Muchos universitarios no han vuelto a las aulas tras la pandemia y baja su rendimiento: “Hay alumnos encapsulados”
Los aprobados han bajado en los campus públicos, según en un informe la Fundación Conocimiento y Desarrollo. Los expertos observan “un notable aumento del absentismo”
Tras la pandemia, la población tiene ganas de salir y viajar, pero también durante el confinamiento descubrió las bondades de trabajar en remoto y muchas empresas han establecido o negocian la modalidad a distancia algunos días. Un sistema híbrido que no se contempla en las universidades presenciales, concebidas para que los jóvenes de 18 años en adelante se formen con el trato humano. Sin embargo, ahora se ha detectado un vacío de sus aulas. No ven el sentido de ir a clase.
“En muchas universi...
Tras la pandemia, la población tiene ganas de salir y viajar, pero también durante el confinamiento descubrió las bondades de trabajar en remoto y muchas empresas han establecido o negocian la modalidad a distancia algunos días. Un sistema híbrido que no se contempla en las universidades presenciales, concebidas para que los jóvenes de 18 años en adelante se formen con el trato humano. Sin embargo, ahora se ha detectado un vacío de sus aulas. No ven el sentido de ir a clase.
“En muchas universidades presenciales se ha observado después de la pandemia un notable aumento del absentismo”, se afirma en el Informe anual CYD 2023, de la Fundación Conocimiento y Desarrollo ―conformada por grandes compañías españolas―, presentado el miércoles en rueda de prensa. “Es importante destacar el impacto que parece haber tenido la pandemia del coronavirus en el desempeño académico del estudiantado”, remarca el informe, que rinde peor que hace cinco años.
En el curso 2021-2022 (últimos datos conocidos), los alumnos aprobaron el 75,63% de los créditos matriculados en la Universidad pública, 3,3 puntos porcentuales menos que el curso anterior y 7,9 puntos inferiores que en el curso 2019-2020, cuando, en tiempos de confinamiento, se aconsejó a los profesores ser generosos en la corrección. En el 2018-2019 (último año prepandemia) superaron el 76,6,1% de los créditos. La cifra más baja desde que se instauró el Plan Bolonia en el 2015. Supuestamente, desde Bolonia no se evalúa solo con el examen final, sino con una evaluación continua que incluye trabajos individuales y en grupo.
“Esta variabilidad [en el índice de aprobados] es motivo de preocupación, ya que plantea interrogantes sobre si estamos retornando a la situación previa a la pandemia o si el desempeño continuará disminuyendo en los cursos venideros, manteniendo el mismo nivel de exigencia”, remarca el informe. “Además, existe la posibilidad de que las nuevas cohortes de alumnos, que experimentaron la crisis del coronavirus en los niveles educativos anteriores previos a la universidad, lleguen a la enseñanza superior con unas calificaciones mayores a las habituales, pero que en la práctica no reflejen adecuadamente el nivel de sus conocimientos y competencias”. Es decir, que las notas hinchadas propias de los últimos tiempos, les pasa factura en la facultad. En máster, la tasa de rendimiento fue más alta que en el grado (del 88,2%), aunque, aun así, representa la cifra más baja de los últimos cinco cursos.
El desapego de los nuevos universitarios se veía venir y los rectores, tras el confinamiento, acordaron que fuesen los alumnos de primero los que más acudieran a clase en el formato híbrido. Y su preocupación se mantuvo. Por eso, el desaparecido Ministerio de Universidades, inquieto por la desafección de los alumnos y sus problemas psicológicos agravados por la pandemia, publicó el pasado julio un estudio basado en una encuesta. El 49% declaró tener ansiedad y a un 17% un médico le había prescrito antidepresivos en el último cuatrimestre. A grupos de conversación se les planteó el debate de la presencialidad, frente a la enseñanza a distancia. Alabaron del remoto “la conciliación con la vida laboral y personal” y criticaron al presencial, el “desaprovechamiento de recursos y la sensación de perder el tiempo”.
“Estamos viendo que los estudiantes no terminan de ver el sentido de ir a clase, cuando lo que se les propone es una gestión y distribución de la información. Por ejemplo, trabajos en grupo”, reflexiona la filósofa e investigadora de teoría de la Educación Ana Pagès Santacana, profesora de la Universidad Ramon Llull de Barcelona. “El otro día, les propuse [en la asignatura de Pensamiento Contemporáneo] que escribiesen sobre un tema en parejas, que luego uno leyese el texto del otro y le hiciese preguntas. Y silencio, no comentaban nada. Y resulta que [en vez de hablar] se preguntaban y contestaban a través del Drive [un sistema de almacenamiento de archivos de Google]. Una interacción mediatizada por el sistema informático”, relata.
Pagès reconoce que “existe un problema, porque eso lo puedes hacer en remoto. Es igual que los niños que juegan juntos al [videojuego] Fortnite cada uno desde su casa”. Y eso le lleva a concluir: “Si la máquina mediatiza de forma que hace abstracción de la presencia del otro, este no es necesario. Por tanto, yo apunto a una crisis de la presencia. Si no aporta estar, lógicamente no hay que ir a clase”. La profesora observa la tendencia en todos los cursos: “Venir a clase para hacer lo que podrían hacer desde casa no tiene sentido. Yo creo que hay que sacar las máquinas, porque con ellas de por medio no hace falta la presencia. En un momento puntual puedes abrir el ordenador para consultar una información, pero el resto de la clase tiene que ser mantener una conversación. Qué sabemos y qué no”. Jeff Maggioncalda, CEO de Coursera ―la mayor plataforma de cursos a distancia del mundo―, aterrizaba la misma idea en una entrevista en este diario el pasado noviembre: “Creo que las universidades no se van a centrar tanto en examinar, sino en su comunidad, en la experiencia de aprender juntos”, de los debates.
La profesora recibe muchos correos de alumnos que le preguntan cómo hacer una actividad y ella los emplaza a hablarlo. A su juicio, hay que replantearse la docencia. “Si el profesor lo único que hace es un buen power point de lo que está en las redes, para eso no hace falta ir a clase. Un buen profesor es la persona que te pone un ejemplo tan bueno que te queda para toda la vida. Una asignatura no te da nada si no se le da vida, si no se le da vuelo”, razona. “Lo que aprendes está mediatizado por el contacto con otros. Antes quedábamos para estudiar y ahora lo que tienen es un Drive que se llama ‘Comisión de apuntes’. Encontrarse para estudiar tenía muchos beneficios secundarios: nos explicábamos, hablábamos de otras cosas”. Pagés habla de la existencia de “alumnos encapsulados”.
En las carreras de Ciencias, Ciencias de la Salud, algunas ingenierías, Traducción o Bellas Artes no es posible escaquearse, porque su parte práctica es obligatoria para aprobar. Pero en Ciencias Sociales o Humanidades, con menor acompañamiento académico, sí es posible y es en estos grados donde se ha manifestado más desafección. En 2020, la Universidad de Laguna encuestó a sus alumnos de primero y segundo sobre su estado anímico y su intención de abandonar los estudios, y en Ciencias Sociales los desanimados (37,4%) triplicaban a los de Ciencias de la Salud (11,8%).
Repensar las fórmulas pedagógicas
“Creemos que el absentismo no está directamente relacionado con la utilidad de las clases magistrales, sino con el formato en el que aún se aplican en la actualidad”, traslada Lander Bosque, director de Comunicación de la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de Universidades Públicas (CREUP). “Las clases magistrales no estimulan el aprendizaje, y aunque resulte triste decirlo, muchas veces no aportan un aprendizaje distinto al que el estudiantado es capaz de obtener de forma autónoma. Hay que repensar las fórmulas pedagógicas y metodologías docentes”, añade. Bosque, en nombre de CREUP, critica también la “sobrecarga de trabajos, cuando la mayoría de las veces su repercusión en la calificación final es mínima. Muchos estudiantes acaban por sacrificar las clases magistrales para poder llegar a todos los trabajos”.
La falta de clases presenciales redundó en una pérdida de actividad cultural que cuesta recuperar. También ha repercutido en el asociacionismo estudiantil. “Hay cierto resentimiento a formar parte de la universidad más allá de las obligaciones académicas, quizá por la percepción errónea de lo que es la institución”, continúa Bosque.
En las universidades privadas los alumnos aprueban más (el 85% de los créditos matriculados) y en muchas la presencia es obligatoria. En los tres campus del CEU no sufren absentismo porque, aunque no pasan lista, sí hay un “pacto” cuenta Coral Barbas, su coordinadora de universidades: “No se ha notado, pero tienes que hacer el doble de esfuerzo por atraerlos. Nosotros hacemos razonar al alumno que su familia está invirtiendo mucho dinero en su formación y que les debe esa asistencia. Va a sacar mucho del contacto con el profesor”. Y añade que la universidad organiza “multitud de actividades, salidas al campo, de debate”. Explica: “Porque creemos que es la forma de que la internacionalización sea de verdad. A veces, en las clases tienden a crearse guetos. El tutor se lo recomienda si necesita mejorar su sociabilidad o su trabajo en equipo”.
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