PERDONEN QUE NO ME LEVANTE

La firme conciencia

Malos tiempos para la libertad de expresión. La organización Reporteros sin Fronteras no para de denunciarlo. Según sus cuidadosos informes, "178 periodistas y 94 ciberdisidentes se encuentran hoy encarcelados en el mundo" por haber divulgado informaciones molestas, reclamado mayor respeto por las libertades individuales, o por haber rechazado someterse a la censura, o a seguir una línea de pensamiento que repugnaba a su conciencia. Como seguramente saben ustedes, periodistas del llamado mundo libre nos repartimos el apadrinamiento de estos colegas nacidos en mal sitio, y nuestro deber consist...

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Malos tiempos para la libertad de expresión. La organización Reporteros sin Fronteras no para de denunciarlo. Según sus cuidadosos informes, "178 periodistas y 94 ciberdisidentes se encuentran hoy encarcelados en el mundo" por haber divulgado informaciones molestas, reclamado mayor respeto por las libertades individuales, o por haber rechazado someterse a la censura, o a seguir una línea de pensamiento que repugnaba a su conciencia. Como seguramente saben ustedes, periodistas del llamado mundo libre nos repartimos el apadrinamiento de estos colegas nacidos en mal sitio, y nuestro deber consiste en divulgar las condiciones de su prisión y tratar de presionar con nuestros artículos para que se les libere. RSF junta nuestros esfuerzos y los canaliza junto con sus otras iniciativas. Se han obtenido éxitos, muchos más, desde luego, que si nos calláramos.

"Estas actividades pusieron tras su pista a las autoridades chinas

Hu Jia, mi ahijado en esta triste red de parentescos, es una celebridad. Pertenece a ese nuevo concepto de informador que el ciberespacio ha hecho posible, para dolor de cabeza de regímenes autoritarios como el de China, su país. Nació en Pekín en 1975, tiene una esposa, Zeng Jinyan, tan activa como él -le representa en el extranjero, se preocupa de que sus escritos y protestas se conozcan-, y una hija nacida en noviembre de 2007. Un mes después, Hu Jia fue detenido y, poco después, inculpado de "incitación a la subversión contra el poder del Estado". Pasó por varios centros de detención, secretos, y en 2008, pocos días antes de que se concediera el Premio Nobel de la Paz -al que era candidato-, le metieron en una prisión de Pekín. Por si acaso.

En la actualidad se encuentra internado en un centro de detención de Pekín. Hu Jia está enfermo del hígado y no dispone de las medicinas necesarias. No ha sufrido torturas físicas, pero sí presión psicológica. Su esposa, que mantiene un blog, informó de que está más delgado, pero tan firme como siempre, con esa firmeza que le costó el encarcelamiento.

Pues los "delitos" de este mi ahijado se deben a la actitud de su firme conciencia. Licenciado en Gestión de la Información por el Instituto de Economía y Comercio de la capital china, desde principios de los noventa se comprometió en acciones humanitarias, se implicó en la prevención y ayuda a los enfermos de sida, la protección del medio ambiente y la defensa de los presos de opinión. Estas actividades -su blog, Internet, fueron su herramienta- pusieron tras su pista a las autoridades chinas, le detuvieron varias veces para amedrentarle, le calumniaron. Cuando nació su hija ya había sido arrestado en numerosas ocasiones. Ante la celebración de los Juegos Olímpicos, Hu Jia se apresuró a hacer llegar al Parlamento Europeo su exigencia de respeto a los derechos humanos en su país. Estrasburgo, en señal de apoyo, le concedió el Premio Sájarov 2008. Por ahora, todo el reconocimiento y la adhesión que le llegan desde el resto del mundo no han servido para nada. Hu Jia sigue preso.

Si este hombre encarna las nuevas sendas tecnológicas con que hoy se expresa la disidencia, nosotros, sus padrinos del llamado mundo libre, encarnamos una forma de entender el periodismo en libertad y democracia que se quiere llevar a la extinción precisamente en nombre de esas tecnologías. No deja de resultar amargamente paradójico que quienes clamamos por los derechos de éste y otros ciudadanos seamos hoy ratoncitos acobardados ante las armas, menos brutales, pero no menos drásticas, que la industria de la información esgrime para enterrarnos.

Allí, todo un clásico de la represión: la cárcel, la tortura, la mordaza. Aquí, toda una tradición del capitalismo: se nos atrapa entre la crisis y la necesidad de supervivencia. ¿Quedarán padrinos en tiempos no demasiado lejanos para tanto disidente de la información encarcelado por las rutinarias dictaduras? ¿Seremos los periodistas demócratas del mal llamado mundo libre lo bastante fuertes, lo bastante firmes, para lograr que nuestras voces se escuchen? Lo dudo, pero esta duda no hace sino apuntalar mi convicción de que hay que buscar nuevos caminos, nuevas formas de asociación y de expresión para que la voz y la palabra se hagan oír entre los alaridos del mercado, para que las voluntades agrieten el muro invisible que también a nosotros nos aprisiona.

Por el momento, estimado embajador de China en España, ¿le importaría transmitir a su Gobierno mi exigencia de que suelte a Hu Jia y respete las libertades?

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