La facilidad de ser un viajero peligroso en EE UU

Los controles de seguridad en los aeropuertos multiplican los interrogatorios y retenciones de extranjeros

Serán los celosos guardianes de un sistema incompetente, serán antipáticos, pero de lo que no se puede culpar a los empleados del servicio de inmigración de Estados Unidos es de que carezcan de sensibilidad democrática. No importa que uno se llame Ramón Calderón -y sea presidente de una de las instituciones más famosas del mundo, y amigo del ministro del Interior de España- o que se llame John Smith: si los agentes albergan la más mínima sospecha de que un extranjero representa un peligro para la seguridad del país, lo llevan a un cuartito donde lo interrogan. Hasta que su inocencia no queda d...

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Serán los celosos guardianes de un sistema incompetente, serán antipáticos, pero de lo que no se puede culpar a los empleados del servicio de inmigración de Estados Unidos es de que carezcan de sensibilidad democrática. No importa que uno se llame Ramón Calderón -y sea presidente de una de las instituciones más famosas del mundo, y amigo del ministro del Interior de España- o que se llame John Smith: si los agentes albergan la más mínima sospecha de que un extranjero representa un peligro para la seguridad del país, lo llevan a un cuartito donde lo interrogan. Hasta que su inocencia no queda demostrada, pende la amenaza de que le nieguen la entrada. O peor.

Si uno se llama Yusuf Islam (el nombre del cantante inglés Cat Stevens cuando se convirtió al islam), puede pasar cualquier cosa. Un vuelo en el que volaba de Londres a Washington hace tres años fue desviado 900 kilómetros. El avión aterrizó en Maine y, tras dos horas de interrogatorio, agentes del FBI y otros organismos que han surgido tras los ataques del 11-S constataron que el autor de Tea for the Tillerman representaba un peligro para la nación más poderosa de la Tierra y debía volver a su país.

Después de los nombres musulmanes, los más vulnerables son los nombres españoles. Las exhaustivas bases de datos que protegen las fronteras incluyen los nombres de supuestos narcotraficantes (éste fue el problema del presidente del Real Madrid) o, más común, de gente que ha cruzado la frontera desde México ilegalmente.

La directora de la editorial Seix Barral, Elena Ramírez, viaja con frecuencia a Nueva York. Infaliblemente, la mandan al cuartito. Ya van media docena de veces, pero el apellido Ramírez provoca tal pánico en la guardia de la superpotencia que siempre le interrogan y vuelven a comprobar sus datos hasta esclarecer (con gran alivio, se supone) que no representa una amenaza.

Uno supondría que el software del Gobierno de los Estados Unidos sabría distinguir entre una persona con pasaporte español y otra con pasaporte colombiano, pero no. Hay más de 40 millones de hispanos radicados allá, pero distinguir entre una nacionalidad y otra es un desafío que todavía han sido incapaces de superar. Si uno es Spanish es Spanish. Y si tiene antecedentes izquierdistas, cuidado. Es el caso de un ex comandante guerrillero salvadoreño radicado en Reino Unido. Hace dos años tenía previsto ir a México. Iba a tomar un vuelo directo. Pero, por órdenes del Departamento de Seguridad Nacional, no permitieron que tomara el avión. ¿Por qué? Porque el avión sobrevolaría territorio estadounidense. Lo absurdo es que ya había estado en EE UU ocho veces desde el fin de la guerra civil salvadoreña, en ocasiones en conferencias con personal de los departamentos de Estado y de Defensa. Tuvo que recurrir a contactos en el Gobierno británico para que, un mes después, se le diera permiso para volar sobre EE UU.

Ser de Reino Unido, el gran aliado de los Estados Unidos en su "guerra contra el terrorismo", tampoco le sirvió a un señor llamado Shuttleworth. Tras las preguntas rutinarias, de ser fotografiado y dejarse tomar sus huellas dactilares, se lo llevaron al cuartito. La preocupación de los agentes se incrementó. Al final le preguntaron, ¿Y usted a qué se dedica? "Soy policía", contestó. Antes de devolverle su pasaporte, los agentes tuvieron la cortesía de pedirle disculpas.

No es habitual. Parte del problema es que, por regla general, los funcionarios dan la impresión de tener complejo de inferioridad, que de niños tuvieron problemas con padres excesivamente dominadores, y que ven el uniforme y el poder como una oportunidad para vengarse del mundo. La forma de anticiparse a este problema, como constaté cuando viví en Washington, es comportarse con una exagerada humildad.

Lo que sí es cierto es que son de una igualdad democrática admirable. Hace tres años crucé de México a Estados Unidos a pie por Ciudad Juárez. Yo, enchaquetado, arrastrando un maletín, y 50 latinoamericanos de aspecto pobre. Me llevaron al cuartito, me sentaron en una silla y me preguntaron de todo, examinando con enorme sospecha mis datos en sus ordenadores. Había tenido durante cuatro años credencial de prensa de la Casa Blanca. Tengo pasaporte británico. Pero me retuvieron dos horas. Por fin me dejaron entrar, pero no antes de que hubiera visto por la ventana a unos 400 hispanos pasando sin problemas a la tierra de los libres, tan panchos ellos.

UN CONTROL QUE NO DISCRIMINA ENTRE FAMOSOS O ANÓNIMOS

Todos los viajeros que quieren entrar en Estados Unidos deben dejarse fotografiar y tomar sus huellas.

El presidente del Real Madrid, Ramón Calderón, y la directora de la editorial Seix Barral, Elena Ramírez, han sido retenidos a la entrada del país.

Los viajeros con apellidos musulmanes o hispanos son los que lo tienen más difícil para pasar.

Las compañías aéreas deben facilitar a las autoridades la lista de viajeros, para que comprueben si está en la base de datos de sospechosos.

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