Villanueva de la Jara (Cuenca) quiere ser la nueva California gracias a los pistachos
El agricultor y empresario Ángel Minaya cultiva una especie capaz de dar fruto en la mitad de tiempo que un árbol normal
Las carreteras que se adentran en los campos de Villanueva de la Jara (Cuenca) están repletas de cuestas y piedra caliza: una fotografía identitaria de la Manchuela conquense donde el cultivo de vid y cereales siempre ha reinado. Hasta ahora. Ángel Minaya, un empresario y agricultor de la zona, está plantando árboles de pistacho capaces de dar fruto en tres años y medio, lo que supone una revolución para un cultivo que normalmente necesita casi una década para arrojar los primeros resultados.
La técnica no es nueva, varias compañías en Estados Unidos lo llevan haciendo muchos años con b...
Las carreteras que se adentran en los campos de Villanueva de la Jara (Cuenca) están repletas de cuestas y piedra caliza: una fotografía identitaria de la Manchuela conquense donde el cultivo de vid y cereales siempre ha reinado. Hasta ahora. Ángel Minaya, un empresario y agricultor de la zona, está plantando árboles de pistacho capaces de dar fruto en tres años y medio, lo que supone una revolución para un cultivo que normalmente necesita casi una década para arrojar los primeros resultados.
La técnica no es nueva, varias compañías en Estados Unidos lo llevan haciendo muchos años con buenos resultados. Ahora, Minaya, fundador de Agróptimum, una empresa que nació en 2015 y que se encarga de vender las plantas de este fruto seco y gestionar los nuevos sembríos, quiere calcar ese éxito en este municipio de Castilla-La Mancha. La apuesta agrícola se ha convertido en un negocio rentable. El último año vendió 500.000 plantas y facturó 15 millones de euros, con un resultado de explotación (ebitda) de 2,7 millones de euros. La firma también da empleo directo a 150 personas de la comarca.
Minaya no es el único que ha visto una oportunidad en este fruto seco; el cultivo —dominado por EE UU, Turquía e Irán— está ganando terreno en España gracias a su extraordinario rendimiento y viabilidad agronómica frente otras alternativas como el cereal, el almendro, el olivo o la viña. En el año 2010 se contaban a penas 1.000 hectáreas en todo el país, hoy se computan más de 66.000 hectáreas, según la Encuesta sobre Superficies y Rendimientos elaborada por el Ministerio de Agricultura.
En su viaje por California —donde se ubican campos capaces de producir hasta 6.000 kilogramos por hectárea plantada, el doble de la capacidad española—, Minaya aprendió que para mejorar el rendimiento de las cosechas tenía que dejar atrás el tronco de cornicabra, que históricamente se ha usado en España para injertar la yema del pistacho, y pasar al UCB-1, una especie más resistente a las adversidades climáticas y precoz en la producción. “Queremos hacer el Ferrari de las plantas de pistacho”, menciona dentro de uno de los calurosos viveros donde crecen las nuevas matas antes de ser trasladadas al campo.
“El UCB-1 llegó a soportar la tormenta Filomena y la última sequía extrema que tuvimos”, detalla el joven manchego. Añade que “el problema que tiene la cornicabra es que, aparte de que tarda 8 o 10 años en desarrollarse, no se adapta de las zonas que tienen elevadas humedades en el suelo porque los hongos le afectan muy directamente”.
Ahora los fondos de inversión, principales clientes de Agróptimum, ven en los pistachos la oportunidad que hace años percibieron en los almendros y en los olivos. Entre ellos se encuentra el grupo Atitlan, a quien Agróptimum gestiona casi 2.000 hectáreas de cultivos en Toledo y Talavera de la Reina en Castilla-La Mancha. Solo esta comunidad reúne el 81% de la superficie dedicada a este cultivo (53.925 hectáreas), según una encuesta del Ministerio de Agricultura.
La tecnología lidera el proceso
Casi todo el proceso es apoyado por algún tipo de componente tecnológico que Javier Gallego, director de sostenibilidad y de innovación de la empresa, considera esencial para “optimizar recursos y reducir costes”. El desarrollo de los pequeños troncos dentro de los viveros está monitoreado por dendrómetros y sensores de humedad que registran el crecimiento de los árboles. Todo se recopila en un centro de datos en la nube que determina si una planta necesita más abono o un mayor nivel de humedad. “Es como darle de comer uno por uno”, explica Minaya: “Te evitas muchos problemas que de otro modo van a aparecer cuando el árbol tenga tres o cuatro años”. De esta forma, agrega, se aseguran de que todas las plantas sean homogéneas —o como él dice, “hermanas”— y que la producción por árbol sea casi idéntica.
“Además, nuestros árboles desarrollan un sistema de raíces que te permiten trasplantar los doce meses del año”, añade Minaya mientras sostiene un tronco que ya se ha desarrollado. “Este de aquí ya tiene diez meses. Está listo para salir al campo”.
El consumo del pistacho ha crecido a un ritmo considerable en España. En 2021 y 2022 se importaron 16.725 toneladas, mientras que la media desde 2010 hasta 2020 fue de 12.500. Las ventas globales también aumentaron un 30% solo durante el último año, según desglosa Agróptimum. Su versatilidad gastronómica y atractivo precio en el mercado han hecho del pistacho “el nuevo oro verde”, como llegó a indicar el banco castellanomanchego Globalcaja. Minaya estima que sus plantas pueden producir hasta 6.000 kilos por hectárea cada año. Y cada tonelada (1.000 kilos), recogida en regadío, está valorada en unos 9.000 euros, según datos que aporta la compañía.
“Los españoles fuimos muy poco visionarios. Empezamos a arrancar los árboles macho porque no producían nada. Lo que no sabíamos es que son fundamentales porque generan el polen necesario para que germinen las hembras”, cuenta Minaya mientras recorre Casa de Olmo, el espacio que han destinado a la investigación y al desarrollo de las especies de UCB-1.
Gallego, el director de sostenibilidad, explica que lo que hace valioso al pistacho es que, a diferencia del olivar y el almendro, no tiene problemas de heladas. Sucede lo mismo con el calor: las olivas abortan la floración con las altas temperaturas y el pistacho, al venir de un clima desértico, aguanta, a pesar de que los tres necesitan la misma cantidad de agua. Así es como este árbol, que llegó a la península en mano de los romanos, que sufrió una extinción y que luego volvió gracias a la ambición del ingeniero agrónomo José Francisco Couceiro en 1986, está volviendo a repoblar los campos del centro del país.
Este año, el grupo espera llegar a los 20 millones de euros de facturación con beneficios cercanos a los 4 millones (Ebitda). Ahora se encuentra ampliando los invernaderos para alcanzar los 75.000 metros cuadrados de superficie y poner en el mercado un millón de plantas antes de que termine el 2023. Tiene la geografía a su favor. En Europa, solo España, Italia y Grecia son capaces de producir pistachos gracias al clima seco de las zonas interiores.
Actualmente, solo el 10% de las plantaciones en España se encuentran en pleno rendimiento. Los especialistas apuntan a que el mercado alcanzará su máximo potencial en los próximos cinco años. Minaya no tendrá que esperar tanto. Si nada lo impide, la primera cosecha se producirá durante el próximo septiembre. De momento, el joven emprendedor cuida y vigila los pistachos más retoños recién trasplantados. “A veces el polen no llega bien a estos árboles, por eso también usamos drones”, explica el empresario castellanomanchego, quien considera que la agricultura y la tecnología no pueden transitar caminos separados.
Donde todo el mundo ve un suelo rojizo, roca caliza y el horizonte seco de Castilla-La Mancha, Minaya, a sus 25 años, vio el futuro.
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