Crítica:TEATRO | 'Happy days'

El optimismo de Winnie

Entre este montaje de Happy days (Días felices) y los que hemos visto anteriormente, media la distancia que hay entre la partitura para piano de Cuadros de una exposición y la versión orquestal de Ravel. Con un texto de cámara, para salas de pequeño y mediano formato, la directora británica Deborah Warner ha hecho un gran espectáculo destinado a escenarios macro como el del teatro griego de Epidauro o como el de esta nave del antiguo matadero municipal de Madrid. El montículo donde Winnie, su protagonista, vive enterrada hasta la cintura es, en manos del escenógrafo Tom Pye, un p...

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Entre este montaje de Happy days (Días felices) y los que hemos visto anteriormente, media la distancia que hay entre la partitura para piano de Cuadros de una exposición y la versión orquestal de Ravel. Con un texto de cámara, para salas de pequeño y mediano formato, la directora británica Deborah Warner ha hecho un gran espectáculo destinado a escenarios macro como el del teatro griego de Epidauro o como el de esta nave del antiguo matadero municipal de Madrid. El montículo donde Winnie, su protagonista, vive enterrada hasta la cintura es, en manos del escenógrafo Tom Pye, un paraje inmenso, castigado por un sol abrasador y prolongado hasta el infinito por un telón pintado: la Tierra después de un cataclismo.

Happy Days

De Samuel Beckett. Con: Fiona Shaw y Tim Potter. Luz: Jean Kalman. Escenografía: Tom Pye. Dirección: Deborah Warner. Producción del National Theatre. Madrid. Naves del Español/Matadero. Hasta el 21 de octubre.

Todo ello es un envoltorio de regalo para el estupendo trabajo interpretativo de Fiona Shaw, que brillaría igual en una producción más austera. Su Winnie, extravertida y entusiasta, llana a más no poder, pasa batería como un torrente. Es una sirena varada en una playa de hormigón pulverizado, pero dispuesta a tirar para adelante. Reconocemos su optimismo injustificado y nos reconocemos en él.

La actriz irlandesa presta su naturalidad al texto, lo sujeta a tierra, dice lo grave de manera sencilla. Por su boca, Beckett habla sin subrayados de la condición humana y de los estragos provocados por el paso del tiempo. El trabajo de dirección sirve al autor entera y francamente, pero, puestos a escoger, me conmovió más la puesta en escena intimista de Strehler, resuelta con mucho menos, que vimos en este mismo Festival de Otoño hace unos años.

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