El seísmo de Evergrande provocará temblores fuera de China
Los expertos coinciden en que la crisis de la inmobiliaria afectará al crecimiento y puede hacer caer las materias primas, pero evitan comparaciones con Lehman Brothers
Una forma rápida de tratar de explicar nuevas crisis es aludir a fenómenos traumáticos sucedidos antes. La Wuhan confinada fue comparada con la radiactiva Chernóbil, y en medio de la crisis de deuda no faltaron las equiparaciones entre la España amedrentada por la prima de riesgo y la Grecia rescatada. La inmobiliaria china Evergrande, asfixiada por una ingente deuda, y el desaparecido banco de inversión Lehman Brothers, ...
Una forma rápida de tratar de explicar nuevas crisis es aludir a fenómenos traumáticos sucedidos antes. La Wuhan confinada fue comparada con la radiactiva Chernóbil, y en medio de la crisis de deuda no faltaron las equiparaciones entre la España amedrentada por la prima de riesgo y la Grecia rescatada. La inmobiliaria china Evergrande, asfixiada por una ingente deuda, y el desaparecido banco de inversión Lehman Brothers, hoy convertido en símbolo de los excesos del capitalismo, son la última dupla en participar en ese juego de espejos. Pero si las analogías son el camino más corto para dar dimensión a una crisis, pocas veces son el más exacto: los expertos consultados coinciden en que la posible quiebra de Evergrande estará lejos de desatar un pánico financiero global al estilo de Lehman Brothers, aunque su descenso a los infiernos no saldrá gratis ni en China ni fuera de sus fronteras.
A simple vista, una bancarrota de Evergrande tiene los ingredientes para parecer una amenaza de primera magnitud: como sucede con otras firmas del gigante asiático, no destaca por su transparencia, tiene una deuda de 305.000 millones de dólares ―unos 260.000 millones de euros, el 2% del PIB chino― repartida por la segunda mayor economía del mundo, facturas pendientes con miles de proveedores, y forma parte de un sector sobreendeudado en un país que en los últimos años ya ha dado varios sustos a los mercados, y al que muchos señalan como incubadora de burbujas y origen probable de la próxima gran crisis.
La realidad, sin embargo, es que hace falta mucho más que eso para volver a llevar al sistema al borde del colapso. El martes pasado, la economista jefa de la OCDE, Laurence Boone, insistió en que el sistema financiero chino está poco conectado con el exterior, y defendió que Pekín tiene margen monetario y presupuestario para amortiguar el golpe de la quiebra de la segunda mayor inmobiliaria del país. Dos días después, el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, también quitaba hierro al problema mientras los mercados vivían una montaña rusa de emociones mirando a China. Powell recordó que EE UU apenas tiene exposición directa, e incluso rebajó las implicaciones para los grandes bancos chinos.
Ignacio de la Torre, economista jefe de Arcano, explica que una promotora, por definición, no está tan interconectada como un gran banco de inversión norteamericano. Y aun cuando la crisis contaminara al sector bancario, la situación tiene visos de ser manejable. “China es una economía con una cuenta de capitales cerrada. Es decir, no existe libertad para comprar y vender activos financieros chinos. Ni los chinos pueden invertir libremente sus ahorros fuera ni viceversa. Eso implica que el contagio de una eventual crisis bancaria hacia el resto del mundo sería muy limitada”.
Los analistas de Natixis IM son aún más contundentes en su diagnóstico, en el que se aprecia cierto hartazgo con las profecías apocalípticas de los últimos días. “Esto no es Lehman. No es el fin del mundo y no es algo por lo que tengamos que ponernos a cubierto. Los pasivos financieros afectados son simplemente demasiado pequeños y están demasiado repartidos para suponer una amenaza sistémica a escala mundial”. Evergrande, pese a sus colosales dimensiones, representa solo el 0,2% de la exposición total de los préstamos de la banca china.
El lunes pasado, el fin del mundo no parecía cerca, pero no era descabellado pensar en el comienzo de una severa corrección en los mercados globales. Las incógnitas sobre su quiebra, el papel del Gobierno chino en la reestructuración, y qué pasará con los 1,5 millones de viviendas por entregar a propietarios que ya han pagado por ellas no han desaparecido, pero el incendio se fue consumiendo conforme transcurría la semana, hasta el punto de que los principales índices mundiales ya han recuperado lo perdido. Nadie descarta que en el actual clima de volatilidad e incertidumbre, el fuego pueda reavivarse entre los inversores.
¿El inicio de la desaceleración china?
Aunque Evergrande no parece que vaya a protagonizar el momento Lehman chino, las réplicas de su debacle se dejarán sentir también en el exterior. Un informe de BBVA Research anticipa un escenario de impago, y De la Torre es de la misma opinión: estima que la pregunta no es si quebrará, sino cuándo lo hará. La voladura del gigante, controlada o no, marcará un antes y un después en el sector inmobiliario chino, que probablemente no volverá a ser el mismo. Según JP Morgan, ahora supone un 14% del PIB, cifra que sube hasta el 25% si se tiene en cuenta su contribución indirecta a la actividad. “La economía se vería afectada si el sector inmobiliario se desacelerara drásticamente”, dice un informe del banco estadounidense.
Los vaticinios no son halagüeños. De la Torre prevé que el avance del PIB chino, uno de los grandes motores del crecimiento global en las últimas décadas, se ralentizará a tasas por debajo del 4% anual desde 2023. Y Fitch ya se ha apresurado a rebajar tres décimas su previsión de crecimiento para este año, del 8,4% al 8,1%. La premisa es que si la construcción pierde parte de su enorme peso —acuciada por las deudas, la sobreoferta de millones de casas vacías y el menor éxodo del campo a las ciudades— puede aumentar el desempleo y reducirse el consumo. Todo eso en un contexto de debilidad demográfica que ha llevado a Pekín a permitir a las familias tener un tercer hijo.
El frenazo tendría efectos inmediatos, y no solo para las empresas occidentales con intereses en China. Sin nuevas urbes que edificar, se reducirían las necesidades de materias primas, muchas de las cuales adquieren en el exterior. Pero no hace falta esperar para encontrar efectos del terremoto Evergrande, como apunta Celso Otero, gestor de fondos de Renta 4. “El precio del hierro ha caído más de un 50% desde mediados de julio porque China es el mayor consumidor del mundo [compra el 75,4% del total]. Es una economía de 1.400 millones de personas, es muy difícil que no afecte a otras de manera indirecta”. La demanda de acero, cobre, zinc, aluminio o níquel, de las que China es también el principal consumidor, también amenaza con resentirse, y las alertas ya han empezado a saltar en Latinoamérica, donde países como Brasil, Chile y Perú están entre los grandes productores de estas materias primas. Como efecto colateral positivo, la caída de los precios podría abaratar la construcción de viviendas.
Europa también es uno de sus grandes socios comerciales. Según el ICEX, la UE fue el mayor proveedor de China en 2020 (12,6% de cuota de mercado), seguido de Taiwán (9,8%) y Japón (8,5%). España, con un 0,5%, subió al puesto 35 desde el 40, tras enviar mercancías y servicios por valor de 8.169 millones de euros. 14.509 empresas españolas exportaron a China el año pasado. Es complejo medir la cuantía del impacto global. La OCDE calcula que una eventual caída del 2% de la demanda china en dos años reduciría la actividad económica mundial en un 0,5%.
Tal vez Evergrande no sea Lehman Brothers, ni aun cuando algunos de sus peores vicios se le parezcan —deuda, exposición a una burbuja inmobiliaria—, pero su derrumbe no es un asunto que preocupe solo a Pekín.