Una infancia ‘dickensiana’
Cuando la economía mejora y el hambre empeora, se ha roto el puente entre crecimiento y condiciones de vida
Es posible que este título les parezca un poco exagerado y hasta dramático, pero las condiciones de vida de muchos niños y niñas en España me trae el recuerdo de los personajes de las novelas de Charles Dickens, como Oliver Twist y los niños del hospicio que luchan por su comida, que se convirtieron en símbolos de la niñez trágica y la lucha por la supervivencia en un mundo desigual. El “niño dickensiano” es un legado literario de Dickens.
En una ocasión hablé sobre la dramática ...
Es posible que este título les parezca un poco exagerado y hasta dramático, pero las condiciones de vida de muchos niños y niñas en España me trae el recuerdo de los personajes de las novelas de Charles Dickens, como Oliver Twist y los niños del hospicio que luchan por su comida, que se convirtieron en símbolos de la niñez trágica y la lucha por la supervivencia en un mundo desigual. El “niño dickensiano” es un legado literario de Dickens.
En una ocasión hablé sobre la dramática pobreza infantil en España (Negocios, 26.01.2025). Vuelvo a hacerlo ahora porque la situación no mejora. En este inicio de curso los profesores alertan del aumento de la complejidad en las aulas dado el incremento de alumnos que requieren un apoyo adicional por su precaria condición económica y social. El nexo entre pobreza material y resultados escolares está bien establecido. Un reciente informe de EsadeEcPol sostiene que la causa principal del deterioro de los resultados escolares españoles es el empeoramiento de las condiciones materiales. Entre 2019 y 2023 el porcentaje de niños que aseguran llegar al colegio con hambre ha aumentado un 55%, hasta alcanzar al 26% total de la infancia. Ese porcentaje sube al 52% en el cuartil de hogares con menos ingresos; en 2019 era del 40%. Esto es dramático, porque la falta de una nutrición adecuada en los primeros años compromete seriamente el desarrollo intelectual. Estos resultados son difíciles de comprender: cuando la economía española mejora, el hambre infantil empeora; se ha roto el puente entre crecimiento y condiciones de vida.
Hay otros factores que permiten hablar de una infancia dickensiana: el acoso escolar, el maltrato, el abuso, la violencia, la salud, en particular la salud mental, o el aumento del número de niños en acogida institucional. Pero del hambre infantil no hablamos. Me pregunto por qué. Quizá la respuesta haya que buscarla en los tiempos de Dickens. La moral victoriana de la sociedad acomodada de aquella época atribuía la pobreza infantil a los padres, cuando no a los propios niños: a la pereza, falta de voluntad y esfuerzo o al deseo de vivir de la beneficencia. Para los victorianos, los pobres habían caído en una “cultura de dependencia”. Las “leyes de pobres” y los hospicios draconianos fueron la respuesta.
¿Tenemos datos para poder afirmar que la pobreza infantil no viene de familias que han caído en la cultura de la dependencia? Un informe para el Reino Unido de Gordon Brown, primer ministro entre 2007 y 2010, señala que cerca del 70% de niños en pobreza —más de 3 millones— viven en hogares de trabajadores, y la mayoría del resto están en familias que padecen enfermedades o déficit de cuidados infantiles. Son las crisis familiares, los divorcios, los embarazos no previstos, un fallecimiento, un cáncer, el desempleo, la falta de vivienda y de guarderías lo que lleva a las familias a caer temporalmente bajo el umbral de la pobreza. Lo mismo ocurre en España. Las familias donde vive la infancia con hambre son hogares con pobreza de empleo, de vivienda, y familias cortas, monomarentales, con déficit de cuidados infantiles. La infancia que vive en este tipo de hogares no tiene libertad para vivir sin miseria.
En España, un número creciente de personas atribuyen la pobreza y la falta de oportunidades a la cultura de dependencia. Es una creencia equivocada, cuando no interesada. El discurso que sostiene que el éxito es el resultado del esfuerzo y del mérito olvida que los niños y jóvenes que viven en hogares pobres no están en condiciones de hacer el esfuerzo para desarrollar sus talentos. Me es imposible comprender cómo una familia sin trabajo, sin vivienda y con déficit de cuidados puede transmitir a sus hijos los valores del esfuerzo. De hecho, un porcentaje creciente de la población considera que el mérito en la sociedad actual es más el resultado de los privilegios heredados que del esfuerzo propio. Tengo para mí que el argumento de la “cultura de la dependencia” aplicada a los hogares pobres es otra consecuencia de la creciente desigualdad. Adam Smith tenía razón, la desigualdad corrompe los sentimientos morales de los ricos.
¿Qué hacer para acabar con la pobreza dickensiana? En España se han dado pasos importantes en las políticas sociales de protección a la infancia. Es el caso del complemento para crianza del Ingreso Mínimo Vital. Sabemos que las condiciones materiales de la infancia mejoran en los hogares que reciben esa prestación. Hay que aumentar su eficacia. Pero, a la vez, si la pobreza infantil viene de la tipología de hogares que acabo de mencionar, hay que virar la mirada desde las políticas de gasto social a las políticas de empleo, vivienda y familia.
Hay experiencias exitosas, tanto públicas como sociales, de ayuda y compromiso de las familias con pobreza de infancia para el acceso a la vivienda y a la inclusión laboral. Hay que generalizarlas. Otro ámbito de acción es la ayuda a las familias para que puedan afrontar por sí mismas la crianza en condiciones materiales adecuadas. En particular, a las parejas jóvenes, en las que la llegada de un nuevo ser puede ser motivo de ruptura. Y a las familias cortas monomarentales, con dificultades para conciliar trabajo y cuidados. Una forma es la prestación universal por niño, monetaria o en servicios, como tienen otros países. Otra forma es potenciar la formación de familias extensas, multigeneracionales, con la inclusión de los abuelos en el cuidado de los nietos. En algunos países están en marcha proyectos legislativos de mejora del sistema de protección social para niños y jóvenes necesitados que fomentan que los abuelos con bajos ingresos que cuidan temporalmente nietos reciban una compensación del sistema de protección a la infancia que compense el gasto que hacen en la ayuda a sus nietos. Este sistema de acogida familiar es más eficaz y menos costoso que el actual sistema de acogida institucional. Confieso que cada día soy más partidario de las familias extensas.
La sociedad española tiene que tomar conciencia de la pobreza dickensiana. Por decencia moral. Pero también por egoísmo consecuente: sabemos que la inversión más rentable que puede hacer un país en su futro es en la infancia. Es algo a no olvidar en los tiempos que llegan, porque la crisis fiscal del Estado liberal puede traer de nuevo, como en 2010, la tentación de recortar la inversión en la infancia.