Las empresas españolas buscan cómo driblar la guerra comercial por los aranceles
Minimizar el impacto conlleva tener que renegociar contratos, compartir ajustes con los distribuidores y hallar proveedores alternativos
La teoría del caos fantasea con la idea de que el aleteo de un insecto en Hong Kong puede causar un huracán en Nueva York, pero no llega a adivinar cómo afecta al resto del mundo un arqueo de cejas de Donald Trump en su despacho de Washington. El presidente de Estados Unidos da muestras de querer imponer una política arancelaria que amenaza con efectos comerciales severos para las empresas que tienen negocios con Norteaméri...
La teoría del caos fantasea con la idea de que el aleteo de un insecto en Hong Kong puede causar un huracán en Nueva York, pero no llega a adivinar cómo afecta al resto del mundo un arqueo de cejas de Donald Trump en su despacho de Washington. El presidente de Estados Unidos da muestras de querer imponer una política arancelaria que amenaza con efectos comerciales severos para las empresas que tienen negocios con Norteamérica. En el caso de España, las exportaciones a Estados Unidos suponen unos 18.000 millones de euros, involucrando a más de 27.000 empresas de diferentes sectores, tamaños y regiones, según datos de la Cámara de Comercio de España para 2024. Se trata de un flujo moderado, atendiendo a que el total de las exportaciones de bienes españolas superó los 384.000 millones de euros en 2024, según la Secretaría de Estado de Comercio. No hay zozobra inminente, pero el estallido de la guerra comercial por los aranceles ha motivado a las empresas a desplegar un programa de medidas y prevenciones con el fin de evitar daños mayores.
Donald Trump ha demostrado tener capacidad para sobresaltar la economía a base de desdeñar las reglas del juego y la seguridad jurídica. En la última semana, logró eclipsar el anuncio para incrementar un 25% los aranceles a las importaciones de metal con la amenaza de inflar un 200% los gravámenes a productos alcohólicos provenientes de Francia u otros países europeos. De acuerdo con las estimaciones de la Cámara de Comercio de España, cargar una tasa del 25% al acero (incluyendo hierro) y al aluminio (incluyendo sus manufacturas) podría suponer, en media, una reducción del 10,4% del valor total de las exportaciones españolas de estas partidas destinadas a Estados Unidos. Las ventas actuales de estos productos en bruto, y de sus derivados, alcanzan los 1.000 millones de euros, por lo que un calentamiento arancelario “implica un impacto moderado”, señala Raúl Mínguez, director del Servicio de Estudios de la Cámara de Comercio de España. “Trump tiene en la mirilla a aquellos países con los que acumula déficits, por ejemplo Canadá o México, pero la posición de España es distinta, porque a Estados Unidos le compramos más de lo que le vendemos”, observa.
Para Joan Tristany, vicepresidente de AMEC, entidad que representa a 350 empresas industriales españolas con vocación internacional, “este es un tema en el que se impone el esperar a ver qué pasa”. Opina que “la administración Trump usa la amenaza comercial para otros objetivos políticos, como el control de la inmigración o los costes energéticos” y considera que “va dando pasos adelante y hacia atrás, se hace imprevisible”. Raúl Mínguez coincide en que “la política de Trump es una incógnita”.
Con menos temple ha reaccionado la Federación Española del Vino: “Un arancel del 200% sacaría, de manera clara y efectiva, a los vinos españoles y a los europeos de todo el mercado de EE UU”, advierte José Luis Benítez, director general de la entidad. Según sus datos, la exportación de vinos desde España con destino a ese mercado alcanzó un valor total de 390 millones de euros el año pasado. En el caso del cava, Estados Unidos está entre los cuatro países que más demanda genera, con casi 19 millones de unidades sobre un total de 253 millones de botellas que se exportaron en el último registro conocido. Javier Pagés, presidente de la DO Cava, considera que “unos aranceles del 200%, si se llegaran a confirmar, es una barbaridad. Pero, en cualquier caso sería un error renunciar a un mercado tan interesante como es el de Estados Unidos”. Pagés argumenta que “una situación coyuntural no puede conllevar la renuncia a vender allí. Hay que buscar la manera de aguantar”.
España exporta a Estados Unidos productos agroalimentarios por valor algo superior a los 3.500 millones de euros, según datos de Datacomex 2024, una factura cuyo 30% (1.013 millones) proviene de los ingresos obtenidos exclusivamente por la venta de aceite de oliva a ese destino. Los productores de aceite de oliva sienten en el cogote el peso que implicaría cargar con un gravamen aumentado.
La firma Montaraz es una de las empresas españolas, no más de media docena, que están habilitadas para exportar jamones a Estados Unidos. En su caso, es la única autorizada para enviar jamón de Extremadura. El negocio está en fase de crecimiento y los discretos envíos aéreos de hace una década se han convertido en unas expediciones marítimas de hasta 50.000 kilos anuales. “Es una situación que de una manera u otra nos va a afectar”, admiten desde la compañía. “Nos ocupa, pero no nos preocupa”, señalan desde el área de dirección de Montaraz, al analizar el impacto que provocaría un arancel. “No nos dedicamos a vender camisetas, al cliente que le gusta el producto le es difícil encontrar una alternativa”, añade.
Dar con la fórmula que ayude a sortear una guerra comercial es un reto para las empresas. “En el caso del cava, seguramente se puede apostar por potenciar las gamas altas, que son menos sensibles al impacto en el precio, y pactar con importadores y distribuidores para sacrificar márgenes”, observa Javier Pagés. Entre los exportadores del sector industrial se impone la introducción de cláusulas para ir sobre seguro: “Se acuerda con los clientes americanos que los aranceles los asuman ellos”, manifiesta Joan Tristany. Los incoterms, pliegos donde se detallan las obligaciones de cada una de las partes, permiten fijar que el cambio de condiciones lo asuma el comprador, indica el vicepresidente de AMEC. “Tenemos empresas a las que esta situación les ha pillado cerrando asuntos que llevan tiempo negociando y se preguntan qué hay que hacer constar en los contratos. Pero ya contamos con experiencia en el comercio internacional, una madurez que no teníamos hace 25 años”, explica Tristany. “Si eres activo en un mercado formas parte de él y no te conviene fijar un precio de venta y despreocuparte. Una buena política marquista pide tener control sobre tu producto, y lo mejor es hacer una gestión compartida con tus socios”, matiza Pagés.
Para Carles Mas, director del área de Economía y Empresa de la patronal Pimec, “el tamaño en este caso importa”. Observa que las pymes se pueden llevar la peor parte de la “incertidumbre” que ha sembrado en el mercado Donald Trump. Sin embargo, si de lo que se trata es de favorecer a la producción de su país, a costa de marginar aquello que llega de fuera, Mas indica que la estrategia del presidente norteamericano tiene lagunas: “el efecto sustitución de los productos no es tan inmediato”.
Evitar China a toda costa
El grupo Relats es uno de los líderes mundiales en la fabricación de cableado para la automoción. Ocupa a 1.200 trabajadores repartidos en cuatro plantas (España, Marruecos, Vietnam y China) y vende a 55 países. Pere Relats, CEO de la compañía, señala que la guerra comercial tiene efectos dañinos para el negocio. En Estados Unidos, la compañía vende a General Motors y a Ford. “Nos llega una cascada de requerimientos, donde se nos advierte que tenemos un año de plazo para retirar de nuestra cadena de suministro cualquier material que provenga de China”. Las tensiones no solo tienen que ver con las decisiones de Estados Unidos. El arancel europeo de más del 50% a la fibra de vidrio china tiene un impacto para Relats: “Una compra anual de 1,7 millones de euros se encarece 500.000 euros”, observa el CEO de la empresa. Y añade: “Una solución a corto plazo es desviar a Asia o a Marruecos la producción que hacemos en nuestra planta europea”. Relats emplea a 280 personas en su fábrica de Caldes de Montbui (Barcelona).