Editorial:

Cortesía, y punto

El fugaz viaje de Zapatero a Marruecos deja la discusión de los problemas para más adelante

Después de que en enero se normalizaron las relaciones tras la visita del rey Juan Carlos a Ceuta y Melilla, el viaje de Rodríguez Zapatero a Marruecos no pretendía pasar de un mero gesto de cortesía. Ni su planteamiento ni la agenda de los encuentros del jefe del Gobierno con su homólogo marroquí y con el rey Mohamed VI, realizados en las cinco horas de estancia en Oujda, parecían buscar otra cosa que cumplir con el ritual, dando paso a una serie de reuniones ministeriales durante los próximos meses. Será en estos encuentros donde se podrá analizar el verdadero estado de la relación entre los...

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Después de que en enero se normalizaron las relaciones tras la visita del rey Juan Carlos a Ceuta y Melilla, el viaje de Rodríguez Zapatero a Marruecos no pretendía pasar de un mero gesto de cortesía. Ni su planteamiento ni la agenda de los encuentros del jefe del Gobierno con su homólogo marroquí y con el rey Mohamed VI, realizados en las cinco horas de estancia en Oujda, parecían buscar otra cosa que cumplir con el ritual, dando paso a una serie de reuniones ministeriales durante los próximos meses. Será en estos encuentros donde se podrá analizar el verdadero estado de la relación entre los dos países, que ambos Gobiernos califican de "excelente", pese a que Rabat parece haber querido dejar constancia de un vago malestar a través de pequeños gestos en la escenografía de la visita.

Aparte de la relación económica y de los asuntos de justicia y seguridad, el punto más relevante de la agenda era la inmigración. En las últimas semanas han vuelto a aparecer en las costas españolas los cayucos procedentes de Marruecos, dando ocasión a nuevas tragedias en el Estrecho, como la terrible que acaba de ocurrir frente al litoral almeriense. Zapatero ha tenido ocasión de comprobar cómo su autoridad moral para reclamar un mayor control marroquí se ha visto deteriorada por el apoyo a las últimas iniciativas europeas, como la Directiva del Retorno. En cualquier caso, y sean cuales sean los errores cometidos por el Gobierno español en el tratamiento de la inmigración, la trágica aventura de las pateras no puede convertirse ni por activa ni por pasiva en moneda de cambio entre los dos países: ambos están obligados a emplear cuantos medios se encuentren a su alcance para impedir dramas como los de estos días.

El activismo español de la pasada legislatura sobre el Sáhara ha dado paso a un espeso silencio, justo cuando acaban de fracasar las conversaciones directas entre Marruecos y el Frente Polisario. Zapatero ratificó ayer la voluntad de España de mantener una actitud constructiva con el fin de encontrar una solución en el marco de la ONU. Es de esperar que se extraigan las lecciones de la experiencia pasada y, de la misma manera que ahora se conocen los riesgos de embarcarse en iniciativas diplomáticas que superaban con mucho la propia capacidad de influencia, se entienda que no es lo mejor para el futuro del conflicto que el Gobierno español desaparezca de la escena y se haga el desentendido.

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