Ir al contenido

China pasa a la ofensiva: así usa la geoeconomía para rediseñar el mundo

Pekín moviliza toda su capacidad diplomática, de inversión y tecnológica para afianzar su posición de fuerza frente a Estados Unidos

El pasado 30 de octubre, los mercados financieros respiraron aliviados. Los líderes de Estados Unidos, Donald Trump, y de China, Xi Jinping, sellaban ante las cámaras un acuerdo que, aunque escaso en contenido, resultaba de notable importancia: al menos por unos meses el comercio mundial disfrutará de un periodo de relativa estabilidad y ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El pasado 30 de octubre, los mercados financieros respiraron aliviados. Los líderes de Estados Unidos, Donald Trump, y de China, Xi Jinping, sellaban ante las cámaras un acuerdo que, aunque escaso en contenido, resultaba de notable importancia: al menos por unos meses el comercio mundial disfrutará de un periodo de relativa estabilidad y la escalada arancelaria entre las dos principales potencias mundiales se contiene.

Por encima de todo, el mensaje que trasladaba la tregua comercial firmada en Busan, Corea del Sur, era la constatación de la nueva realidad geoeconómica global: China ha hecho uso de su dominio mundial (90% del mercado) de la producción y refino de tierras raras —esenciales para la producción de automóviles, pantallas LED o para la industria militar— para forzar por primera vez a Washington a dar marcha atrás en algunos de sus controles de exportación de semiconductores de última generación. Es lo que Arthur Kroeber, uno de los fundadores de la consultora financiera Gavekal Research, denomina el fin de la impunidad americana. En definitiva, las bases del nuevo orden mundial contenidas en un simple apretón de manos.

La geopolítica viene remodelando el mundo desde 2016, tanto que la economía ya no se entiende sin la geopolítica y de momento deja un paisaje que podríamos denominar fracturado. Ya en su primer mandato, Donald Trump profundizó la brecha entre Estados Unidos y China con una agresiva (y entonces, inédita) guerra comercial y justo antes de que estallara la pandemia de coronavirus en 2020, Estados Unidos aplicaba aranceles a dos tercios de los productos que compraba de China. La rivalidad entre las dos potencias se mantuvo con pocas variaciones durante el mandato de Joe Biden, con la única diferencia de que la Casa Blanca buscó entonces sumar a sus aliados a la ofensiva contra Pekín. La vuelta de Trump al Despacho Oval ha profundizado esa fractura con China y ha abonado el terreno para una alianza reforzada de países no alineados con ninguna de las dos potencias.

En este 2025, China ha intensificado su ofensiva geoeconómica mundial y ha movilizado para ello toda su capacidad inversora, diplomática y tecnológica con el objetivo de afianzar su posición como potencia central en la economía global. Xi dio buena muestra de su propósito en la ciudad china de Tianjin a finales de agosto, cuando reunió a una veintena de mandatarios en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO, en sus siglas en inglés). Por primera vez desde 2018, acudió a la cita el primer ministro indio, Narendra Modi, que compartió protagonismo con el presidente ruso, Vladímir Putin, y el mandatario norcoreano, Kim Jong-un, en segundas filas pero como invitados especiales los dirigentes de países como Indonesia o Malasia en un indudable intento de Xi de dejar patente su liderazgo regional.

Poderío militar

Pocos días después, buena parte de esos dirigentes se trasladaban a Pekín para asistir al desfile de la victoria, un espectáculo de exhibición de tanques, aviones y misiles militares orquestado para trasladar un mensaje inequívoco a Occidente. En su discurso tras la exhibición armamentística, Xi hizo un llamamiento al mundo a elegir “entre la paz y la guerra”, aunque no quedara claro quién está en qué lugar. Es el momento Weltanschauung de China, según lo define la economista jefe para Asia Pacífico de Natixis, Alicia García Herrero. Un punto de inflexión en la visión de Pekín frente al mundo. “Trump está ofreciendo a Xi una oportunidad de oro para cambiar el mundo en la dirección que él desea”, subraya García Herrero en una nota distribuida a clientes del banco.

A finales de septiembre, Pekín renunciaba a su posición de país en desarrollo en la Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que le ha permitido disfrutar desde su ingreso en la organización en 2001 de un trato preferencial en la implementación de los acuerdos comerciales multilaterales y beneficiarse de la globalización comercial. Con ello permite una reforma de la OMC y se asegura tener un papel destacado en el diseño del nuevo modelo. Ahora que la segunda Administración de Trump insiste en que el orden global está “obsoleto” y que en el fondo es un arma usada contra el propio Estados Unidos, China está decidida a aprovechar el vacío de poder que deja Washington en el tablero global y a tener un papel activo en la reconfiguración del nuevo escenario, como demuestra con su movimiento la OMC. Eso le permite, a su vez, expandir su esfera de influencia y tratar de liderar la alternativa del Sur Global. “Esta nueva realidad difícilmente podrá gestionarse sin introducir ajustes considerables en el régimen comercial, por lo que el mantenimiento del statu quo ha dejado de ser una opción”, defiende en un reciente trabajo Ignacio García Bercero, investigador principal del Real Instituto Elcano y negociador europeo del Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés).

El caso de la India es un buen ejemplo de cómo la agresiva política arancelaria de Trump está empujando a algunos de sus aliados a la esfera de Pekín o a reforzar sus posiciones como no alineados. Ejemplifica lo que Elena Pisonero, expresidenta de Hispasat y antigua secretaria de Comercio, denomina en su reciente libro El espíritu del sherpa el ascenso de los actores intermedios, que encuentran en este nuevo tablero fragmentado un espacio de maniobra inédito: “La India mantiene alianzas estratégicas con Estados Unidos a través del Quad (la alianza informal del Indo-Pacífico que agrupa a la India, Australia, Japón y Estados Unidos), conserva relaciones comerciales robustas con China, preserva vínculos históricos con Rusia y desarrolla asociaciones energéticas con los países del Golfo”, argumenta Pisonero. En el mismo grupo se encuentran las monarquías del Golfo, Turquía o Vietnam.

En agosto, la Casa Blanca anunció aranceles del 50% sobre una larga lista de productos indios en represalia por la compra de petróleo a Rusia y Nueva Delhi, lejos de dar marcha atrás, rechazó negociar “a punta de pistola”. La rivalidad indo-china es profunda y el distanciamiento con Washington no empuja directamente a la India en brazos de Pekín, pero sí refuerza algunos elementos de una nueva arquitectura financiera global —distintos bancos de inversión y desarrollo, acuerdos para reducir el uso del dólar en los intercambios entre estos países, mecanismos para contrarrestar las sanciones financieras occidentales— al margen de las estructuras occidentales y que cada vez es más compleja de desmontar. Lentamente pero de forma inequívoca, el uso del renminbi está aumentando.

Según datos del Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), el 8,5% de las transacciones en divisas realizadas el pasado mes de abril se hicieron en la divisa china, frente al 7% de tres años antes, un incremento –especifican desde este organismo—muy influido por la actividad bursátil en Hong Kong. Pero alrededor del 30% de las operaciones con sus socios comerciales ya se realizan en renminbis, diez puntos más que tres años atrás. “El unilateralismo americano ha dejado en evidencia los costes de la sobredependencia de Estados Unidos, lo que ofrece a China una oportunidad indudable. Su mensaje en simple: al menos nosotros somos consistentes”, subraya Ian Bremmer, fundador de la consultora Eurasia Group.

Todo ello provoca, según el diagnóstico de los economistas del Foro Económico Mundial, que “la economía global esté experimentando una de sus etapas más turbulentas en décadas, con una confluencia de crisis y cambios estructurales que están reescribiendo las reglas del crecimiento, el comercio y la gobernanza globales”. No se trata, en definitiva, de una subida de tensión entre bloques sino de un cambio de ciclo, asegura José Manuel Amor, socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI): “Se diluye la globalización tal y como la conocimos y avanzamos hacia un mundo multipolar, con un líder todavía dominante —Estados Unidos— con tentaciones de abuso de la interdependencia creada en las últimas décadas y que debe adaptarse a la presión creciente de otros polos (China, BRICS, Sur Global)”. En este nuevo mundo, quien se adapta, gana.

Pero Pekín también es presa de sus debilidades. Diplomáticas y económicas. China no consigue resolver el exceso de capacidad productiva de su economía, fruto de un elevado ahorro interno y un bajo consumo privado. Eso hace al gigante asiático más dependiente del exterior —un tercio del crecimiento de China procede de sus ventas al exterior— y alimenta las presiones deflacionistas internas: los precios acumulan ya cinco trimestres en territorio negativo. Para el economista jefe de Capital Economics, Neil Shearing, el verdadero problema de la economía mundial en los próximos cinco años no son los aranceles a las importaciones, que efectivamente pueden frenar el crecimiento del comercio global, sino la sobrecapacidad china.

Países como Vietnam, México o la India se han beneficiado de la reestructuración de las cadenas globales de suministro, especialmente en sectores muy sensibles al incremento de costes derivado de la subida de aranceles sobre China. Pero hay más.

Nuevos mercados

El recrudecimiento de la guerra comercial con EE UU ha llevado a China a redirigir parte de sus exportaciones hacia otros mercados y lo ha conseguido en tiempo récord. Según datos de BNP Paribas Research, entre abril y julio de este año Pekín redujo de media sus exportaciones a Estados Unidos un 23% en términos anuales; a cambio aumentó sus ventas al continente africano un 34%, muy por encima de las exportaciones a los países del Sudeste Asiático (17%) o a Europa (7%). Eso no significa que estas regiones de pronto hayan desarrollado un apetito desmedido por los productos del gigante asiático, sino que muchos de estos países son utilizados por los productores chinos como ruta alternativa para llegar a Estados Unidos y evitar así los aranceles. Es lo que se conoce como el fenómeno de redireccionamiento comercial a través de terceros países.

China, sin embargo, empieza a sufrir los límites de esta estrategia. Después de todo no hay apenas valor añadido en reempaquetar los productos chinos y enviarlos al mercado estadounidense, ni tampoco crea empleo, con el riesgo añadido de que el superávit que esas operaciones pueden acabar provocando en la balanza comercial con Estados Unidos acabe penalizado con aranceles más elevados. Países como México cada vez son más reticentes a servir de intermediarios a los productores chinos y estudian, aunque con pies de plomo, elevar los aranceles a los paquetes chinos del 19% al 33,5%. En la misma línea se están moviendo Chile, Ecuador o Uruguay. En la región solo Brasil, en respuesta a los aranceles de Washington sobre el café, ha apostado abiertamente por un acercamiento a Pekín. Otros, como Argentina, claramente alineados con la actual Administración estadounidense, simplemente se benefician de una inversión cercana a los 7.000 millones de dólares en el denominado triángulo del litio, que convertirán al país este 2025 en el segundo mayor productor mundial de este metal.

Plantas de producción

“Hay una tendencia a ver el comercio global completamente desde una perspectiva occidental. Y sin embargo, las fuerzas que están remodelando el comercio mundial a día de hoy no proceden tanto de Washington como de Pekín”, sostiene Shearing. “China sigue invirtiendo en plantas de producción más de lo que su mercado doméstico es capaz de absorber por lo que las exportaciones suponen para el gigante asiático un medio de supervivencia. Para dar salida a ese exceso de producción, las empresas chinas han estado recortando precios y ya acumulan un recorte del 25% desde 2022, mientras que los precios de la exportación en el resto del mundo han permanecido esencialmente planos”, recalca.

Como consecuencia, y pese a la escalada arancelaria desatada con la llegada de Trump a la Casa Blanca, entre 2018 y principios de 2025 la cuota de China en las exportaciones mundiales ha pasado del 13% al 18%. Esta estrategia tiene, a cambio, un elevado coste económico. Aproximadamente uno de cada tres fabricantes chinos lo hace a pérdidas, lo que está alimentando un frenazo estructural de la productividad china. Pekín ha puesto en marcha medidas para hacer frente a su exceso de capacidad a través de diversas campañas con escasos resultados por el momento.

Al tiempo, el abaratamiento de costes en la fabricación de paneles solares chinos ha permitido dar un impulso a la producción de energía solar en todo el mundo. Nada tiene una sola cara en economía.

En un mundo fracturado como el actual, los amigos, las alianzas, importan. Y China lleva años tejiendo afinidades gracias a la iniciativa de La Franja y la Ruta, la Nueva Ruta de la Seda china. Pekín ha construido, literalmente, carreteras, puertos, redes digitales y sistemas de pago paralelos por todo el mundo. Ha tejido una arquitectura económica alternativa, donde sus empresas, con las tecnológicas a la cabeza, han proporcionado desde infraestructuras hasta terminales que permiten la inclusión en la economía digital de los países.

La financiación china de estos proyectos suele ir acompañada de cláusulas que benefician a sus empresas estatales, garantizan contratos a largo plazo o abren el camino a acuerdos comerciales preferenciales. Algunos países han caído en trampas de deuda, como Ecuador, Zambia o Sri Lanka y han tenido que renegociar condiciones e incluso acudir a las tradicionales instituciones de desarrollo, como el Banco Mundial, a solicitar un rescate. Pero incluso esos tropiezos muestran el nuevo equilibrio: China es ya acreedor y árbitro de la solvencia del Sur Global.

El poder del siglo XXI ya no se mide únicamente en portaaviones o misiles, sino en rutas, cables y contratos. La geoeconomía es la continuación de la geopolítica por otros medios. Y China, más que ningún otro actor, ha entendido que quien financia la infraestructura del mundo, diseña su futuro. Coincidiendo con la crisis arancelaria entre Brasilia y Washington, por ejemplo, el Gobierno de Lula da Silva está planeando una importante conexión ferroviaria con el megapuerto peruano de Chancay, en el Pacífico, un proyecto que estaría respaldado con financiación china.

Pero la competencia actual no es solo entre Estados, sino también y muy particularmente entre empresas. China utiliza a sus grandes tecnológicas —como Huawei, ZTE, Alibaba, Tencent, ByteDance o Baidu— como vectores de influencia global. Y también ellas han desafiado el dominio tecnológico estadounidense. Tanto que el Congreso de Estados Unidos llegó a exigir la venta de la plataforma de vídeos cortos TikTok, desarrollada por ByteDance, o su prohibición total para evitar que el acceso a los datos de los 150 millones de usuarios estadounidenses. Finalmente, se acordó en septiembre su venta a un grupo de inversores próximos a la Casa Blanca, cuyos detalles abordaron Trump y Xi en su encuentro en Corea del Sur celebrado a finales de octubre.

Una pieza esencial

Huawei por su parte se ha convertido en otra pieza esencial en esta estrategia, sobre todo en el desarrollo y despliegue de infraestructuras 5G, un campo que define la competencia tecnológica del siglo XXI. Su liderazgo en redes de quinta generación le ha permitido ofrecer soluciones más baratas y avanzadas que sus competidores occidentales, lo que le ha facilitado contratos en todo el mundo. Washington ha emprendido una campaña para excluir a la tecnológica china de las redes 5G del país y de sus aliados, y ha llegado a dar un ultimátum a algunos países, como España, que siguen trabajando con Huawei de excluirles de su información de seguridad.

Donald Trump y Xi Jinping han acordado ya que su próximo encuentro tendrá lugar en abril de 2026. El presidente estadounidense se ha comprometido a viajar a Pekín, lo que supone en sí mismo una victoria de la diplomacia del país asiático que quería evitar a toda costa el riesgo de que Xi sufriera una encerrona en el Despacho Oval como la del presidente ucranio, Volodímir Zelenski, en febrero pasado. En un mundo sumido en un cambio de sistema tan radical como el actual es posible que la celebración de la reunión sea la única certeza que siga en pie para entonces.

Sobre la firma

Más información

Archivado En