Columna

Muerte súbita a la boliviana

En Bolivia se está jugando la prórroga o el desempate de las tablas con vocación de eternas en las que vive desde hace dos años la política del país.

El pasado día 10 Bolivia sufragó en un referéndum llamado revocatorio del que el presidente, el indigenista Evo Morales, esperaba una victoria decisiva sobre la oposición, de carácter federalista, cuyo núcleo rector reside en Santa Cruz, la provincia que probablemente posee la mayor masa crítica del país. Pero, muy al contrario, todos salieron ganando. Evo Morales, que pretende gobernar con los votos de una altísima mayoría de indígenas ay...

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En Bolivia se está jugando la prórroga o el desempate de las tablas con vocación de eternas en las que vive desde hace dos años la política del país.

El pasado día 10 Bolivia sufragó en un referéndum llamado revocatorio del que el presidente, el indigenista Evo Morales, esperaba una victoria decisiva sobre la oposición, de carácter federalista, cuyo núcleo rector reside en Santa Cruz, la provincia que probablemente posee la mayor masa crítica del país. Pero, muy al contrario, todos salieron ganando. Evo Morales, que pretende gobernar con los votos de una altísima mayoría de indígenas aymaras y quechuas, mejoró su marcador de un 53% a un 67%, con lo que su mandato es a primera vista irrebatible; pero perdió en los departamentos rebeldes, Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija, también de demografía largamente indígena pero amazónica, tan distante como distinta de los partidarios de Morales, posincaicos.

El Ejército no abre la boca y los altos mandos parecen leales a la república unitaria de Evo Morales

Es grande, pero seguramente equivocada, la tentación de interpretar el caso como un bis histórico y atezado de la Revolución Francesa, según el esquema de jacobinos contra girondinos, centralistas de La Paz contra autonomistas de provincias, cada uno con su masa de seguidores indígenas, porque al fondo están los dineros. El enfrentamiento formalmente político se presenta como una rebatiña entre una mera aritmética que cuenta votos sólo a escala nacional, y otra que los pesa únicamente en el marco departamental. Y hoy se habla en uno y otro territorio de desempate por muerte súbita, la de Bolivia.

Entre los federalistas se habla de división inevitable y más bien a corto plazo; entre los unitaristas de imperio de la ley, de celebración de un segundo referéndum no ya para aprobar popularmente la Constitución, que ya lo está, pero sin el quórum de dos tercios inicialmente previsto, y aseguran las provincias rebeldes que en desprecio de cualquier comportamiento democrático, sino para su inmediata entrada en vigor; una Constitución que encarna con la mayor naturalidad el abismo que separa a las partes. Centralista, sí, como la de Robespierre, pero que en vez de mirar a un futuro utópico y benéfico en el que el pueblo francés tenía que abanderar el renacimiento de la humanidad, quiere restituir al presente un pasado igual de utópico, en el que la palabra clave parece ser comunitarismo, y que se presenta como la gran aportación del acervo andino al progreso del ser humano. Si los federalistas no ocultan que en caso de no haber acuerdo sólo tendrían como recurso la separación, el partido de Morales piensa en la imposición del modelo, con todos los medios necesarios para ello. La fórmula que más se oye estos días en Santa Cruz, incluso pretendiéndose moderadora, es la de un país, dos sistemas, lo que en el mejor de los casos invocaría una forma confederal, la unión mucho menos que siamesa de dos entidades soberanas que aceptarían, quizá, seguir llamándose Bolivia, a condición de que cada una pudiera hacer la vida por su cuenta.

¿Es posible en esta coyuntura que la sangre llegue al río? El Ejército, que tantas veces ha puesto y quitado rey en el país, no abre la boca y los altos mandos, debidamente acomodados, parecen leales a la república unitaria de Evo Morales, elegido democráticamente con el mejor resultado que jamás haya alcanzado un presidente boliviano, pero la determinación de los cruceños y sus aliados regionales, las provincias de la llamada Media Luna, parece igual de inquebrantable. Y lo menos negativo que cabe aventurar en el momento es que ambas partes estén jugando al bluff; que extremen posiciones para sentarse a negociar sólo cuando sientan que han llegado al borde del precipicio.

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Pero la plata, que tantas veces divide, podría constituir en esta ocasión un elemento de cordura, porque si no hubiera una riqueza que compartir y repartir, pese a las diferencias étnicas y a las opuestas visiones del mundo entre occidentalistas e indigenistas, nada de esto estaría pasando. Y si hay acuerdo sobre los dineros, lo que nadie dice que sea fácil, el globo se desinfla rápido. Las provincias que revientan de hidrocarburos y Santa Cruz, de capitalismo emprendedor y agropecuario, habrían de ser generosas con el resto de Bolivia y la presidencia de Morales renunciar a imponer un indigenismo del que reniega al menos un buen tercio del país. El mundo no necesita una nueva Bosnia, ni Chechenia, ni Osetia del Sur, y menos otro Kosovo. La muerte súbita puede quedar para otra guerra.

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