ESCALERA INTERIOR

Una playa como una isla

Eso piensa ella cuando la recorre cada tarde, que esa playa es como una isla y hasta algo más, todo un país, una nación entera, singular y escogida entre todas, una armonía tan perfecta que parece de otro mundo.

-Pues mi cuñada, hija, ya te digo… -cuatro vecinas del pueblo, maduras pero pizpiretas a la vez, todas ligeramente más allá del número cincuenta, en la edad y en la talla de los biquinis multicolores que se han embutido sin ningún complejo, pasean hoy delante de ella-. Toda la vida comiendo como una lima, oye, y canija, canija, está, que se pone los vestidos de mi sobrina, y yo ...

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Eso piensa ella cuando la recorre cada tarde, que esa playa es como una isla y hasta algo más, todo un país, una nación entera, singular y escogida entre todas, una armonía tan perfecta que parece de otro mundo.

-Pues mi cuñada, hija, ya te digo… -cuatro vecinas del pueblo, maduras pero pizpiretas a la vez, todas ligeramente más allá del número cincuenta, en la edad y en la talla de los biquinis multicolores que se han embutido sin ningún complejo, pasean hoy delante de ella-. Toda la vida comiendo como una lima, oye, y canija, canija, está, que se pone los vestidos de mi sobrina, y yo le digo: ¡Merchi, pero qué haces tú para estar tan flaca! Y ella, pues na, ya ves, la constitución que tiene una…

"La playa es suya, y de ellas, es de todos. Una playa perfecta. La playa sin ley"

El poniente le permite seguir sin esfuerzo la conversación de las andarinas que la preceden, como el levante traerá a sus oídos, cualquier día de estos, la charla de quienes caminen detrás de ella.

-¡Qué suerte, hija mía! Porque yo… ¡Hasta las acedías me hago a la plancha! Y na, que no hay manera…

Así pasan junto al primer nudista, un hombre mayor que ellas, moreno como un tizón y depilado de arriba abajo, que atiende de pie, ante las dunas, al ajetreo de las olas y al de los paseantes. A partir de aquí se multiplica la variedad, proporciones diversas de piel y de tela durante un tramo muy largo, parejas de hombres, parejas de mujeres, parejas de hombres y mujeres, y grupos, a veces desnudos todos, a veces ninguno, cada uno a su aire casi siempre. En primera línea, un hombre toma el sol sin bañador mientras, a su lado, una mujer hace top-less. Un poco más allá es al revés, él lee púdicamente cubierto y ella se expone al sol sin barreras. Más allá, tres amigas, una desnuda, otra en biquini, la tercera solo con la parte de abajo, cerca de una familia peculiar, el padre sin nada, como la hija mayor, la madre vestida, la pequeña con tanga. En las dunas, sin embargo, el paisaje se uniformiza. Aquí solo hay hombres desnudos haciendo como que otean el paisaje, aunque en realidad se exhiben, por si cae algo… Ellos han venido a la playa a pescar, igual que los niños que se afanan con un cubo y un cazamariposas en la orilla de los corrales, en pos de almejas y camarones. Antes de convertirse en la playa nudista más rara, divertida y apacible de España, esta era una de las zonas gays más famosas de Andalucía. Ahora ha sido capaz de absorber todo lo demás, sin renunciar a sí misma.

-Pues ahora que lo dices… -las cuatro andarinas que vienen desde el pueblo para chismorrear con la excusa de hacer un poco de ejercicio lo saben, pero ni se extrañan ni se escandalizan, todo lo contrario-. ¿Sabes dónde ponen los boquerones a la plancha ricos de verdad? Verás tú… ¡Ay! ¿Cómo se llama ese bar, madre mía?

Los hombres desnudos que pasean entre las dunas las ven pasar con la misma tranquilidad. Ellos tampoco se extrañan, ni se escandalizan, también al contrario. En teoría, esta playa les pertenece, pero jamás se les ocurriría decirles a las mujeres de los biquinis floreados que dieran un rodeo, o que se desnudaran para pasar delante de ellos. ¿Por qué? Esta playa es suya, y de ellas, es de todos. Una playa perfecta. La playa sin ley.

-¡Adiós, Auxi! -por eso, un nudista guapo, atlético, sentado directamente en la arena, saluda a su vecina al verla pasar por delante-. Que no saludas…

-Tú ándate con ojo, Manolo, hijo -responde ella-, ¡que se te va a poner bueno de arena el berberecho!

Y todos se parten de risa, el aludido, su vecina, las tres amigas que la acompañan, los bañistas de alrededor y también ella, que nunca deja de saludar a la gente con la que se encuentra cada tarde, esté vestida o desnuda, en las dunas o al borde del mar.

-¿Pero cuál dices? -y la cuñada de Merchi retoma la conversación de los boquerones a la plancha, que le han abierto el apetito-. ¿Ese pequeño, del Molino…?

-¡No, mujer! Verás tú… Ponte en el instituto nuevo…

Entonces, el poniente vira a sur, y se pierde la referencia de un bar que podría resultar interesante, pero todo lo demás sigue igual. Al borde del chiringuito que, en teoría, marca la frontera entre la zona nudista, que termina, y la textil, que vuelve a empezar, la confusión permanece intacta. Las tumbonas, las sombrillas, la zona del chill-out, se reparten escrupulosamente entre gente desnuda, vestida y a medias, a la que los camareros atienden con la misma naturalidad y eficiencia. Este es el límite del prodigio. Más allá, la playa, sin dejar de ser la misma, cambia de nombre, y el top-less acapara el dominio de la audacia. Pero el tráfico de paseantes de cualquier edad y condición no cesa en esta dirección, ni en la contraria.

A ella le gusta creer que no cesará nunca, porque todas las tardes, cuando recorre esta playa hasta el punto en el que puede adentrarse en el mar para nadar hasta la boya en línea recta, y después, al atravesarla de nuevo para volver a casa, siente que, a pesar de todo, vive en un país civilizado.

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