La gobernanza europea según San Agustín
El riesgo ahora es que se reviertan las medidas sociales y se vuelva a la rigidez de las viejas reglas fiscales
¿Sabrán las autoridades europeas gobernar la economía de la post-covid con la misma flexibilidad, acierto e innovación con que gobernaron la crisis pandémica, o volverán a caer en la torpe rigidez de la crisis de las reglas fiscales precovid? La respuesta será determinante para la prosperidad económica y social europea. Y, sin ánimo de dramatiz...
¿Sabrán las autoridades europeas gobernar la economía de la post-covid con la misma flexibilidad, acierto e innovación con que gobernaron la crisis pandémica, o volverán a caer en la torpe rigidez de la crisis de las reglas fiscales precovid? La respuesta será determinante para la prosperidad económica y social europea. Y, sin ánimo de dramatizar, también para la democracia y la propia UE. Mi recomendación para lograrlo es acudir a San Agustín. Permítanme explicarme.
Déjenme comenzar con una breve comparación entre las crisis de 2008 y de 2020. La gestión europea de la crisis financiera y de la deuda de 2008 fue un despropósito. Recuerden que a partir de 2009 sólo la economía del euro permaneció en recesión. Algo se hizo realmente mal. Los “hombres de negro” —una especie de “santa inquisición” formada por la UE, el BCE y el FMI—, impusieron recortes de gasto e inversión pública que hundieron a la economía del euro en el pozo de la recesión, provocando desempleo y pobreza prolongada. La receta de la “austeridad expansiva” fue como si el comandante de un avión al que se le gripa el motor del consumo privado en pleno vuelo decidiese, para mantenerse en el aire, apagar el motor del consumo público. Una negligencia profesional de juzgado de guardia.
¿Por qué las cosas han sido diferentes en la crisis pandémica? La respuesta es sencilla. La UE supo desprenderse del corsé de las rígidas normas fiscales de austeridad y dejó que los gobiernos nacionales tuvieran margen de maniobra para ayudar a las familias y a las empresas a permanecer a flote. La medidas fueron rápidas, eficaces y en algunos casos, muy innovadoras, como los ERTE en España. También las autoridades europeas actuaron de forma rápida e innovadora, con medidas como el programa SURE de sostenimiento del empleo o los fondos NGUE de recuperación y reestructuración, financiados por primera vez con la emisión de deuda comunitaria. Esta comparación nos deja una enseñanza: cuando hay reglas justas de reparto de los costes de la crisis y un equilibrio de responsabilidades entre autoridades comunitarias y nacionales, las recesiones son cortas y relativamente indoloras, y la recuperación de la economía, el empleo y los ingresos públicos es rápida.
Pero ahora, a la gobernanza europea se le plantea un dilema existencial: ¿Cómo diseñar una estrategia flexible que sea capaz de conciliar la deseable estabilidad macroeconómica con el necesario mantenimiento del crecimiento y del empleo? Les confieso mi temor a volver a las andadas. En la medida en que muchas de las innovaciones sociales y económicas introducidas en los últimos años son de carácter temporal, el riesgo ahora es que se reviertan las medidas del pilar social y se vuelva a la rigidez inerme de las viejas ideas de las reglas fiscales rígidas. No es un temor infundado, tal como señala un reciente informe del Consejo Económico y Social de España (CES) sobre La gobernanza de la Unión Europea. La presidencia española 2023. John Maynard Keynes nos advirtió que, más que los intereses, son las ideas las que son importantes, “tanto para bien como para mal”. Las malas ideas económicas son como las malas hierbas, nunca mueren y resurgen a las primeras de cambio. Volver a conducir la gobernanza económica europea mirando sólo el retrovisor de la estabilidad financiera, olvidando el de la estabilidad social, es arriesgarse a provocar otra fase de dolor social insoportable. Hay que recordar que el populismo político autoritario no es resultado de la maldad innata de los dirigentes populistas, sino de políticas pretendidamente liberales que han provocado un dolor social insoportable y un creciente apoyo electoral a dirigentes autoritarios.
¿Cómo gobernar la economía europea en esta nueva era de incertidumbre? Tenemos que recobrar un principio económico olvidado en las décadas de certezas y confianza exageradas que hemos dejado atrás: el principio de los trade-off, o conflictos entre objetivos igualmente deseables pero que tienen relaciones de conflicto. Además del trade-off entre estabilidad financiera y crecimiento con empleo, nos enfrentamos a otros trade-off como el que existe entre descarbonización rápida versus seguridad económica, o entre digitalización orientada a sustituir empleo versus a mejorar la empleabilidad de los trabajadores.
Se estarán preguntado cómo se puede gobernar esta nueva economía de los trade-off. Más que recomendarles un manual de economía, les sugiero leer las Confesiones de San Agustín, una especie de autobiografía de Agustín de Hipona. En una de sus confesiones, dice San Agustín: “Señor, concédeme la castidad; pero, no ahora mismo”. Este gradualismo en la búsqueda de la castidad vale también como criterio pragmático para la búsqueda de la virtud de la estabilidad macroeconómica o la de la descarbonización. Hay que aspirar a ellas, pero hay que conciliarlas con la búsqueda de otros objetivos igualmente deseables y virtuosos como son la seguridad económica y el mantenimiento de la cohesión social.
En el ámbito de la gobernanza, este principio agustiniano de los trade-off se traduce en la necesidad de construir nuevos contratos sociales que den respuesta a una pregunta: ¿quién ha de responsabilizarse de qué? Volvamos al ejemplo de las reglas fiscales y el crecimiento inclusivo. Si la UE se dotase de una política fiscal propia podría responsabilizarse de la creación de bienes públicos europeos como serían un seguro de desempleo comunitario o grandes programas de inversiones públicas necesarias para abordar las transformaciones digital y verde y lograr una autonomía industrial y tecnológica frente a las otras grandes potencias. En ese caso, podría imponer a los gobiernos nacionales reglas de disciplina fiscal más exigentes. Pero, si la UE falla en esa responsabilidad en proveedor bienes públicos europeos, entonces hay que dejar que los gobiernos nacionales puedan conciliar el objetivo de la estabilidad macroeconómica con el de la cohesión social.
Queda una última cuestión. ¿Qué tipo de gobernanza se necesita para dirigir esta economía agustiniana de los trade-off? No vale la de los gobiernos tecnocráticos. Ni tampoco la de los dictadores benevolentes. Ambos son modelos de gobernanza top-down, de arriba abajo, que no buscan el consentimiento de la sociedad (o de los empleados, en el caso de las empresas). Necesitamos una nueva aproximación a la gobernanza del tipo down-top, de abajo arriba; una gobernanza colaborativa y reiterada en el tiempo en la que el diálogo social entre todos los actores que participan en los ámbitos público y empresarial es el instrumento clave para lograr el consentimiento y la legitimidad para las políticas y reformas que necesita el progreso económico y social europeo.
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