Crítica:Teatro

Así son los negocios

Vivimos de lo que nos daña, y así nos va. Dependemos de un modelo de negocio inmobiliario que destruye nuestro territorio y encarece la vivienda hasta convertirnos en el país con menor tasa de natalidad como Madre Coraje depende de la guerra donde morirán sus hijos.

Ese carro del que tiran los tres, que es su hogar y su tienda ambulante, simboliza el nexo entre negocio puro y catástrofe. Arthur Miller contará lo mismo de otro modo en Todos eran mis hijos, nueve años después, con una metáfora más clara todavía: las bombas no respetan ni a su fabricante.

Veinticinco años des...

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Vivimos de lo que nos daña, y así nos va. Dependemos de un modelo de negocio inmobiliario que destruye nuestro territorio y encarece la vivienda hasta convertirnos en el país con menor tasa de natalidad como Madre Coraje depende de la guerra donde morirán sus hijos.

Ese carro del que tiran los tres, que es su hogar y su tienda ambulante, simboliza el nexo entre negocio puro y catástrofe. Arthur Miller contará lo mismo de otro modo en Todos eran mis hijos, nueve años después, con una metáfora más clara todavía: las bombas no respetan ni a su fabricante.

Veinticinco años después del montaje emocionante, o así lo recuerdo, de Lluís Pasqual, también con la versión castellana de Buero Vallejo, el Centro Dramático Nacional vuelve sobre esta obra cenital, tan difícil y exigente. Brecht cuenta que hay dos maneras de montarla: buscando la identificación emocional del público con su protagonista o, a su manera y a la de la actriz Helene Weigel, su cómplice: interrumpiendo la acción con baladas, tal y como vemos en la película rodada en 1961, durante la función número 400 del Berliner Ensemble, y haciendo de la protagonista un cúmulo de contradicciones.

MADRE CORAJE

Autor: Bertolt Brecht. Versión: Antonio Buero Vallejo. Intérpretes: Mercè Aranega, Malena Alterio, Críspulo Cabezas, José Pedro Carrión, Carmen Conesa, Gonzalo Cunill, Walter Vidarte, Fernando Soto. Dirección: Gerardo Vera.

Madrid. Teatro Valle-Inclán.

Del 11 de febrero al 4 de abril.

El montaje de Gerardo Vera no se decide entre lo épico y lo dramático

El montaje de Gerardo Vera no acaba de decantarse entre lo épico y lo dramático. Es brechtiana la proyección de los títulos de las escenas; no lo es la luz de Juan Gómez Cornejo e Ion Anibal, focalizada y tenebrista, ni el espacio sonoro, que ilustra los cañonazos, ni el humo artificial, por la atmósfera que todo ello crea. Las canciones intercaladas en el original no han desaparecido del todo, pero casi: se agradecen las que hay, porque quiebran el ritmo, dan otra respiración y renuevan la energía. Carmen Conesa les presta su voz con suma eficacia.

Para poner en pie Madre Coraje hace falta un eje que sujete los múltiples radios de la función: Mercè Aranega tiene la energía del personaje protagonista, pero da un tono emocional una octava más alto y lo mantiene sin modulaciones, salvo en las escenas cumbre, donde se luce. Hay una cuestión de prosodia no resuelta en este montaje: la de muchos de los personajes secundarios y alguno de los principales no resulta natural ni eficaz.

Catalina, la hija muda, es el personaje bombón: Brecht lo escribió para Weigel, que no lo pudo estrenar. Malena Alterio lo interpreta con encanto y con rabia, aunque su flequillo suelto le tapa la cara a menudo y nos impide disfrutar de su expresión plenamente. Lo mejor del espectáculo son sus últimas escenas, conmovedoras, y ese final rotundo con los creyentes rezando en la corbata y Catalina con el mazo dando a dos pasos del telar.

Un instante de la representación de Madre Coraje en el teatro Valle-Inclán.
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