Los problemas de la ley del aborto

"Salimos de España como delincuentes"

Las lagunas de la ley obligaron a Laura a abortar en París en un caso de malformación fetal grave - Había sido rechazada en seis clínicas españolas

Marcos y Laura están en la cafetería del hospital Robert Debré, de París. Una gran maternidad blanca por la que cruzan sin cesar embarazadas y niños camino del pediatra. En esa cafetería tienen que decidir, en una hora más o menos, si van a pedir que a Laura se le practique un aborto. Está en el octavo mes de embarazo. Los resultados de las últimas pruebas indican que es más que probable que el niño nazca con gravísimos problemas físicos y psíquicos. Quizá sea un vegetal toda su vida. O quizá no pueda hablar ni caminar, tenga un importante retraso mental, terribles y constantes convulsiones y ...

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Marcos y Laura están en la cafetería del hospital Robert Debré, de París. Una gran maternidad blanca por la que cruzan sin cesar embarazadas y niños camino del pediatra. En esa cafetería tienen que decidir, en una hora más o menos, si van a pedir que a Laura se le practique un aborto. Está en el octavo mes de embarazo. Los resultados de las últimas pruebas indican que es más que probable que el niño nazca con gravísimos problemas físicos y psíquicos. Quizá sea un vegetal toda su vida. O quizá no pueda hablar ni caminar, tenga un importante retraso mental, terribles y constantes convulsiones y sea, además, ciego. Nadie les dice con seguridad lo que le espera a su hijo, pero las perspectivas son devastadoras.

Cuando aún estaban dentro de plazo un médico aseguró que el feto estaba bien
Hospitales y clínicas españoles se negaron a practicar el aborto
"¿Nos van a obligar a traer al mundo a un niño que si vive sólo va a sufrir?
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La decisión no es fácil. Es un hijo muy deseado, ya casi un bebé. Un aborto será algo extremadamente traumático. Pero tampoco quieren traer a este mundo a un niño para que viva con terribles sufrimientos.

Nunca se debió llegar hasta este punto. Las primeras noticias de que algo podría ir mal en el feto las recibieron poco antes de cumplirse las 22 semanas, plazo legal para interrumpir el embarazo en España. Pero distintos diagnósticos y la rigidez de la ley española les han llevado al octavo mes de embarazo y a París, a 1.000 kilómetros de su lugar de residencia, Madrid. Desde esa semana 22 su vida ha sido un infierno de viajes, consultas a médicos, llantos, incertidumbre y desesperación. Y, dos meses y medio después de esa sospecha, están en una cafetería de hospital de una ciudad desconocida, con un idioma desconocido, para tomar una de las decisiones más difíciles de su vida.

La pesadilla había comenzado tres días antes de Nochebuena, el 21 de diciembre del año pasado, con estas palabras: "Me temo que algo no va bien, nada bien". La doctora de un centro privado madrileño dio a Laura la mala noticia. Era la segunda ecografía que le hacían, la del segundo trimestre del embarazo. Laura rompió a llorar y llamó a Marcos, que estaba aparcando. La doctora les explicó que el tiempo corría en su contra, les contó lo de las 22 semanas y les recomendó ir rápidamente a un hospital.

La pareja salió corriendo hacia La Paz, hospital público con una prestigiosa maternidad. Un doctor mayor y experimentado les atendió: "Lo que ha dicho esa doctora es una barbaridad. Este feto está perfectamente. No veo absolutamente nada raro".

Fue un gran alivio. Un diagnóstico contundente, claro y positivo. Justo lo que querían escuchar en ese momento. Salieron de la consulta contentos, tranquilos, y odiando a la primera doctora. ¿Cómo había podido equivocarse? Se fueron a pasar las navidades a Sevilla, con la familia de Marcos.

De vuelta en Madrid, acudieron al hospital Ramón y Cajal para otro examen. Mal asunto. Al parecer, la primera doctora no se había equivocado. Les recomendaron ir a una clínica privada para que le hicieran a Laura más pruebas rápidamente, porque en el hospital iban a tardar demasiado. El tiempo seguía pasando. La resonancia magnética no dejó lugar a dudas: el feto tenía lesiones irreversibles. Pero las 22 semanas ya habían pasado.

-El feto no está bien, pero yo no puedo firmar nada ni recomendar un aborto porque estamos fuera de plazo, les dijo el médico del Ramón y Cajal

-Pero entonces, ¿qué hacemos?

-No sé, eso es muy personal.

A partir de ese momento comenzó un periplo imposible por clínicas privadas y hospitales en distintas ciudades. Acudieron a seis centros y les vieron al menos 15 médicos. Nada. Todos coincidían en el diagnóstico de la malformación pero, después de los últimos escándalos y procedimientos judiciales, las clínicas no se atrevían a practicar abortos de más de 22 semanas a pesar de que la ley lo permite si hay grave riesgo para la salud psíquica de la madre. Empezaron a escuchar toda suerte de barbaridades:

-Vayan ustedes a Colorado. Allí hay una clínica que está muy bien: viajecito, hotel de lujo y os solucionan el problema.

-El feto es inviable, pero es demasiado tarde para abortar.

-Tenéis toda la razón, pero no podemos hacer nada. Eso aquí supone cárcel.

En Sevilla casi lograron convencer a un hospital público para que practicara el aborto a Laura. Pero apareció un problema burocrático inesperado: "Ah, no, con la tarjeta sanitaria de Madrid no puede ser", escucharon desesperados. El Estado de las autonomías y la campaña antiabortista les dejaban sin salida. Mientras tanto, el feto seguía creciendo.

Un domingo leyeron en la prensa un artículo sobre parejas en su misma situación que se habían ido a abortar a París. Atisbaron una solución más cercana que Colorado y empezaron con los trámites.

El martes 5 de febrero, a las ocho de la mañana y con Laura casi en su séptimo mes de embarazo, volaron a París. Un amigo danés que vivía en la capital francesa les había pedido cita en el hospital. Debían estar allí a las 12.30. Laura había pasado los dos días anteriores en la cama, llorando.

En París comienza la segunda odisea de la pareja. En el hospital Robert Debré, público, les reciben con toda la amabilidad del mundo. Incluso buscan una persona que hable español. Una doctora ve todas las pruebas e informes de los médicos españoles. Aparentemente, coincide con el diagnóstico. Pero les dice que es una junta médica la que debe valorarlo. La ley francesa dispone que las mujeres pueden abortar libremente durante las primeras 12 semanas de embarazo. Después, sólo puede hacerse por malformaciones del feto o grave riesgo para la salud de la madre. En estos casos, el aborto debe ser consensuado por varios médicos. A Marcos y Laura les dicen que vuelvan el viernes para conocer la decisión del centro.

Deben buscar alojamiento para esos días. Ninguno de los dos habla francés, no conocen París y no tienen mucho dinero. Nada es tan fácil como habían pensado. Buscar un hotel barato y cercano al hospital resulta una misión casi imposible. De sitio en sitio, y con la ayuda del amigo danés, su única vía para comunicarse, acaban en un hotel cerca del périférique, la M-30 parisiense. No tiene muy buen aspecto, pero al menos cuesta sólo 50 euros la noche.

El hotel es un edificio viejo con empleados altivos y displicentes, moqueta sucia y raída, paredes y puertas desconchadas de color rosa chicle y verde calippo. Del ascensor entran y salen parejas formadas por franceses cincuentones y senegalesas con aspecto de no llegar a los 18. Parece una casa de citas. Las habitaciones tienen vistas al humo y los coches que atraviesan sin cesar el périférique. Las ventanas no se pueden abrir, lo que hace imposible ventilar el cuarto. El inodoro y la ducha están en dos cabinas independientes de un material enclenque que parece plástico. Hay una litera de forma extraña. Después de dos días, todo huele mal.

El lugar está, además, muy lejos del hospital. Necesitan hacer al menos tres transbordos en el metro para llegar allí. Así que deciden salir del hotel-prostíbulo infecto después de dos noches y buscar otra cosa. El que encuentran vale 100 euros al día, el doble. Es un Ibis sin ningún lujo, cerca de la céntrica Place de la République. Al menos pueden abrir las ventanas y están a seis estaciones en metro directo del hospital, así que deciden pagar más.

El miércoles y el jueves ocupan los días haciendo cualquier cosa. Algún paseo por el Sena, por la catedral de Notre Dame, por la Torre Eiffel. Un chocolate caliente con su amigo danés. A ratos se olvidan de la pesadilla, del motivo por el que están en París. Pero son ratos cortos. "¿Cómo es posible que nos esté pasando esto?", se pregunta Marcos "¿Qué ocurre en España? ¿Es que los políticos no tienen hijas, y hermanas? ¿Es que nadie se da cuenta de que esto es una barbaridad y que les pasa a muchas familias? ¿No saben que hay muchos diagnósticos tardíos de malformaciones fetales?".

Marcos es católico, pero abomina de algunas imposiciones de su Iglesia. "Creo en Dios y en Jesús, pero a mí nadie me va a convencer de que una mujer tiene que traer al mundo a un niño que va a nacer vegetal, o que va a morir nada más nacer o que va a tener unos sufrimientos terribles. ¿Qué clase de piedad es ésa? ¿Me van a obligar a que lo vea morir en mis brazos, recién nacido?".

Laura apenas habla. Es ecuatoriana, pero lleva años trabajando en España. Está muy nerviosa. Cada vez siente más a su bebé y no sabe qué debe hacer. "Los médicos españoles nos recomendaban el aborto, pero decían que no podían ayudarnos. Es para volverse loco", se queja. "Y lo que es más de locos es que tengamos que salir de España como delincuentes, buscarnos la vida y gastarnos aquí el dinero que no tenemos", añade Marcos.

Llega el viernes, el día de volver al hospital. Allí no les esperan buenas noticias. Uno de los médicos de la junta no está seguro del diagnóstico, así que les dicen que deben esperar. Deben volver en un mes para hacerles las pruebas con una mayor precisión. Pero les indican que, aunque no es seguro, lo más probable es que la malformación fetal revista una extrema gravedad. Les dan cita para marzo, y a esperar.

El mes que pasan en España es aún peor que todo lo que han pasado. No saben si tener esperanzas en que el niño esté bien o si prepararse para el mazazo de que les digan que es mejor el aborto. Hablan mucho, piensan y lloran. Intentan hacer vida normal, pero es casi imposible.

Llega el mes de marzo, y vuelven a París en la fecha señalada. Déjà vu: vuelo de Air Comet, aeropuerto Charles de Gaulle, hospital Robert Debré. Ahora es más fácil porque ya se lo conocen. Buscan un hotel cercano al hospital y aguantan, pacientes, días de pruebas y charlas con médicos, enfermeras y psicólogos.

Hasta que llega el momento crucial de la cafetería. Tienen una hora para decidir qué hacer con su vida y con su hijo. Los médicos del hospital están dispuestos a practicar el aborto. El feto no tiene cavum del septum pellucidum -una parte del cerebro- y probablemente sufre displasia septo óptica. Traducido al común de los mortales, una "gran putada para el niño", en palabras de Marcos. Puede sufrir todo tipo de anomalías físicas y psíquicas.

Cambian de opinión un millón de veces. Durante el fin de semana se lo replantean una y mil veces. Finalmente, deciden practicar el aborto. "Cualquier decisión era difícil", dice Marcos. "A ver cómo nos recuperamos de esto, sobre todo Laura".

"Ha sido una pesadilla infinita", prosigue. "Pero sólo tenemos palabras de agradecimiento para el hospital de París. Nos dieron todo el apoyo médico y humano que en nuestro país nos negaron. Esperamos, de verdad, que los partidos políticos se den cuenta de que no pueden abandonar así a sus ciudadanos". Han pasado, probablemente, los peores tres meses de su vida. Ni Laura es Laura ni Marcos es Marcos. "Preferimos no dar nuestros nombres. Ya hemos tenido bastante", dicen los dos. Ahora quieren descansar, recuperar poco a poco la tranquilidad, sus trabajos, y pasar una temporada en Ecuador, con la familia de ella.

A las españolas siempre les quedará París. Pero en estos casos, como el de Laura y Marcos, es una tragedia. Aunque venga adornada con el Sena y los Bateaux-Mouches.

Marcos y Laura, a su llegada a París, en el aeropuerto Charles de Gaulle.CLAUDIO ÁLVAREZ

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