Tribuna:

¡Ese toro, para mí!

Mi anfitrión en estas páginas, José Suárez-Inclán, acostumbra incluir en sus crónicas el nombre de los toros lidiados en la corrida y, en algunos casos, se sirve de ellos como motivo argumental. No es corriente. Por más que recordemos algunos de los nombres de toros que han colaborado en grandes faenas, lo cierto es que los que han quedado imborrables en la memoria son los de los que han dado muerte a un torero, matado al matador.

En la relación de toros célebres del Cossío, la entrada 135 corresponde a Barbudo: "Toro negro zaino, de la ganadería de don José Gabriel Rodríg...

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Mi anfitrión en estas páginas, José Suárez-Inclán, acostumbra incluir en sus crónicas el nombre de los toros lidiados en la corrida y, en algunos casos, se sirve de ellos como motivo argumental. No es corriente. Por más que recordemos algunos de los nombres de toros que han colaborado en grandes faenas, lo cierto es que los que han quedado imborrables en la memoria son los de los que han dado muerte a un torero, matado al matador.

En la relación de toros célebres del Cossío, la entrada 135 corresponde a Barbudo: "Toro negro zaino, de la ganadería de don José Gabriel Rodríguez, lidiado en séptimo lugar en la plaza de Madrid el 11 de mayo de 1805. Debe la triste celebridad de su nombre a ser el causante de la muerte del célebre torero José Delgado Pepe-Hillo".

Dice la leyenda que fue el propio torero quien visitó los toros expuestos en los prados del Arroyo Abroñigal -lo que son ahora las cascadas de la M-30- y que al acercarse uno de ellos a su caballo, gritó al mayoral: "¡Tío Castuera, ese toro para mí!". Y para él fue.

Pepe-Hillo era sólo ocho años más joven que Goya, que le sobrevivió, sin embargo, otros veintisiete. El pintor dedicó uno de los grabados definitivos y dos versiones preliminares de su célebre Tauromaquia a la terrible y mortal cogida. Pero lo que no sabíamos, al menos yo no lo sabía, es que también pintó un cuadro que retrata a Barbudo; se titula El toro que mató a Pepe Hillo; es un óleo de más que medianas dimensiones y pertenece a la colección del Marqués Vdo. de Casa Torres.

No sabemos si Goya asistió o no a la corrida, aunque todo parece apuntar a que sí. Quien lo hizo seguro, y así lo contó por carta, fue la reina María Luisa; también José de la Tixera, el escritor que le ayudó en la redacción de su célebre Tauromaquia y al que debemos el relato más pormenorizado de la cogida.

No sabemos, tampoco, si Goya pintó el cuadro en las fechas inmediatas a las del infausto día de la mortal cogida. De ser así, lo hizo pocos meses después de terminar La familia de Carlos IV, y en un periodo que daría luz a las dos majas, vestida y desnuda, y al retrato de la duquesa de Chinchón, entre otras obras maestras del aragonés. Tres años antes había concluido los Caprichos.

Sospecho que su interés por Pepe-Hillo, "el ídolo de jiferos y matarifes", pudo venir dictado por lo excepcional de que un torero en activo e iletrado hubiese sido el autor de la primera gran tauromaquia moderna.

De las varias paradojas que encierra este relato no es la menor el que Pepe-Hillo dictara las reglas de su tratado con el fin último de dar seguridad a los profesores al prevenir los riesgos del toreo a pie. Menos de un lustro después de publicado, puso su pecho entre los cuernos de Barbudo.

Compartieron torero y pintor, en aquellos días, momentos de personal amargura. El primero, porque en los inicios del siglo XIX se produjo un decaimiento brutal del interés por la fiesta, hasta el punto de que las noticias taurinas casi desaparecieron de los periódicos de Madrid. Así, no hubo noticia de su muerte hasta que el 20 de ese mes, el Diario de Madrid lo calificó de "difunto" en un anuncio de su Tauromaquia. Para Goya porque, seguramente por influencia de los cortesanos franceses, los encargos reales descendieron a cero.

Sostenía Goya, y así lo refiere Moratín, que "ha toreado en su tiempo, y que con la espada en la mano a nadie teme". Y así parece haberse soñado, con razón o sin razón, frente a Barbudo, al que pintó teniéndole cuadrado y en suerte, como si más que retratarle quisiese darle la muerte que él dispensó al torero. O, quizás no, lo pintó así, astifino y de pecho poderoso, efímero vencedor de una batalla perdida, pero en la que el pintor sentía tanto aprecio por la heroicidad de los toreros como por la grandeza del animal que antes de ser sacrificado, inmola.

Nuestros tiempos se alejan de aquellos hasta tal punto que la revista ¡Hola! nos informaba, en 2003, de que Carmen Tello, la mujer de Curro Romero, le había regalado a la de Alba una tortuga a la que la duquesa le puso de nombre ¡Pepe-Hillo! ¡Cómo cambian las cosas!

Mariano Navarro es crítico de arte.

El toro que mató a Pepe Hillo, de Francisco de Goya.
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