Reportaje:Sesión doble de cine

Marcianos y ladrones con clase

EL PAÍS entrega mañana 'Encuentros en la tercera fase', de Steven Spielberg, y el domingo, 'Destino de caballero', con Heath Ledger, por 5,95 euros cada una

Palabra de Martin Scorsese: "Los años entre 1971 y 1976 fueron los mejores, porque estábamos empezando. Nos moríamos de impaciencia por ver la siguiente película de nuestros amigos, la nueva de Francis, la nueva de Brian, queríamos ver qué estaban haciendo... Comidas en restaurantes chinos a mediodía, con Spielberg y Lucas, en Los Ángeles. Mi hija bautizó una de las películas de Steven, la llamó Watch the skies, aunque después él la rebautizó y le puso Encuentros en la tercera fase".

Spielberg siempre se vio a sí mismo como un perro verde. Su familia se había mudado, cuand...

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Palabra de Martin Scorsese: "Los años entre 1971 y 1976 fueron los mejores, porque estábamos empezando. Nos moríamos de impaciencia por ver la siguiente película de nuestros amigos, la nueva de Francis, la nueva de Brian, queríamos ver qué estaban haciendo... Comidas en restaurantes chinos a mediodía, con Spielberg y Lucas, en Los Ángeles. Mi hija bautizó una de las películas de Steven, la llamó Watch the skies, aunque después él la rebautizó y le puso Encuentros en la tercera fase".

Spielberg siempre se vio a sí mismo como un perro verde. Su familia se había mudado, cuando el cineasta tenía nueve años, de Cincinnati a Phoenix. Allí Steven era un judío rodeado de protestantes, el miembro de una familia bohemia en el reino de la clase media. Un extraterrestre en un planeta extraño, lo que luego reflejó en E.T. o en Encuentros en la tercera fase, filme que le rondó desde su llegada al mundo del cine.

Terminada El diablo sobre ruedas, decidió retomar el guión y se reunió con los hermanos Schrader, Paul y Leonard, con los que no tuvo ninguna química. Atrancado en la escritura, en su camino se cruzaron las galeradas de la novela Tiburón, y ahí su vida cambió radicalmente. El éxito de Tiburón, un rodaje por otra parte difícil y lleno de enfrentamientos, le sirvió para entrar en el despacho de los jerifaltes del estudio Columbia y pedirles 12 millones de dólares para su producción: obviamente, accedieron.

Los problemas de Spielberg con la redacción de los guiones se repitieron en Encuentros en la tercera fase. Consultó a sus amigos y todos fueron aportando ideas, diálogos y desarrollos de secuencias. A algunos de ellos les concedió porcentajes de los beneficios (en premio no sólo por esta labor, sino porque también le habían ayudado en Tiburón). El rodaje arrancó en mayo de 1976, justo un mes después del de La guerra de las galaxias. Contrató como protagonista a Richard Dreyfuss, que tan bien lo había hecho en Tiburón; de científico trajo de Francia al maestro François Truffaut. Durante la filmación, en una discusión entre Spielberg y el director de fotografía, Vilmos Zsigmond, éste le gritó, señalando a Truffaut: "¿Por qué no le cedes la película a un auténtico director?".

A pesar de todo, Encuentros en la tercera fase se convirtió en un clásico. George Lucas le dijo a Steven tras la primera proyección de La guerra de las galaxias: "Te prometo que Encuentros... va a hacer cuatro o cinco veces más que La guerra...". A lo que Spielberg replicó: "No, no, George; yo he hecho la película esotérica de ciencia-ficción; tú has conseguido la gran película que hará dinero y trascenderá". No se equivocó. Al final, Encuentros en la tercera fase, que se estrenó en noviembre de 1977, costó 20 millones de dólares y recaudó en todo el mundo 15 veces más. Gran cifra, pero minúscula en comparación con el negocio Star wars.

Para la memoria colectiva han quedado la imagen de ese niño grande, Rod Neary -el personaje que encarna Dreyfuss-, en pos de un sueño y unos amigos diferentes (clara referencia a los sentimientos vitales de Spielberg); y la melodía de sintetizador con la que los humanos nos comunicamos con los visitantes. Un clásico a revisar con cariño y admiración.

Y el domingo, Destino de caballero, una divertida revisión de 2001 de las películas medievales, con trepidantes duelos a lanza acompañados de clásicos del rock actual: un anacronismo muy bien aplicado. Con ella, Heath Ledger empezó a labrar su carrera de estrella.

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