y te la comes, y se acabó.

El motín de la sopa de cocido era lo único que me faltaba, pensó María. Ya no sabía si había sido buena idea adelantar la cena de los niños, haber escogido aquella noche, haberse gastado el dinero tontamente, haberse dejado llevar por sus amigas, haber visto esa película, haber quedado para ir al cine… Ahí se detuvo, para no llegar a la conclusión de que su peor error era haber nacido.

–¡Hala! ¿Quién quiere natillas de postre?...

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¿Y no hay de arroz?

–No, no hay de arroz.

En aquel momento, María comprendió que Adelaida le estaba transfiriendo su propia insatisfacción

–¿Y por qué?

–Pues porque sólo hay de fideos, y te la comes, y se acabó.

El motín de la sopa de cocido era lo único que me faltaba, pensó María. Ya no sabía si había sido buena idea adelantar la cena de los niños, haber escogido aquella noche, haberse gastado el dinero tontamente, haberse dejado llevar por sus amigas, haber visto esa película, haber quedado para ir al cine… Ahí se detuvo, para no llegar a la conclusión de que su peor error era haber nacido.

–¡Hala! ¿Quién quiere natillas de postre?

Si es que no tengo carácter, se recriminó a sí misma mientras empezaba a recoger la cocina, yo con tal de no discutir, lo que sea… Porque la verdad era que a ella no le había parecido para tanto, de entrada por el actor, que era un pan sin sal. Sus amigas decían que estaba muy bueno, pero a ella le había parecido soso, y ni de lejos tan guapo como el prota de la comedia española que hubiera preferido ver. Pero ¿qué dices?, cuando se atrevió a proponerlo, Adelaida la miró como si le faltara un hervor. Hay que ver, hija, ¡qué paleta eres! Anda, tira, vamos a ver ésta, que a todas nos va a venir bien y a ti, a la que más…

–Muy bien. Ahora a la cama, que os voy a poner una peli de dibujos.

–¿A la cama? Si es prontísimo…

–Y a mí no me gusta ver pelis en la cama.

–¡Eso! Ponla en el salón.

–¡Qué no! A la cama he dicho…

Lo que más le había excitado de la película era la pasta que tenía el chico soso que se ligaba a la chica sosa. Lo demás, pues bueno, Manolo y ella, sin un duro, habían hecho sus cosas antes de que los niños crecieran y después, pues de vez en cuando, las seguían haciendo. Sin mayordomo, eso sí, sin helicóptero ni nada, pero los viajes en coche se les daban estupendamente, la verdad. Hay que ver, pensaba ella al final, la de cosas que se pueden hacer en un sitio tan pequeño y con el motor en marcha…

–Beso, beso, un achuchón, otro achuchón… Portaos bien, ¿vale?

Lo peor había sido dejarse arrastrar a aquella tienda entre el cine y los gin tonics. O mejor dicho, no haberse tomado los gin tonics antes. O dicho mejor todavía, no tener una amiga como Adelaida, que ella sí que era dominante y no el tonto del haba de la película. Pues tú te vas a llevar esto, esto, y esto, hazme caso, que sé lo que te conviene… En aquel momento, María comprendió, como si un rayo bajara del cielo para iluminar su entendimiento, que Adelaida le estaba transfiriendo su propia insatisfacción, que era su amiga quien necesitaba las esposas, y el liguero, y el ridículo latiguito de tiras de color rosa chillón que había escogido para ella. Esa revelación la asombró tanto que sacó el monedero y pagó sin rechistar, aunque Adelaida se dio cuenta de que había descubierto su secreto. ¿Y tú por qué me miras así?, le preguntó. ¿Cómo?, preguntó ella a su vez. Pues así, como si te diera lástima… ¿Quién?, María se puso la mano en el escote y abrió mucho los ojos, ¿yo? Qué va…

–Buenas noches, que durmáis bien.

Pero, claro, aquella era noche de primer viernes del mes. Y los primeros viernes de mes, Manolo cenaba con sus compañeros de la peña del Atleti. Y eso significaba que a veces llegaba tarde, y con copas, y a veces muy tarde, y con muchas copas. María no podía reprochárselo, porque él se quedaba con los niños cuando ella salía con sus amigas, pero estaba tan cansada que a la una decidió esperarle en la cama, y no quería dormirse, pero se durmió, y a las tres y media, él se acostó sin encender la luz, para no despertarla, y no vio el liguero, ni la esposa que abrazaba una de las muñecas de su propia esposa.

Pero a las siete y media de la mañana se levantó para ir al baño. Y al hacerlo, destapó sin querer a su mujer. Y como ninguno de los dos había bajado las persianas, al volver a la cama, la primera luz de un sol radiante y primaveral iluminó para él una imagen deliciosa.

–María…

Ella no se espabiló del todo, pero se espabiló a medias, lo justo, incluso lo ideal, porque esa era otra de sus especialidades. Después, los dos volvieron a dormirse, pero, antes, María se quitó las esposas y las guardó en el cajón de la mesilla. Pobre Adelaida, pensó un segundo antes de abrazar a Manolo y quedarse frita.

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