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La economía deslumbra, pero muchos españoles no lo ven tan claro

Organismos internacionales y agencias de calificación destacan la buena marcha de las cifras pese a la incertidumbre interna y las heridas de la inflación

Dicen que la astrología se inventó para que la economía pudiese parecer una ciencia más precisa. Si la mayor parte de los análisis de la historia reciente han errado a la hora de vaticinar profundas recesiones en medio Occidente, con España los malos augurios se han demostrado especialmente desviados. Financial Times —evangelio económico al que se atribuye ...

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Dicen que la astrología se inventó para que la economía pudiese parecer una ciencia más precisa. Si la mayor parte de los análisis de la historia reciente han errado a la hora de vaticinar profundas recesiones en medio Occidente, con España los malos augurios se han demostrado especialmente desviados. Financial Times —evangelio económico al que se atribuye la popularización del acrónimo PIGS (cerdos, en inglés) para referirse a los países de la Europa del sur con problemas financieros, entre ellos España, durante la Gran Recesión— dedicó el pasado fin de semana un elogioso editorial a esta economía como la “más destacada” de Europa. En septiembre, las grandes agencias de calificación de riesgos, como S&P, Fitch y Moody’s, que ponen nota a los países en función de su capacidad para pagar su deuda, han elevado la calificación a la letra A, zona noble a la que no llegaba desde la debacle inmobiliaria.

Porque la actividad sigue creciendo, no solo con el mayor dinamismo de Europa, sino también con un vigor destacable dentro de todas las economías desarrolladas, a lomos de la ola migratoria, la buena marcha del turismo y un precio de energía barata gracias a la apuesta por las renovables. El gasto público y las exportaciones tiraron de la recuperación inmediatamente posterior a la pandemia de covid, pero ahora es el gasto interno y la inversión empresarial lo que movilizan el país. El producto interior bruto (PIB) se expandió un 3,5% en 2024 y un 3,1% interanual en el segundo trimestre de 2025, según la última revisión estadística, con más de 22 millones de personas ocupadas por primera vez en la historia. El Gobierno calcula que este año la economía cerrará con un avance del 2,7%, cerca de las previsiones del Banco de España o la OCDE (2,6%), si bien el viernes Caixabank Research elevó el pronóstico hasta el 2,9%.

En esa marea de cifras e indicadores, sin embargo, muchos españoles no reconocen sus vidas. Si el milagro económico español de antaño remite irremediablemente al pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la Gran Recesión, el cohete del que en esta ocasión ha hablado el Gobierno central despierta recelos. En la desconfianza habitan motivos tangibles de las condiciones materiales del día a día, aunque también el efecto de la crispación política y una reacción de prevención natural tras unos años vertiginosos, de grandes shocks globales, como la pandemia, la espiral de precios o la guerra en Ucrania.

La sensación de incredulidad que uno escucha en la calle o en las redes sociales cuando se habla de la buena marcha de la economía también asoma en las encuestas. El PIB per cápita sigue muy por debajo de la media europea. En una encuesta de Funcas —el centro de análisis de la Confederación de Cajas de Ahorros— del pasado junio, realizada entre 1.200 adultos, el 55% respondió que la situación económica general era peor que antes de la pandemia y el 90% consideraba que los salarios estaban perdiendo poder adquisitivo. El Termómetro 5D, que elabora 40DB para CincoDías, en base a 6.000 entrevistados, revelaba en julio unas expectativas estables, más cercanas al pesimismo moderado que al optimismo, un resultado muy similar al del trimestre anterior, pese a lo positivo del ciclo y del empleo.

En este pesimismo a la hora de valorar la marcha de las cosas hay algo atávico, al menos en España. El economista Manuel Alejandro Hidalgo, profesor en la Universidad Pablo de Olavide, suele hacer esta pregunta a sus alumnos cada año al comenzar el curso: “¿Qué tal veis la economía?”. Este año, 43 de 45 le respondieron que mal. Acto seguido, les preguntó qué tal les iba a ellos en concreto. “Y la mayoría dijo que bien”, explica divertido, pero sin mucha sorpresa. En los sondeos de clima de opinión se tiende tradicionalmente a valorar la marcha global de la economía peor que la que uno vive en su casa o a su alrededor, pero hoy por hoy hay también motivos sólidos para explicar la falta de euforia.

“Tenemos una economía muy competitiva y muestra de ellos es el superávit fuerte que tenemos pese a crecer la demanda interna, con un tirón en servicios de valor añadido, pero el crecimiento ha sido cuantitativo, se ha basado más en la suma de fuerza laboral que en mejora de la productividad, pese al último ascenso de este parámetro”, explica Raymon Torres, director de coyuntura. Ello tiene consecuencias en el día a día.

España ha sorteado la escalada inflacionista sin recesión mediante —algo poco común en la historia económica—, pero sí con heridos. Si el IPC ha subido un 25% entre 2019 y agosto de 2025, en el caso de los alimentos la subida alcanza el 35%. Y el peso de la alimentación en la cesta de la compra de los hogares más humildes es mayor que en el resto, luego hay una parte importante de la clase trabajadores con una sensación muy real de haber perdido poder adquisitivo.

El consumo de las familias ha aumentado un 6,2% en global desde finales de 2019 (descontando el efecto de la subida de los precios), pero teniendo en cuenta el aumento de la población en ese mismo periodo, el incremento se queda en solo una media del 2,9% por habitante. “Es decir, que hay gente que está consumiendo muy poquito más que antes de la pandemia, o que incluso está consumiendo menos”, apunta.

La población española ha crecido en casi dos millones de habitantes en los últimos cinco años, gracias esencialmente a la llegada de extranjeros, y roza ya los 50 millones de ciudadanos por primera vez en la historia. Esa expansión demográfica, junto con el boom del turismo, supone también un reto para las costuras del sistema, de las infraestructuras y de los servicios públicos.

Jordi Gual, catedrático de Economía del IESE y expresidente de Caixabank, lo explica de forma muy gráfica: “Si estás en listas de espera en la Sanidad, vas a tomar un tren de Cercanías y se estropea, necesitas alquilar o comprar una vivienda y no puedes… La gente se enfada, En cambio, los que no usan el Cercanías, tienen su casa y ven la inmigración como ayuda doméstica, no sienten el mismo malestar. No nos puede sorprender esa dicotomía”, explica el economista, autor de un libro reciente, Confiar no tiene precio, en el que precisamente aborda el impacto de la incertidumbre en las expectativas.

“Con el crecimiento que estamos teniendo, que es extensivo y no intensivo, las rentas llegan y nuestro sistema redistributivo las corrige. El malestar no viene por las rentas, lo que sucede es que la redistribución de riqueza ha ido a peor, en parte por las políticas de los últimos 15 o 20 años, que han provocado que el principal activo al que aspiran las personas, que es la vivienda, se ha puesto fuera del alcance de la población y hay una brecha de riqueza entre clases y entre generaciones”, añade.

Los problemas de acceso a la vivienda explican una parte muy importante del pesimismo. Las grúas vuelven a verse levantadas en los cielos de la ciudades: la construcción de viviendas creció en 2024 al mayor ritmo en 16 años, con casi 128.000 visados. Pero no bastan para cubrir la demanda en muchos lugares y tampoco ha ayudado, de momento, a frenar los desbocados precios de los pisos y casas. En pocos sitios de la zona euro crecen tanto como en España. Este mismo viernes Eurostat, la oficina estadística europea, ofreció los datos del segundo trimestre del año, que recogen un incremento del 12,8% respecto al mismo periodo del año pasado, frente al 5,4% de la media y solo superada por Portugal y Croacia.

La socióloga Belén Barreiro, fundadora de 40DB y expresidenta del CIS (2008-2010), explica que la inquietud por el mercado inmobiliario permea a casi todas las capas sociales, más allá de que los sufran directamente. “La inmensa mayoría de la población es propietaria, pero el problema genera una mala sensación de clima de país. Los jóvenes están viviendo el problema de la vivienda como un gran agravio y las personas mayores, aunque no les ocurra a ellos, están muy sensibilizados. Los únicos que no hablan de vivienda de forma espontánea son los mayores de 65, pero las generaciones posteriores de boomers lo sitúan como una gran preocupación”, explica.

Desde el Gobierno, el secretario de Estado de Economía, Israel Arroyo, advierte de que la crisis de vivienda no solo es un motivo de malestar, sino que lo consideran “el gran riesgo de la economía española”, ya que, además del problema social general, “supone una gran restricción a la movilidad, a la emancipación de los jóvenes y a la entrada de nuevos trabajadores”.

Arroyo saca pecho por la mejora real de la economía española. “Ahora tenemos un crecimiento de la productividad por hora, que es algo insólito en España, cuando el empleo crece. Hasta ahora hemos tenido un mercado de trabajo disfuncional y la productividad por trabajador subía cuando destruía empleo. Si ahora está bajando la productividad por trabajador es porque se están reduciendo jornadas”, afirma.

“Hemos sufrido tantos choques en tan poco tiempo que todos podemos sentirnos vulnerables, pero la economía se ha demostrado resiliente y, más allá del juicio subjetivo, las métricas que tenemos para medirlo así lo reflejan; se ha mejorado en redistribución, los salarios han ganado peso en el reparto de rentas y ha subido el salario mínimo”, añade. Si bien, destaca el especial impacto que supone una escalada inflacionaria como la que han vivido la mayor parte de economías desarrolladas en los últimos años. Se trata de un fenómeno que afecta a toda la población y, aunque con el tiempo los salarios crezcan y recuperen poder adquisitivo, los precios siguen viéndose altos.

La espiral de precios explica una buena parte del desgaste de la última Administración demócrata en Estados Unidos (2021-2025), relevada de nuevo por el republicano Donald Trump, pese a la buena marcha del empleo y la macroeconomía. James Carville, asesor de Bill Clinton en su exitosa carrera a la Casa Blanca en 1992, popularizó la expresión: “¡Es la economía, estúpido!”, al centrar el principal mensaje de la campaña en la crisis que sufría el país en aquel momento, bajo la presidencia de George Bush padre, y la idea pervivió como un mantra durante generaciones entre políticos de todos los países. Pero esa correlación parece haberse roto. La economía sigue siendo clave en la conversación, como demuestran las guerras comerciales y la batalla sobre la globalización, pero no tanto el ciclo económico en sí.

“Yo soy economista, pero cada vez pienso más en los factores no económicos que explican el malestar”, señala Gual.

Si tradicionalmente se consideraba que la buena o mala marcha de la economía favorecía la valoración de los políticos, la influencia toma, al menos en la actualidad, la dirección opuesta. Según Belén Barreiro, “hay quejas objetivas del ciudadano que tienen que ver con la vivienda y una cesta de la compra que se ha quedado cara, la gente tiene la sensación de que vivir es caro y, en muchos casos tiene razón”. En sus sondeos, hay menos gente contestando que no llega a fin de mes respecto que en 2022, aún así, añade, “cuando la política se valora mal, que es lo que ahorra ocurre, la evaluación de la economía deja de ser objetiva, el clima político contamina la economía. Son curvas que evolucionan a la par”. Por ejemplo, explica que en la correlación de votantes con filiación política, “los entrevistados de la derecha son más críticos con la percepción de la economía, si bien son a los que les están yendo mejor las cosas”.

Las agencias de calificación de riesgos que han subido la nota de España destacan las medidas fiscales como factores para seguir impulsado el crecimiento o la menor exposición española a los aranceles de Estados Unidos —por el peso de las exportaciones a dicho mercado—, entre otras medidas, mientras que Financial Times destaca la política aperturista con la inmigración, pese a la polémica que suscita, y la reforma laboral que redujo el empleo temporal en España al potenciar la modalidad de contratos indefinidos y fijos discontinuos. Sin embargo, tanto agencias como organismos internacionales lanzan advertencias, además de flores, sobre la magra productividad y el endémicamente alto nivel de desempleo con relación a la UE.

Manuel Alejandro Hidalgo es crítico con los análisis que atribuyen a la deuda pública o al gasto de los fondos europeos Next Generation la parte del león del dinamismo de España. “El peso de la deuda está bajando en relación al PIB y la ejecución de los fondos europeos llegaba a 49.000 [adjudicados hasta abril, respecto a los 80.000 planeados], no está ahí la explicación, ni tampoco se debe únicamente a la inmigración”, argumenta. Aun así, alerta de que las flaquezas de la economía española tiene que ver con sus fundamentos. Y atisba muchas tareas pendientes. A su juicio, “sigue habiendo un gran nivel de desempleo y una estructura productiva con un peso de las pymes que no favorece la productividad y eso es deudor del marco regulatorio”.

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