Crítica:TEATRO

El actor Stradivarius

Un gesto de este hombre vale por mil palabras. Lo vi por vez primera hace casi treinta años en la sala El Gayo Vallecano, hoy desaparecida, pero por él parece que sólo hubieran pasado quince. Está en plena forma. Es un actor atleta, en la línea de un Marcel Marceau o de un Dario Fo, y un caricato excelente. Su cuerpo suena como un Stradivarius. Es capaz, por ejemplo, de interpretar al conductor de un cuatro por cuatro y al motor del coche a la vez. O de hacer que veamos, sucesivamente, todos los cuadros de una exposición de arte contemporáneo con el escenario vacío. Tiene un vocabulario físico...

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Un gesto de este hombre vale por mil palabras. Lo vi por vez primera hace casi treinta años en la sala El Gayo Vallecano, hoy desaparecida, pero por él parece que sólo hubieran pasado quince. Está en plena forma. Es un actor atleta, en la línea de un Marcel Marceau o de un Dario Fo, y un caricato excelente. Su cuerpo suena como un Stradivarius. Es capaz, por ejemplo, de interpretar al conductor de un cuatro por cuatro y al motor del coche a la vez. O de hacer que veamos, sucesivamente, todos los cuadros de una exposición de arte contemporáneo con el escenario vacío. Tiene un vocabulario físico elaboradísimo y exacto, y un sentido del humor envidiable.

Soy la solución es un título irónico. Se refiere a los vendedores de panaceas políticas, de credos inapelables y de ideas mesiánicas. Vidal no confía en ellos. Cree que no hay fe mejor empleada que la que se deposita en uno mismo. Y nos lo cuenta a lo largo de una hora, en un espectáculo donde funde la pantomima con el cabaré literario y el arte del bufón. Como llevaba tres lustros sin actuar en Madrid, se ha encontrado con dos públicos muy diferentes. Al nuevo, hecho a los monólogos insustanciales de la stand-up-comedy al uso, este espectáculo puede que les abra los ojos a una manera mucho más jonda de encarar un trabajo similar. Pero para quien vimos a Vidal enterrarse y resucitar convertido en Golem, luchar con una pala escavadora en un socavón de quince metros, y exponerse durante 72 horas seguidas a la curiosidad pública en el zoo de la Casa de Campo, éste es un trabajo menor.

SOY LA SOLUCIÓN

Escrito e interpretado por Albert Vidal. Iluminación: Jordi Thomas. Vestuario: Judith Rafel. Madrid. Teatro de La Abadía. Hasta el 27 de abril.

Albert Vidal tiene un vocabulario físico elaboradísimo y exacto

Hay, claro, momentos magníficos, como el del banquero trilero, y una calidad extrema en el trabajo interpretativo, que está muy por encima del texto. El espectáculo se mueve todo el tiempo en esa tensión: un actor que tira hacia arriba, hasta casi tocar las nubes, y una dramaturgia que no acaba de arrancar. Vidal es un hacedor de performances redondas, pero no un dramaturgo probado y rodado en el teatro textual. No hubiera estado de más que se hubiera buscado una ayuda en ese terreno.

En Soy la solución se hecha de menos, también, ese momento de apoteosis o de éxtasis final que remataba la faena en Alma de serpiente y en sus trabajos más telúricos.

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