Crítica:DANZA | Serata Béjart en La Scala

Temporada prometedora

Hasta el próximo 5 de enero se extienden las representaciones de la Serata Béjart en el teatro de la Scala de Milán, un programa comprometido que ha abierto la temporada de ballet. La dirección orquestal ha sido encomendada al británico Daniel Harding y las opiniones enseguida se han dividido en cuanto a sus criterios para hacer sonar Stravinski. Con La canción del compañero errante de Gustav Mahler no ha habido discusiones: su batuta se ajusta a lo exigido por este potente pas de deux para dos hombres creado por Maurice Béjart en 1971 para Nureyev y Bortoluzzi.

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Hasta el próximo 5 de enero se extienden las representaciones de la Serata Béjart en el teatro de la Scala de Milán, un programa comprometido que ha abierto la temporada de ballet. La dirección orquestal ha sido encomendada al británico Daniel Harding y las opiniones enseguida se han dividido en cuanto a sus criterios para hacer sonar Stravinski. Con La canción del compañero errante de Gustav Mahler no ha habido discusiones: su batuta se ajusta a lo exigido por este potente pas de deux para dos hombres creado por Maurice Béjart en 1971 para Nureyev y Bortoluzzi.

Hoy, el cuerpo de baile de la Scala intenta reponerse poco a poco de tantos desastres continuados; la dirección del osetio-ruso Majar Vazaiev sin duda ha logrado imprimir cierto enérgico amor propio al conjunto, que parecía perdido para siempre. Vazaiev lucha contra los elementos y tiene grandes planes de renovación. Cuenta con el apoyo del sobreintendente Stéphane Lissner y el vudú mediático de los sindicalistas no parece haber surtido el efecto deseado, sino al contrario.

La temporada de danza milanesa no ha empezado mal y promete, entre otras ofertas, un Programa Forsythe, una nueva producción del Romeo y Julieta (MacMillan) y un Trittico Novecento con un aliciente especial: la recuperación del Balletto Imperiale de Balanchine (1952), sobre el Concierto número 2 para piano y orquesta de Chaikovski, una joya olvidada en Europa.

La Serata Béjart resultó una función sin demasiada electricidad, a pesar de las ejecuciones correctas; puede hablarse de cierta bisoñez en algunos debutantes (Luana Saullo o Eriz Nezha), pero eso no justifica cierto aire mecánico que no ayuda a unos ballets por los que el rodillo implacable del tiempo ha hecho su efecto demoledor. El pájaro de fuego es el más afectado por tan crudísima realidad, responde una época de compromiso político, de euforia izquierdista casi fanática, de un entusiasmo tan ingenuo como dañino.

La consagración... pervive en su monumentalidad y en su propósito trascendentalista; sigue siendo un trabajo donde se dan cita referencias icónicas del pasado del ballet premoderno con cierta curiosidad antropológica propia del marsellés. Destaco, por esa magia que ofrece la escena de danza, el solista Andrea Volpintesta, hay que retener este nombre.

Un momento de La canción del compañero errante, parte de la Serata Béjart que se representa en la Scala.
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