Reportaje:COMPLEMENTOS

La novia de París

Dice que dejó las relaciones públicas porque era demasiado franca. Dice que su lado italiano le perdía. Dice que le espetaba a la gente lo que de verdad pensaba de ellos. Cuando está de buen humor, en efecto, Camille Miceli dice muchas cosas. Temperamental, impaciente, alocada y divertida, esta francesa de treinta y tantos se ha convertido en una de las mujeres más respetadas de la escena de la moda parisiense. Y eso que -hasta no hace mucho- sus atribuciones en la industria eran, cuanto menos, difusas. Una situación que cambió en octubre de 2009. Bernard Arnault movió fichas dentro de su impe...

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Dice que dejó las relaciones públicas porque era demasiado franca. Dice que su lado italiano le perdía. Dice que le espetaba a la gente lo que de verdad pensaba de ellos. Cuando está de buen humor, en efecto, Camille Miceli dice muchas cosas. Temperamental, impaciente, alocada y divertida, esta francesa de treinta y tantos se ha convertido en una de las mujeres más respetadas de la escena de la moda parisiense. Y eso que -hasta no hace mucho- sus atribuciones en la industria eran, cuanto menos, difusas. Una situación que cambió en octubre de 2009. Bernard Arnault movió fichas dentro de su imperio -Louis Vuitton Moet Hennessy (LVMH), el mayor grupo de lujo del mundo- y la traspasó desde Louis Vuitton hasta Christian Dior. Fue su hija, Delphine, la encargada de proponerle a la díscola Camille que abandonara el regazo de Marc Jacobs para convertirse en diseñadora de bisutería y asesora de accesorios en Dior.

"A Marc Jacobs y a mí nos entristecía separarnos. Pero fue muy generoso y me animó a dar el salto"
"El diálogo con John Galliano es muy simple. Ves un libro lleno de imágenes. Las digieres y vuelves con tus ideas"

No era una decisión fácil. Camille llevaba 12 años junto a Jacobs en Vuitton. Llegaron al tiempo a la casa, en 1997. Ella era una atrevida francesa, educada en el selecto colegio Lubeck y jefa de relaciones públicas en Chanel; él, un estadounidense provocador llamado a renovar una institución de la marroquinería. Los había presentado Naomi Campbell en una fiesta tres meses antes de que Jacobs fuera fichado por Vuitton y se entendieron de inmediato. Hija de una estilista y un editor de libros de arte, Miceli se convirtió en asesora en general y musa en particular de Marc. Le inició en el arte

-que ahora Jacobs colecciona con tanta ávidez como sus tatuajes-, le ayudó a encontrar apartamentos y le guió por aquella ciudad, nueva para él, que ella conocía tan bien. Miceli expresó pronto sus inquietudes creativas y con el cambio de siglo se institucionalizó su área de responsabilidad. Se ocuparía de las joyas y de los accesorios. Amante de las piezas furiosas, exageradas y juguetonas creó (por primera vez) algo parecido a una demanda por collares y pulseras firmados por Vuitton. En 2008, junto al músico Pharell Williams, concibió una irreverente colección de alta joyería llamada Blason.

"Ambos estábamos tristes al principio por separarnos, pero somos amigos y él me animó a dar este paso", dice Miceli sobre su divorcio profesional de Jacobs. "Ha sido muy generoso y sabía que este era un buen salto para mí. Nuestra relación trasciende a lo profesional. Hay ciclos y etapas para todo, pero 12 años son mucho tiempo. Probablemente, él también necesitaba cambiar de equipo. Ahora tiene un nuevo novio, antes su vida era diferente…". En efecto, el cambio ha sido radical para Jacobs en su estudio francés. La marcha de Miceli ha coincidido con la de Peter Copping, que llegó a Vuitton al mismo tiempo que ella y acabó siendo responsable de la colección de mujer. También el año pasado se anunció que el británico fichaba como nuevo director creativo de Nina Ricci.

Miceli es una de esas personas que se agitan (literalmente) en sus asientos. Tiene algo eléctrico. Lleva un mono verde, un chaleco de pelo en varios tonos de rosa y botas de leopardo. Un atuendo tan ecléctico exige de una personalidad arrolladora como complemento indispensable. Se define a sí misma como "una niña mimada" y se nota que le gusta jugársela. No solo con la ropa. Su nombramiento la convierte en la cuarta cocinera de una de las pocas marcas que apuesta por unos fogones compartidos. La coloca en la tierra media que separa a John Galliano -el diseñador de mujer- de Victoire de Castellane -que se ocupa de la colección de alta joyería. Kris Van Assche, responsable de la división masculina, completa el menú.

Sidney Toledano, el presidente de la compañía, se ocupa de mantener en orden la cocina. Pero en este caso, la competencia con Victoire de Castellane es poco probable. Fueron al mismo colegio, Lubeck, cuyas estilosas alumnas tienden a acabar, de una u otra forma, en las oficinas Chanel. Ambas empezaron allí sus carreras. Camille se empleó desde la mayoría de edad hasta los 26 años en el departamento de relaciones públicas (tras un breve paso por Azzedine Alaïa) y Victoire fichó como diseñadora jefe de accesorios durante 14 años. Karl Lagerfeld ejerció de padrino de ambas. Después de todo, es un buen amigo de la madre de Camille y su mano derecha durante mucho tiempo fue Gilles Dufour, tío de Victoire. Pero la relación de estas dos mujeres es aún más intrincada. Desde la infancia, la mejor amiga de Miceli es Matilde Agostinelli, relaciones públicas de Prada y hermana de De Castellane. "Victoire es como de la familia y no puedo admirar más su trabajo", afirma Camille. Con un punto de orgullo, explica que ella fue una de las primeras personas a las que mostró sus primeros diseños para Dior. "Me importaba mucho su opinión. Victoire me dijo que estaba asombrada de que hubiera hecho tanto en tan poco tiempo y fue muy entusiasta".

Desde su llegada a Dior, Miceli ha diseñado tres colecciones de bisutería y ha supervisado la creación de dos potentes bolsos, el modelo 3D y el Libertine. Debutó en pasarela en enero con los extravagantes pedruscos reventados que completaban la colección de alta costura de John Galliano, inspirada en la excéntrica heredera Millicent Rogers, los vestidos de Charles James y las amazonas. "El diálogo con el estudio de Galliano es muy simple. Te enseñan un libro de imágenes, referencias y bocetos. Te vas a tu casa, lo digieres, piensas sobre ello y vuelves con tus ideas. Trabajo sólo con la memoria. De hecho, no oí hablar de Rogers hasta el día del desfile. Mi punto de partida fue una instalación de Michelangelo Pistoletto en la Bienal de Venecia de 2009, Twenty-two less two. Rompió todos los espejos gigantes de una sala, excepto dos. Yo también quise experimentar con los materiales, porque esto es alta costura, al final. Así que metí una piedra en el horno y la hice explotar. Tienes que destrozar cuatro para obtener una buena", cuenta traviesa.

Esas piezas, aun siendo bisutería solo se pueden adquirir por encargo, así que la primera de sus colecciones que se somete a la prueba comercial es la de este otoño, que acaba de llegar a las tiendas. Perlas, rosas y abstractos muguetes de laberínticos recorridos y abultados resultados que resucitan los clásicos códigos y obsesiones de Christian Dior. "De momento, Monsieur Dior me inspira por sí mismo. A lo mejor luego necesito otra energía, pero en este momento de cambio, las ideas vienen rápidas", explica. Con uno de sus vehementes gestos, rechaza la política de colaboraciones que tan buenos resultados le reportó en Louis Vuitton.

Por primera vez, se enfrenta sola a los retos del diseño. Curiosamente, la responsabilidad no le ha hecho cambiar su despreocupada forma de ver la vida. Mientras repasa sus últimas adquisiones artísticas, confiesa: "En realidad, no tengo espacio para meter las cosas que me compro y todo se queda en la galería. Soy una niña mimada".

Collar de la línea Diorchester, de la diseñadora Camille Miceli

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