Análisis:

Construyendo futuro

Mencionas a Miguel Ríos y todavía surgen graciosetes: "Ah, Mike Rivers". Como si el hecho de que sus primeros discos salieran bajo el nombre Mike Ríos fuera un grave pecado. Cuanta ignorancia: en 1962, el principal soporte eran los vinilos de cuatro canciones, donde las discográficas determinaban lo que iba dentro y lo que ponía fuera. No percibo ese retintín al hablar de Johnny Hallyday (Jean-Philippe Smet) o Cliff Richard (Harry Rodger Webb).

Ríos y un puñado de locos se inventaron lo de cantar rock en España, cuando hacer material original era inconcebible y los artistas rondaban por...

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Mencionas a Miguel Ríos y todavía surgen graciosetes: "Ah, Mike Rivers". Como si el hecho de que sus primeros discos salieran bajo el nombre Mike Ríos fuera un grave pecado. Cuanta ignorancia: en 1962, el principal soporte eran los vinilos de cuatro canciones, donde las discográficas determinaban lo que iba dentro y lo que ponía fuera. No percibo ese retintín al hablar de Johnny Hallyday (Jean-Philippe Smet) o Cliff Richard (Harry Rodger Webb).

Ríos y un puñado de locos se inventaron lo de cantar rock en España, cuando hacer material original era inconcebible y los artistas rondaban por las editoriales, para rogar al señor Algueró de turno que les permitiera interpretar alguna versión medianamente adaptable a su estilo. Ya le distinguía el afán de perfeccionarse, de dignificar una música aquí considerada como moda desechable.

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En el camino se encontró con un pelotazo mundial (Himno a la alegría) que le permitió visitar California e impregnarse de contracultura. En 1972, cuando la mayoría de la generación del Price cultivaba la balada romántica o confeccionaba éxitos para el verano, él defendía sus conciertos de rock y amor. Tuvo el honor de ser el primer rockero detenido por la policía con propósitos aleccionadores. Con todo, insistió en comunicar sus preocupaciones, fueran la guerra nuclear (El huerto atómico) o sus raíces culturales (Al-Andalus).

Cuando llegó la apertura democrática, el país asumió que el rock era uno de los símbolos de modernidad. Por primera vez, Miguel no remaba contracorriente. En gran medida, fueron sus giras las que lograron que España se habituara al rock, como expresión que requería una infraestructura técnica, y a las peculiaridades de su público. Nadie olvide que dominaba la barbarie: Barcelona recibía a los Rolling Stones con cargas policiales y bombas de humo lanzadas al interior del recinto.

El final de los setenta y el principio de los ochenta fueron suyos. Era tan omnipresente que la caída resultó estrepitosa. Conviene quedarse con su tenacidad para crear repertorio inteligente y notables intuiciones, como la de aproximar el incierto rock español a los robustos movimientos de Argentina o México.

Aguantó el tirón durante los noventa. Puede que fuera un error táctico el sumarse al clan de los cantautores cívicos pero supo emanciparse con su propio sello y probar con una big band, con Kurt Weill, con el blues. Una trayectoria francamente prodigiosa para alguien que debutó con la etiqueta impuesta de rey del twist.

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