¿Puede ‘La sociedad de la nieve’ aportar algo a la escuela actual?

Uno de los cimientos básicos para hacer de nuestras aulas un tejido de interacciones es que prevalezca su fortaleza humanizadora

Imagen de la película de 'La Sociedad de la Nieve', dirigida por Juan Antonio Bayona.Netflix

Llevaban un tiempo insistiendo, y de verdad que, para otras cosas, no lo hacen tanto: casi al arranque del curso, mientras dialogaba con mi alumnado de Literatura Universal de Bachillerato sobre las fronteras entre ficción y realidad al adaptar las experiencias reales al medio artístico, su curiosidad hizo que saliera el tema de la película ¡Viven!, segunda obra cinematográfica (la primera fue una producción mexic...

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Llevaban un tiempo insistiendo, y de verdad que, para otras cosas, no lo hacen tanto: casi al arranque del curso, mientras dialogaba con mi alumnado de Literatura Universal de Bachillerato sobre las fronteras entre ficción y realidad al adaptar las experiencias reales al medio artístico, su curiosidad hizo que saliera el tema de la película ¡Viven!, segunda obra cinematográfica (la primera fue una producción mexicana de mediados de los setenta) que se acercó a la historia de los supervivientes del trágico accidente de avión uruguayo en los Andes, en 1972. El filme, con sus errores y aciertos, está basado a su vez en una novela homónima de Piers Paul Read a partir de entrevistas realizadas, obra que utilizamos para trabajar algún ejemplo de narrativa testimonial.

Los seres humanos nos sentimos muchas veces atraídos por este tipo de sucesos truculentos con gran trasfondo emocional. Es el mismo proceso que ha llevado a que los avatares ocurridos en los setenta y dos días que estos hombres y mujeres pasaron en las cumbres de los Andes hayan sido adaptados a múltiples formatos. Y es también el fenómeno que llevó a los chicos y chicas de mi grupo a mostrar interés por lo que realmente ocurrió en aquellos meses de octubre, noviembre y diciembre en la cordillera andina. Lo trágico ante nuestros ojos llama la atención, al igual que mis mismos estudiantes se apasionan, por ejemplo, cuando leemos la historia de Nastagio degli Onesti en el Decamerón de Boccaccio, donde una mujer es devorada por perros ante los ojos de sus familiares.

El día en que salió por primera vez en clase la estremecedora experiencia de los supervivientes del vuelo aún la película La sociedad de la nieve de J. A. Bayona no se había estrenado, aunque ya se hablaba de ella. Ahora, cuando el largometraje impacta en espectadores, certámenes y opinión pública por su trazado técnico y su hondura emocional, podemos preguntarnos cuáles de sus mensajes podrían aplicarse a la escuela contemporánea.

El libro de John Carlin Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game That Changed a Nation (2008) fue titulado en español El factor humano. A su vez, este inspiró la conocida película de Clint Eastwood Invictus, con eco también en el poema del mismo nombre de William E. Henley. El sentido de la película de Bayona, basado en convertir un grupo en medio de situaciones difíciles en comunidades solidarias (de ahí su título) gracias a ese “factor humano”, coincide con la simbología de este otro libro, que también puede aplicarse a una forma de entender la escuela. La concepción de un centro o un aula como una red de apoyos no es nueva; parte del principio palpable en diferentes secuencias de La sociedad de la nieve, que se asienta en la narración en off final de Numa Turcatti: “ustedes son la respuesta. Sigan cuidándose unos a otros”.

Cuando el alumnado muchas veces dice que quiere unas clases más participativas está aludiendo sin darse cuenta a uno de los pilares en los que se apoya cualquier agrupamiento social, clave para su funcionamiento. Uno de los cimientos básicos para hacer de nuestras aulas un tejido de interacciones es que prevalezca su fortaleza humanizadora. En un aula todos pueden beneficiarse si aprenden unos de otros en entornos cooperativos y solidarios basados en el respeto y la confianza mutua para lograr un objetivo compartido.

“Creo en el dios que tiene Roberto en la cabeza cuando viene a curarme las heridas; en el dios que tiene Nando en las piernas, para salir a caminar sin condiciones; creo en las manos de Daniel cuando corta la carne”, le dice Arturo Nogueira a Numa en el ecuador de La sociedad de la nieve. Encaja ahí el entendimiento de la concepción democrática e igualitarista de la vida y la educación: personas que se unen, se agrupan y participan en el marco de una cultura comunicativa y, sobre todo, colaborativa: todos tienen o quieren tener ese algo en común: la supervivencia, en el caso de la película; la construcción democrática de una vida plena, justa y solidaria, en el de la escuela.

César Rendueles, en su ensayo Contra la igualdad de oportunidades (Seix Barral, 2020) alude a la educación reglada como el “elemento central de un proyecto de emancipación colectiva y de construcción individual de una vida digna”. La escuela pública representa este proyecto en su sentido pleno: tiene también la inigualable capacidad de “recuperar para la vida”, como el sacrificio de los supervivientes uruguayos. Sin embargo, a veces lo olvidamos cuando la rodeamos en la opinión pública de vilipendios, y nos referimos a sus fisuras no con aliento constructivo sino con ruido ensordecedor. Esto lo estamos viendo cuando se fusila, por ejemplo, al Aprendizaje Basado en Proyectos o la educación competencial y se colocan como germen de los males escolares cuando todavía su expansión es minoritaria.

Igualmente, las políticas gubernamentales no han logrado erigirse como eje programático para mejorar las condiciones de vida a través de la escuela, más allá de los dictados del mundo neoliberal. ¿Qué nos queda en medio de ese panorama? ¿Pueden obtenerse de la labor incansable del profesorado mensajes como los del filme de J. A. Bayona?

La educación de nuestro tiempo clama en el desierto por volver al heroísmo de la gente de la calle del que hablaba Walt Whitman: el del liderazgo educativo compartido que no ostenta cargos, o el las redes que tejen voluntariado y servicio; como las mujeres del pasado tejedoras de historias de las que Irene Vallejo habla en El infinito en un junco (Siruela, 2019). Esa escuela que en tiempos de desesperación grita por recuperar el calor humano que fortaleció la esperanza en aquellas personas bajo un manto nevado, y no la que eleva al clímax a docentes ansiosos por hacer prevalecer relatos de impresiones o sesgos, o a los premiados en concursos anuales bajo el patrocinio de entidades financieras, olvidando que siempre detrás hay una labor colectiva.

“Debes tener en cuenta una cosa: que cada uno de nosotros no ha nacido sólo para sí mismo”, nos dice Platón en una de sus cartas. ¿Qué mensajes éticos transmitimos en las escuelas? ¿Qué imagen damos cuando hablamos de ella fuera? ¿Seguimos convirtiendo a los jóvenes en los compartimentos rellenables del modelo bancario de la educación que denunciaba Freire, o les enseñamos a instalarse con cordura en una conversación social acostumbrada a la crispación, el odio y la exclusión de minorías o de quienes piensan diferente?

Los trabajadores de la escuela pública, con sus posicionamientos sobre injusticias estructurales y en favor de la equidad (es decir, al servicio de toda la ciudadanía), hacen de cada clase la principal medida democrática de una sociedad. Cuando fomentan el diálogo, el respeto, la tolerancia o la solidaridad actualizan las enseñanzas que en creaciones como La sociedad de la nieve pueden explorarse según las necesidades de cada tiempo: las que nos enlazan en eso que llamamos “lo común”. Lo que siempre, como en la película, nos salva la vida.

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