Reportaje:

Los invisibles de La Herrera

Un campamento de braceros rumanos que recogen el ajo levanta recelos entre la población

En el pinar de La Herrera (Albacete), una cruz de madera recuerda a Dorel Corcoveanu, de 44 años, fulminado el martes por un infarto. Un mar de tiendas de campaña rodea la cruz. Dorel y su familia acampaban en La Herrera junto a otros 2.000 jornaleros rumanos para trabajar en la recogida del ajo en la comarca. El martes al mediodía, cuando hacía una semana que había terminado el trabajo y esperaba el inicio de la temporada de cebolla, un dolor en el pecho le llevó al vecino hospital de Barrax. Al día siguiente su familia embarcó en un avión; Dorel viajó en un ataúd en la bodega. Un vacío en el...

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En el pinar de La Herrera (Albacete), una cruz de madera recuerda a Dorel Corcoveanu, de 44 años, fulminado el martes por un infarto. Un mar de tiendas de campaña rodea la cruz. Dorel y su familia acampaban en La Herrera junto a otros 2.000 jornaleros rumanos para trabajar en la recogida del ajo en la comarca. El martes al mediodía, cuando hacía una semana que había terminado el trabajo y esperaba el inicio de la temporada de cebolla, un dolor en el pecho le llevó al vecino hospital de Barrax. Al día siguiente su familia embarcó en un avión; Dorel viajó en un ataúd en la bodega. Un vacío en el mar de tiendas recuerda el lugar en que acampaban.

En el pueblo de La Herrera no hay luto por Dorel porque ninguno de sus 400 habitantes conoce el nombre de un rumano del pinar. Al menos eso afirma el alcalde, Pablo Escobar, del PP. "No trabajan para nadie de aquí. Vienen de otros puntos de la provincia de donde les han ido expulsando". El alcalde cree que los vecinos están asustados. "Todavía no ha pasado nada, pero ya ha habido choques con vecinos que encontraron extraños merodeando sus terrenos", explica. Al atardecer, los inmigrantes se acercan al pueblo y compran comida y bebida, pasean y toman el fresco. Escobar repite que "es comprensible que una persona de 70 años se sienta insegura".

Ya se han tramitado 362 denuncias por acampada ilegal en el canal del Tajo-Segura
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Es el debate estrella en el bar del pueblo. Unos parroquianos comentan la historia de una vecina que por la noche se vio rodeada por un grupo de rumanos en un paraje solitario. "Sólo querían un pitillo, pero cualquier día...", comienza uno. Un segundo se adelanta para tranquilizar a un tertuliano, marroquí: "No va por ti, no te enfades". Otro protesta: "Están para trabajar, son buena gente". A tres metros de ellos, unos chicos rumanos juegan a la tragaperras. Uno llama a la camarera: "¡Pepa!".

José Herrero, subdelegado del Gobierno, comprende la inquietud de los vecinos, aunque la situación no sea nueva. "Cada año llegan muchos jornaleros, pero éste se han concentrado en un sólo enclave, y en un pueblecito pueden percibirlo como una amenaza". En su opinión las reacciones poco hospitalarias nacen de una mirada poco comprensiva: "Los 5 millones de kilos de ajo y 30 de cebolla que plantamos no se recogen solos. El problema es que hay quien quiere que los jornaleros sustenten la región sin que se les vea, como seres invisibles".

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Ante las protestas, dos patrullas de la Guardia Civil supervisan el campamento, que discurre paralelo al canal del trasvase Tajo-Segura. Herrero aclara que la vigilancia es "para transmitir seguridad a los vecinos, no porque haya indicios de que los jornaleros van a delinquir". El alcalde y los vecinos se quejan de que en el lecho del río está prohibida la acampada, por lo que debería ser desalojado. El subdelegado reconoce que ha tramitado 362 denuncias por acampada ilegal pero insiste en que trasladar indiscriminadamente a los trabajadores no serviría de nada.

Los acampados están de acuerdo en que un pinar no es un palacio. "En Rumanía tengo un apartamento y aquí mi jefe no me da techo", explica Marco apoyado en el tronco del que cuelgan sus calcetines. "Venimos a trabajar. ¿Por qué no ponen una nave para dormir?", pregunta Gruia, un enorme treintañero que se hace llamar Rodrigo por los españoles. Su periplo anual por el campo español dura cuatro meses. "Pasamos por Albacete, Cuenca, Badajoz, Córdoba, Jaén y Sevilla. Primero hacemos el ajo, luego la cebolla, la patata, la uva y, al final, la aceituna. En Lora del Río (Córdoba) la Cruz Roja nos da mantas y comida, aquí nada". Lleva cuatro años viniendo a España, y su familia le usa como intérprete porque la mayoría del campamento no pasa del chapurreo. De los 2.000 que había a principios de semana quedan 500. Se han marchado porque el ajo ha acabado. Desde que el alcalde denunció su situación el miércoles, en el pinar hay más cámaras de televisión que rumanos.

Muchos jornaleros viajan con su familia. Los niños se bañan en el acueducto, del que los adultos toman el agua para beber y lavar, y las mujeres ríen escandalosamente mientras fríen pollo, pero el entorno es poco bucólico: no hay agua corriente y montañas de basura cercan el poblado. El subdelegado considera que no le compete a la administración regular estos campamentos: "Son los empresarios quienes les contratan, ellos deberían de habilitar zonas de acampada". La reciente integración de Rumanía en la UE garantiza a los ciudadanos del país la libre circulación y atención sanitaria en España. Herrero considera que la administración no puede hacer más. Los campistas piden papeles para no ser víctimas de la explotación en los campos o que la policía les impida trabajar. Mario, de 22 años, y Anita, de 20, traen por primera vez a su hija Alexandra, de tres meses. Hasta que los olivos no estén vacíos no regresarán a Bucarest. Un laberinto de cuerdas de tender vacías, el carbón humeante y los muebles abandonados indican que allí todos están de paso.

Trabajadores rumanos acampados en el pinar de La Herrera (Albacete), durante la hora de la comida de ayer.ULY MARTÍN
Mujeres del campamento toman el fresco bajo los pinos.ULY MARTÍN

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