ESCALERA INTERIOR

Guerra a las novias

A medida que aquella inconcebible sucesión de despropósitos se iba desarrollando ante sus ojos, fue cediendo a la tentación de sentirse culpable. Porque nadie le mandaba tenerle manía a Nicole Kidman, o, mejor dicho, tenía todo el derecho del mundo a tenerle manía -tan flaca, tan rubia, tan anglosajona y tan glamurosa siempre, o sea, qué cansancio de mujer-, pero a su edad lo que no había era derecho a equivocarse de una manera tan estrepitosa. Claro, que a ella ya se le había pasado la edad de criar hijas, y su hijo, por muy recién divorciado que estuviera, no debería haberle encasquetado a s...

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A medida que aquella inconcebible sucesión de despropósitos se iba desarrollando ante sus ojos, fue cediendo a la tentación de sentirse culpable. Porque nadie le mandaba tenerle manía a Nicole Kidman, o, mejor dicho, tenía todo el derecho del mundo a tenerle manía -tan flaca, tan rubia, tan anglosajona y tan glamurosa siempre, o sea, qué cansancio de mujer-, pero a su edad lo que no había era derecho a equivocarse de una manera tan estrepitosa. Claro, que a ella ya se le había pasado la edad de criar hijas, y su hijo, por muy recién divorciado que estuviera, no debería haberle encasquetado a su nieta de catorce años con esas tres amigas que no sabían hacer otra cosa que dar grititos, y saltitos, y tirar las palomitas. Y sin embargo, la culpa había sido suya, por no saber elegir películas con sesenta y dos años, que se dice pronto.

Cuando la niña mencionó aquel título, pensó: pues sí, y mejor vamos prontito, y así me echo la siesta. Ya, ya, la siesta... Esperaba encontrarse una típica comedia romántica, tontorrona, incolora e insípida como el agua, pero se mosqueó desde el principio. Dos niñas de siete u ocho años jugaban en un desván... ¡A casarse! Qué barbaridad, se dijo, y miró a su nieta, a sus amigas, tan tranquilitas ahora las cuatro, embobadas con aquella bobería, y no se atrevió a decirles que se iban, ni siquiera a irse ella sola, porque, ¿qué pensarían después las otras de la abuela de su amiga, si ella no sabía hacer cuadritos de punto de cruz, ni coser disfraces, ni glasear una triste tarta de chocolate? Nada, se recomendó a sí misma, paciencia. No tenía poca, pero la necesitó toda para sobrevivir a los ochenta minutos restantes.

Las amigas que jugaban a casarse se han hecho mayores, y viven cada una con su novio, como personas normales, adultas, razonables. Entonces, una de ellas encuentra un anillo escondido en un armario, y la otra, solamente dentro de un pastelillo de la suerte de un restaurante chino que sirve a domicilio. Más increíble resulta, con todo, que las dos se pongan a dar grititos y saltitos, igual que su nieta y sus amigas, cuando se cuentan la una a la otra que se han... ¿prometido?

-¿Pero de qué año es esta película, vamos a ver?

-Chsss... Cállate, abuela, por favor.

Pero eso no es nada, porque van juntas a ver a un monstruo - delgada, rubia, flaca, y tan operadísima que su cara ya ni siquiera coincide con su nombre- que organiza las mejores bodas de Nueva York y las recibe diciendo que hasta el día de su boda, una mujer está muerta. Por si esto fuera poco, añade que muchas mujeres se mueren estando muertas, porque las solteras no llegan a vivir nunca. ¡Qué espanto! Ya no se atrevió a hablar en voz alta, pero se preguntó a sí misma si aquel diálogo sería constitucional, y se contestó que seguramente no.

A partir de ahí ya se rompe el dique y se desborda el diluvio universal de la tontería. Las dos mejores amigas de toda la vida se sacan los ojos para conseguir que su boda sea mejor que la de la otra. En la misma situación, dos amigos íntimos se emborracharían juntos, comprenderían que pelearse por una mujer no vale la pena, y quedarían como Dios de listos y de sensibles, pero éstas no. Éstas, por mucho que brillen en sus respectivos trabajos, son tan imbéciles que hacen todo lo que les dice el monstruo de las bodas, adelgazar, dar clases de baile, comprarse vestidos de una modista que se niega a hacer arreglos porque ella no se adapta a las novias, y son las novias las que tienen que adaptarse a ella...

-Estoy a punto de vomitar, no te digo más.

-¡Abuela! De verdad que no se puede venir al cine contigo.

... Y de repente, sin venir a cuento, hasta montar un numerito patéticamente bochornoso de chicas sexys con pantalones cortos en un local de strip-tease masculino para despedidas de soltera.

Y aún sobra pólvora para la última traca. Que el final iba a ser feliz se veía venir, pero ¿tanto? Después de que la monstruosa hada madrina de lo nupcial se redima un pelín por la ironía de decirles a las dos exactamente lo mismo -que son las novias más maravillosas que ha visto en su vida-, resulta que una se casa, y la otra no, porque comprende que la boda que estaba a punto de hacer era un error. Un año después, sin embargo, se ha casado con el hermano de su amiga y... ¡Las dos están embarazadas y salen de cuentas el mismo día! ¡Ay! ¿Y por qué, ¡oh, destino cruel!, me has obligado a seguir viviendo cuando ya ha pasado el tiempo de las revoluciones?

-Muchas gracias, nos ha encantado -dicen las niñas, la misma sonrisa en cuatro rostros radiantes.

-¿De verdad? -pregunta ella, y decide que no va a deprimirse, porque al fin y al cabo la experiencia le ha hecho rejuvenecer. Hacía veinticinco años, por lo menos, que no tenía un subidón de feminismo semejante.

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