La RAE limpia, fija y da lección
En una especie de lugar común repleto de tópicos sobre la caída del nivel, la Real Academia Española se ha posicionado recientemente sobre la enseñanza de la lengua castellana y la literatura
El discurso de que se enseña mal, se habla mal y se redacta cada vez peor es viejo. Tan viejo que ya Juan de Valdés, en su magistral Diálogo de la lengua, del siglo XVI, denunciaba la “negligencia” al escribir, hecho que achacaba a “la ignorancia de la lengua latina, que en los tiempos pasados ha habido en España”. En una especie de lugar común repleto de tópicos sobre la caída del nivel, la Real Academia Española se ha posicionado (es decir, ha tomad...
El discurso de que se enseña mal, se habla mal y se redacta cada vez peor es viejo. Tan viejo que ya Juan de Valdés, en su magistral Diálogo de la lengua, del siglo XVI, denunciaba la “negligencia” al escribir, hecho que achacaba a “la ignorancia de la lengua latina, que en los tiempos pasados ha habido en España”. En una especie de lugar común repleto de tópicos sobre la caída del nivel, la Real Academia Española se ha posicionado (es decir, ha tomado partido, matiz relevante) recientemente con un documento elaborado por su Comisión Especial para el Análisis y la Elaboración de Propuestas sobre la Enseñanza de la Lengua y la Literatura en España, formada por algunos de sus académicos de prestigio.
Sorprende, en primer lugar, el difícil sustento investigador de este posicionamiento parcial que parece tener más obediencia a lo tendencioso que a instrumentos de contraste proporcionados por la investigación. Llega a firmarse en el texto, por ejemplo, que actualmente “las mejoras reales en el nivel educativo de los estudiantes no son exactamente las que cabría esperar”, sentencia popular pero imprecisa que no aclara a qué estándares de medición de calidad del sistema se refiere. Tampoco explica el sentido exacto de su postura sobre la falsa dicotomía competencias / contenidos, de escaso rigor pedagógico y por supuesto filológico, sobre todo porque no se alude en su explicación al origen científico de los estudios sobre competencia comunicativa (por supuesto, en absoluto desalineados con el “saber” de la lengua), que tiene su marco originario en las aportaciones de Chomsky en los cincuenta del pasado siglo o de Hymes a inicios de los setenta, glosadas, por ejemplo, por el Centro Virtual Cervantes en esta entrada, entre otras referencias.
En el ámbito de la didáctica de las lenguas, donde ha habido importantes progresos en las últimas décadas, se han incorporado los enfoques comunicativos y culturales lingüísticos en su uso, centrados en propiciar la movilización de destrezas de lectoescritura en situaciones reales de comunicación. Los cambios legislativos y la forma de implantarlos están repletos de innegables errores, los cuales han sobrecargado a un profesorado exhausto. Sin embargo, la incorporación a los planteamientos curriculares de todo ello no significa que se haya desterrado del engranaje legislativo la importancia de la gramática, del conocer sobre las palabras y sus mecanismos morfosintácticos, sino que se pone el énfasis en el haz de relaciones que conforma la competencia comunicativa: lo que un hablante debe saber y saber hacer con la principal herramienta de socialización que tenemos las personas.
A partir de los años noventa, por lo tanto, todos los sistemas educativos avanzados han desarrollado programas escolares centrados en el enfoque comunicativo de la lengua: en el estudio de la sintaxis, el léxico y la pragmática para mejorar las estrategias de producción y comprensión del mundo que nos rodea. Este es un hecho nada descabellado si somos conscientes de que la obligación de la escuela es formar una ciudadanía responsable dentro de cualquier ámbito, en un contexto de profundas transformaciones.
La posición de la RAE en el asunto, que no encaja, por otro lado, muy bien con ninguna de las actividades acordadas en su Reglamento, se alinea junto a una especie de corriente de resistencia ideológica con apariencia aséptica por momentos, pero que no lo es tanto ya que se posiciona a través de una especie de largo ensayo teórico —más que informe técnico— repleto de circunloquios. Todo ello para darnos la lección interesada de que hoy se da clase peor que antes por culpa de los nuevos enfoques didácticos centrados en el lenguaje como experiencia comunicativa y de algunas de las llamadas metodologías activas. Sin embargo, en realidad las prácticas imperantes en las aulas de Secundaria y Bachillerato siguen siendo hoy eminentemente teóricas, similares a las de antaño, con vigencia de un acercamiento a una gramática diseccionada en interminables análisis sintácticos y a la vivencia literaria como impostura donde se acostumbra a listar movimientos y autores sin penetrar en la riqueza de este arte de creación sublime, necesario para entender nuestra sociedad y muy unido al uso de la lengua.
En su enfoque no neutral de las leyes educativas como “desconectadas en gran medida del quehacer cotidiano de los docentes” sí acierta, a mi juicio, la Real Academia: los procesos de enseñanza lingüística en la actualidad siguen centrados, diga lo que diga la legislación, en el estudio desubicado de los mecanismos gramaticales. Solo tenemos que echar un vistazo a las tareas que realizan en casa nuestros hijos e hijas para notar que se sigue haciendo en las aulas escaso hincapié en las inferencias lingüísticas y en profundizar en el significado en el terreno (así entendía Giner de los Ríos el estudio, por ejemplo, de la geografía), la propia realidad textual del hablante, hecho que no puede desligarse de prácticas sobre situaciones comunicativas donde se lea con entendimiento y se escriba con pulcritud en diferentes soportes con un fin, siguiendo los avances en didácticas, a los que no alude la RAE en su documento.
Decía el ilustre académico Lázaro Carreter, en una entrevista en este medio publicada hace más de dos décadas, que “una mayor capacidad expresiva supone una mayor capacidad de comprensión de las cosas. Si se empobrece la lengua se empobrece el pensamiento”. Precisamente en la palabra “capacidad”, cuyo origen etimológico entronca con el verbo latino capere (“tomar”, “recoger”), está el sentido para entender este debate que nunca abandonamos y que se pregunta por el estado del saber en la población escolar. En él, siempre se choca —como hace la RAE— con sesgos que nos llevan a una bifurcación falsa entre aprender lengua y ser competentes al usarla, ante lo que debe concienciarse todo el profesorado, y no solo quienes dan clase de esta materia; sobre todo para dejar de dar lecciones de una vez y centrarnos en una idea que ningún estudioso negará, aun con desencuentros ideológicos: tomar la lengua, cuidarla y usarla bien en distintos ámbitos es el mejor camino para alcanzar la riqueza que supone el entendimiento del mundo que nos ha tocado vivir.
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