Reportaje:MODA

El retorno de la gabardina

No se recordaba una expectación parecida en la Semana de la Moda de Londres desde hacía mucho tiempo. El pasado mes de septiembre, Burberry desfilaba en la capital británica por primera vez en sus 153 años de historia. Hasta entonces, Prorsum, su línea más experimental, desembarcaba cada año en la pasarela milanesa. En esta ocasión la firma había querido jugar en casa y el estudiadamente desaliñado público londinense se había vestido para la ocasión.

La colección para la primavera-verano 2010 revisa con naturalidad los clásicos de la firma. Gabardinas exquisitamente giradas y anu...

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No se recordaba una expectación parecida en la Semana de la Moda de Londres desde hacía mucho tiempo. El pasado mes de septiembre, Burberry desfilaba en la capital británica por primera vez en sus 153 años de historia. Hasta entonces, Prorsum, su línea más experimental, desembarcaba cada año en la pasarela milanesa. En esta ocasión la firma había querido jugar en casa y el estudiadamente desaliñado público londinense se había vestido para la ocasión.

La colección para la primavera-verano 2010 revisa con naturalidad los clásicos de la firma. Gabardinas exquisitamente giradas y anudadas, pinceladas de homenaje al pasado militar y bolsos con el emblemático estampado de cuadros. "Es un clásico retorcido", explicaba su presidente ejecutivo creativo Christopher Bailey. Este británico lleva nueve años al frente de la tradicional casa británica y ya no sólo es el responsable del diseño de todas las colecciones, sino que también dirige las campañas de publicidad, la decoración de las tiendas, el escaparatismo o el packaging. Incluso, supervisó la arquitectura y el interiorismo de la nueva sede de Burberry en Horseferry Road, donde se mudaron a mediados del año pasado.

En el backstage, Bailey recibía abrazos y de una hilera de actores, amigos, personalidades de la política y gurús de la moda. Carine Roitfeld, la directora de la edición francesa de Vogue, se encaprichó con uno de los cinturones de la colección y automáticamente recibió uno. Con Victoria Beckham llegó un aluvión de flashes que Bailey aguantó con estoica tranquilidad.

Un par de días más tarde, pasada la resaca de las celebraciones, Bailey -de 38 años y pálido físico de adolescente- quita importancia a la gran repercusión del desfile: "Sí, vinieron muchas estrellas. Cuando dijimos que volvíamos a Londres, muchos amigos quisieron mostrar su apoyo. Yo soy muy racional con estas cosas, creo que se debe tratar a todo el mundo de la misma manera". La entrevista tiene lugar en su despacho, encaramado en el último piso de las oficinas centrales de Burberry en Londres. Hijo de un carpintero y una escaparatista de Marks and Spencer, Bailey es conocido en el sector por ser uno de los profesionales más modestos y humildes. Lo cierto es que parece más entusiasmado contando que toda su familia viajó desde su Yorkshire natal para el desfile que contabilizando los famosos que asistieron al evento.

Sin embargo, a Bailey no le faltarían razones para alardear. Los resultados respaldan la gestión que ha desempeñado desde que en mayo de 2001 se unió a esta casa fundada en 1856. La ha convertido en un producto deseable y un negocio rentable. En 2009, la empresa declaró unos ingresos de alrededor de 1.370 millones de euros, y sus ventas en el tercer trimeste aumentaron un 15%. Pero este año letal para la industria del lujo y para tantas otras empezó con noticias mucho peores. El 20 de enero de 2009, Burberry anunció un plan de reestructuración de su negocio en España que significó la integración de la producción, el despido de 250 empleados de su filial y el cierre de la línea Thomas Burberry.

La compañía es una multinacional con 6.000 empleados y 118 tiendas en el mundo que saca al mercado colecciones masculinas y femeninas para cuatro líneas diferentes. Cuenta con división de niños, accesorios, perfumes, gafas, lencería y relojes. Su receta pasa por englobar a la vez que fraccionar. "Mantenemos la integridad de la firma. Nos dirigimos a clientes de todo el mundo. Pero dividimos las líneas. Burberry Prorsum, dirigida al cliente fashion; London, para un público urbano, y Brit, la más casual y de fin de semana. Puede tratarse de la misma persona que quiere cosas distintas para diferentes parcelas de su vida".

Viendo las prendas de Bailey, se intuye que su éxito tiene que ver con algo más que estrategias empresariales. Sus diseños juegan con iconos del pasado sin abrumar. No necesitan demasiadas explicaciones. Te hacen pensar en alguien estiloso que se viste en dos minutos: "Me gustan las prendas elegantes, bien confeccionadas, innovadoras pero que no intimiden, que no se sientan intocables". Un estilo que se encargan de difundir sus campañas publicitarias corales fotografiadas por Mario Testino. "Queremos reflejar el crisol británico, que junta a aristócratas, estrellas del rock, gente de campo. Es algo único del Reino Unido, y es lo que queremos expresar en nuestra imagen y publicidad. Incluimos a Emma Watson que es actriz y universitaria, a un dj, a modelos profesionales o al heredero de la familia Guiness. Es la mezcla lo que lo hace emocionante".

La creciente relación de Internet y la moda ha abierto el debate sobre la relevancia de los desfiles en la era digital. Pero es evidente que la llegada de Burberry a las pasarelas londinenses ha supuesto una inyección de euforia en la moda británica, una industria que no acaba de cuajar como negocio a pesar de que le sobre creatividad. A muchos les gustaría que Bailey animase a otros diseñadores británicos como Alexander McQueen, Stella McCartney o John Galliano -que desfilan en París- a volver a Londres. "Algunos se preocupan demasiado sobre dónde desfilas. Stella McCartney y McQueen viven, tienen oficinas y dan trabajo en Londres. Esto es un negocio serio y por esa razón es importante ir a París, Milán o Nueva York. O, en ocasiones, a Londres. Haces un desfile para enseñárselo a la gente que tiene que verlo. La moda está cambiando y es un fenómeno global. La revolución digital permite mostrar a todo el mundo la colección, pero el desfile sigue siendo importante."

Bailey es muy consciente de la globalización del consumo de moda. Un 90% de las ventas de su empresa proceden de fuera del Reino Unido. Puede vender una fantasía sobre la herencia británica pero no descuida a sus clientes de todo el mundo. En la colección veraniega de 2010 ha incluido chaquetas de piel para el público del hemisferio sur. Y para muestra de su vocación global, el proyecto The art of the trench (El arte de la gabardina). Una página web a la que los usuarios suben sus fotos con gabardina. Un proyecto que ha sido elogiado por The New York Times como una de las primeras iniciativas interesantes de la moda en la Red. "En Mumbai muchas mujeres llevan nuestras gabardinas como vestidos de noche. Me intriga ver cómo la prenda se articula de manera tan diferente en cada país".

El paseo por las oficinas de Burberry es agradable. La luminosidad, la funcionalidad moderna pero acogedora, su perfume a eucalipto, la cantina donde los empleados desayunan té con leche y tostadas. Es un reflejo de la sofisticada naturalidad de su director creativo. Y es que todo, del diseño del edificio al mobiliario, está personalmente supervisado por el engañosamente frágil Bailey.

Resulta inevitable preguntarle cómo se las arregla para estar a todo: "Se me da bien concentrarme. Desconecto fácilmente. Cuando termino de trabajar quedo con mis amigos, salgo a cenar, me divierto. Para mí es importante no perder el contacto con la realidad, ver a mi familia y mantener a los amigos del colegio. Cuando no encuentro solución a algo, cierro la caja y voy a otra cosa. No siempre puedes ser creativo a petición. Las chicas de la oficina, literalmente, me planifican la agenda de todo el día".

Y cuando se rebasa en un par de minutos el tiempo de la entrevista, una voz ahogada se escucha tras la puerta del despacho. Bailey se gira sonriendo: "Noto que se están poniendo nerviosos ahí detrás".

Diseño de Burberry para esta primavera

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