Tribuna:PRIMER AVISO

Faenas y secuencias

Mi afición por las corridas de toros me sobrevino siendo jovencillo. En aquella época simultaneaba malamente mis estudios con un trabajo tan poco estable como divertido: el de guía turístico. Casi todos los domingos acudía a la plaza de Las Ventas con grupos de estudiantes extranjeros para iniciarles en los secretos del noble arte del toreo. Mis conocimientos eran escasos, pero jugaba con la ventaja de que mis clientes sabían todavía menos que yo. Camino del coso les explicaba lo que antes había memorizado sobre la teoría del toreo y sus secretos a voces: qué era un torero, un banderillero...

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Mi afición por las corridas de toros me sobrevino siendo jovencillo. En aquella época simultaneaba malamente mis estudios con un trabajo tan poco estable como divertido: el de guía turístico. Casi todos los domingos acudía a la plaza de Las Ventas con grupos de estudiantes extranjeros para iniciarles en los secretos del noble arte del toreo. Mis conocimientos eran escasos, pero jugaba con la ventaja de que mis clientes sabían todavía menos que yo. Camino del coso les explicaba lo que antes había memorizado sobre la teoría del toreo y sus secretos a voces: qué era un torero, un banderillero, un monosabio y todo lo referente a los tercios. Una vez acoplados mis clientes en la plaza yo me marchaba corriendo al bar a festejar lo que fuera con un buen cubata. Y desde tan poco apropiado lugar seguía el desarrollo de la corrida en función de las broncas o de las ovaciones del respetable.

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Mi visión del espectáculo era sólo auditiva, nada visual. Pero poco a poco fui asomándome a la plaza para ver el porqué de tanta bronca y de tanto entusiasmo. Y pobre de mí. Un buen día me senté junto al respetable foráneo y ya nunca más aparté los ojos de tan magnífico espectáculo. Cuanto más entendía de lo que pasaba en el ruedo mayor era mi interés. Y mi afición crecía... ¡Qué maravilla cuando había arte! Sólo ocurría de vez en cuando, pero esos instantes compensaban ampliamente las muchas horas de faenas insulsas. Como en el cine diría yo. Y es que yo me dedico a la muy noble, e igualmente arriesgada para el bolsillo que no para el físico, profesión de importar películas para que luego el respetable las sufra o las disfrute en los cines. ¡Cuántas horas de insufribles proyecciones para encontrar esa película que sea capaz de emocionarte, que sea capaz de llegar a lo más profundo del corazón del espectador...! Como en el toreo, a veces lo banal triunfa sobre lo puro, lo impune sobre lo auténtico, lo feo sobre lo bello, lo vulgar sobre lo innovador...

Pero siempre recordaremos y volverá a emocionarnos aquella faena, aquella estocada, aquel beso, aquella secuencia que logró llegar a lo más profundo de nosotros, a emocionarnos, a revolvernos las tripas a hacer esos momentos, esos instantes, inmortales. Y así ocurrirá siempre que haya arte de por medio, en un coso o en una pantalla, en medio de la multitud vociferante o en la sala oscura. Se han rodado muchas películas taurinas, la mayoría poco afortunadas. Y es que nada es más difícil que conseguir un gran autorretrato.

Enrique González Macho es exhibidor de cine.

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