El clima contra la economía: el calor y la sequía se ceban con Europa
La agricultura, la construcción, el turismo y la energía afrontan cambios que pueden volver estructural lo excepcional
Ixai Uribe empezó a sentirse mal de madrugada. Llevaba dos semanas trabajando como albañil en el tejado de un edificio en Abando, en el centro de Bilbao, expuesto a un sol inclemente, sin una sombra donde cobijarse, y esa noche el joven de 23 años se revolvía inquieto en la cama: le costaba moverse y no podía levantarse. Hasta respirar con normalidad era un problema. Tras horas de insomnio, su pareja le convenció y llamaron a una ambulancia. Había sufrido un golpe de calor. Durante las siguientes dos semanas no tuvo fuerzas “ni para salir de casa”.
Las altas temperaturas son un asunto d...
Ixai Uribe empezó a sentirse mal de madrugada. Llevaba dos semanas trabajando como albañil en el tejado de un edificio en Abando, en el centro de Bilbao, expuesto a un sol inclemente, sin una sombra donde cobijarse, y esa noche el joven de 23 años se revolvía inquieto en la cama: le costaba moverse y no podía levantarse. Hasta respirar con normalidad era un problema. Tras horas de insomnio, su pareja le convenció y llamaron a una ambulancia. Había sufrido un golpe de calor. Durante las siguientes dos semanas no tuvo fuerzas “ni para salir de casa”.
Las altas temperaturas son un asunto de salud pública —el Instituto de Salud Carlos III calculó 510 muertes en España por ese motivo solo entre el 10 y el 16 de julio—, pero los cambios en el clima están alentando fenómenos meteorológicos más extremos que afectan cada vez más a la economía. ¿Cuánto cuestan las tierras quemadas, la energía para enfriar empresas y hogares, las sequías y tormentas que golpean a los cultivos, la menor producción hidroeléctrica por falta de agua, el extra que se paga por los alimentos cuando hay malas cosechas, las inundaciones que dañan infraestructuras e impiden circular a los transportes, las jornadas de trabajo anuladas o las bajas por golpe de calor?
Carsten Brzeski, economista jefe de ING Alemania, constata sus crecientes efectos sobre la economía. “Con el cambio climático, el impacto se ha hecho mayor. Las inundaciones, los incendios y ahora la sequía se notan de forma significativa tanto en el crecimiento como en la inflación. Solo los bajos niveles de agua del Rin pueden restar en torno al 0,5% del PIB alemán”, calcula.
La presencia del clima en previsiones y estadísticas económicas aumenta, pero es todavía menor. El Banco Central Europeo (BCE) avisó el mes pasado a las entidades financieras de que no están teniendo en cuenta al conceder préstamos los riesgos de catástrofes naturales, y el Gobierno español señalaba en sus datos de empleo de julio que la subida de los termómetros había podido impactar a las contrataciones en la construcción y la agricultura, pero sin ofrecer números. “Es una percepción basada en el peor comportamiento durante la ola de calor de esos sectores que se desarrollan al aire libre”, afirma un portavoz del Ministerio de Seguridad Social.
Para Brzeski, de ING, al ser más difíciles de predecir, los shocks climáticos traerán más volatilidad. “El BCE tendrá que prestar más atención al cambio climático porque aumentará las fluctuaciones de crecimiento e inflación”. El calor es el gran tema de conversación entre los europeos este verano. La queja ante el bochorno es recurrente, condiciona decisiones como dónde pasar las vacaciones o cómo enfriar la casa en un contexto de precios disparados de la electricidad, y se extiende la preocupación ante la idea de que el calentamiento global vuelva estructural lo que hasta ahora parecía excepcional.
El continente sufre la arremetida como pocas veces antes. Los trenes británicos pararon varios días de julio por miedo a que las vías, hirviendo bajo un calor inédito, se expandieran, se doblaran y se rompieran. El Gobierno francés ha elevado los límites de temperatura de los ríos a la que se permite que los reactores nucleares viertan agua tras utilizarla para refrigerar sus instalaciones, para que no tengan que parar justo cuando más falta hacen. El río Po, el más largo de Italia, pierde terreno frente al Mar Adriático en medio de una sequía histórica que ha dejado al descubierto una bomba de la Segunda Guerra Mundial, y cunde el desasosiego porque su mayor salinidad puede afectar a la agricultura y la pesca. Y en Alemania, el bajo nivel del agua está complicando la navegación por el Rin, el río más utilizado de la UE para transportar mercancías y materias primas, entre ellas suministros clave como combustibles, carbón, productos químicos, metales o cereales, hasta el punto de que muchos barcos deben ir medio vacíos para que su peso no les haga hundirse hasta tocar tierra, lo que ha provocado retrasos y multiplicado el precio de los trayectos.
¿Un vuelco del mapa turístico?
“Asistimos a contratiempos que tienen tendencia a convertirse en estructurales”, dice Roland Gillet, profesor de Economía Financiera en la Sorbona de París y en la Universidad Libre de Bruselas. “La canícula hace que cambiemos nuestro comportamiento como consumidores: bebemos más líquido, comemos menos fuera para evitar el calor, y viajamos más a la montaña para encontrar temperaturas frescas. A largo plazo puede hacer que unos destinos turísticos suban frente a otros. Por ejemplo, el fin de semana pasado di una charla en Bélgica en el Mar del Norte, junto a una buena playa y un calor agradable de 25 grados, no de 40 grados como en España”.
Jaume Rosselló, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de las Islas Baleares, lleva años estudiando los efectos del cambio climático sobre el turismo, un sector clave para la economía española. Insiste en diferenciar el clima, cuyo estudio debe ser siempre a largo plazo, de fenómenos meteorológicos puntuales. Pero reconoce que, si bien ve imposible responder de forma tajante a la pregunta de si el cambio climático influye en el turismo, existen indicios de que así es. “Igual que en la elección de un alemán de ir a España y no a Australia incide la cercanía geográfica, y en la de optar por España frente a Argelia influye el nivel de desarrollo y la seguridad, el clima también es un factor”, dice.
Uno de sus estudios concluyó que los británicos reservaban más estancias en Menorca cuando llovía en el Reino Unido que cuando no lo hacía, una correlación que puede replicarse en el futuro en sentido contrario. “Si la temperatura mundial aumenta, es de esperar que el mapa turístico cambie, y que crezca en zonas ahora demasiado frías”. En ese contexto, España podría salir perjudicada. “Es probable que los turistas británicos salgan menos de su país si allí la temperatura es más alta”, explica Rosselló, que lamenta la falta de investigación en este ámbito, a diferencia de lo que ocurre con los estudios sobre el impacto del cambio en la agricultura o la ganadería.
La construcción, expuesta a los elementos
De vuelta al presente, la muerte del barrendero José Antonio González en Vallecas (Madrid) por un golpe de calor generó un debate sobre las condiciones laborales en periodos de altas temperaturas. ¿Se puede ser igual de productivo y mantener la exigencia física en un entorno donde ni siquiera hay paseantes que se atrevan a poner un pie en la calle?
La patronal de la construcción (CNC) no tiene constancia de que se hayan interrumpido obras por este motivo, mientras los sindicatos avisan de que proliferan los incumplimientos. Comisiones Obreras ha denunciado a 19 constructoras en Málaga por no seguir las medidas de prevención ante golpes de calor, y a 32 obras en la Comunidad de Madrid por no cumplir la jornada continua que reduce a siete las horas de trabajo en la fase más crítica del verano. La semana pasada, un empleado del sector ingresó en la UCI por un golpe de calor en Extremadura, y otro ha pasado 16 días en coma en Málaga.
Los seguros agrícolas multiplican las indemnizaciones
En la actividad agrícola es donde parece más sencillo medir los efectos negativos de sequías, olas de calor, inundaciones o tormentas, porque es altamente dependiente de la meteorología y pueden compararse los datos entre años. En 2022, según Cooperativas Agro-alimentarias de España, la cosecha de cereales alcanzará las 18 millones de toneladas, un 23% menos respecto a la media de los últimos tres años, por la falta de lluvia y el calor de mayo y junio. En el vino, las previsiones apuntan a una cosecha hasta un 20% por debajo de la media. Y en la ganadería hay problemas de suministro de agua, más gasto en electricidad para refrigerar las explotaciones, menos rendimientos de las cabañas lecheras y más mortalidad, informa Vidal Maté.
La organización de agricultores Asaja ya ha propuesto movilizaciones tras el verano por “el desbocado aumento de los costes de producción, unos precios en origen que no permiten alcanzar una mínima rentabilidad, mermas de producción generalizadas como consecuencia de la sequía y un otoño plagado de incertidumbres y malos augurios”. Las reservas de agua en España están en el 39,2%, su nivel más bajo desde 1995.
Los seguros agrícolas, que cubren prácticamente todos los riesgos climáticos, están pagando más indemnizaciones. En 2021 abonaron 722 millones de euros, la segunda cifra más alta en los 42 años del sistema español, y en el primer semestre de 2022 la estimación es de 514 millones, la más alta, y un 12% mayor que el año pasado. Se debe sobre todo a dos fenómenos: la helada que afectó a los frutales y almendros en abril, y la fuerte sequía.
“Es lógico pensar que el constante aumento de los eventos climáticos adversos, debido al efecto del cambio climático, irremediablemente ha de incidir en el coste del seguro”, avisa un portavoz de Agroseguro, que reúne a las principales firmas del sector. En los cinco años precedentes, las principales indemnizaciones han sido por granizo (978 millones), heladas (506 millones), sequías (305 millones), lluvias e inundaciones (275 millones), y viento (139 millones).
Un cambio de color
El noruego Fabian Ronningen, analista de mercados energéticos de Rystad Energy, señala que la falta de agua ha contribuido además a que en España e Italia se redujera un 44% la producción de energía hidroeléctrica en los primeros seis meses del año frente a 2021. “Dado que ambos países tienen esta fuente de energía como una parte importante de su mix, han tenido que reemplazarla por otras, principalmente por gas natural, por lo que ha aumentado la demanda de gas para el sector eléctrico en ambos países a pesar de sus altos precios”.
Europa ha cambiado este verano el verdor de sus paisajes por praderas amarillentas y secas. Sus ríos se vuelven en algunos tramos carreteras de arena hacia ninguna parte. Y las consecuencias pueden prolongarse durante meses. En plena ola inflacionista, en Francia se preguntan si sus vacas tendrán hierba para alimentarse este invierno, y especulan con nuevas subidas de precios en todos los productos lácteos, del yogurt, a la mantequilla o sus famosos quesos.
Con la guerra de Ucrania en marcha, la crisis energética vigente y las cadenas de suministro bajo tensión, el clima no es todavía el principal motor de la desaceleración económica (en Francia hay analistas que calculan el impacto de la sequía en dos décimas de PIB), pero sus efectos a largo plazo inquietan.
Una publicación de CaixaBank resume así la cara factura a la que se enfrenta la humanidad. “El cambio climático produce efectos económicos en cascada, afectando a la capacidad de trabajo y la productividad, perturbando las infraestructuras de energía, transporte y agua, aumentando la demanda energética y elevando el riesgo de incendios. A estos efectos habría que sumar la dificultad que vaticinan los inversores para que ciertos sectores productivos —como el turismo o la construcción— puedan seguir operando con normalidad”.