Milán convertida en salón

En abril del año pasado, durante la feria del mueble de Milán, el diseñador Aldo Cibic se encerró cinco días en el escaparate de los grandes almacenes La Rinascente. Con él se metió un equipo de televisión. No había diseño tras el cristal: apenas dos sillas y una mesa. Las sillas nunca estuvieron vacías. Hasta la calle llegaba la cola para contestar a la pregunta que lanzaba Cibic: ¿Puede el diseño cambiarnos la vida? Los espectadores atendían a las respuestas frente al comercio y en diferido, sobre una gran pantalla. Allí había emoción. Con todo, el resultado no hubiera pasado de ser un anecd...

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En abril del año pasado, durante la feria del mueble de Milán, el diseñador Aldo Cibic se encerró cinco días en el escaparate de los grandes almacenes La Rinascente. Con él se metió un equipo de televisión. No había diseño tras el cristal: apenas dos sillas y una mesa. Las sillas nunca estuvieron vacías. Hasta la calle llegaba la cola para contestar a la pregunta que lanzaba Cibic: ¿Puede el diseño cambiarnos la vida? Los espectadores atendían a las respuestas frente al comercio y en diferido, sobre una gran pantalla. Allí había emoción. Con todo, el resultado no hubiera pasado de ser un anecdotario simpático si no fuera porque, durante los cinco días que dura Il Salone, Milán es el lugar del mundo con más diseñadores por metro cuadrado. Y muchos desfilaron por el escaparate para dar su opinión.

Nombren a uno: Tom Dixon, Philippe Starck, Alessandro Mendini o los hermanos Campana. Ni un solo diseñador con fama internacional se pierde la feria de Milán. Ni una sola empresa con aspiraciones puede dejar de ir. Claro que existen otras ferias del mueble (Colonia, Estocolmo, París o Valencia). Pero nadie falta a Milán. Sólo aquí el mueble de diseño tiene más presencia que el clásico.

Milán fue la primera en lanzar un salón satélite con propuestas de los jóvenes que, con frecuencia, el año siguiente consiguen entrar en producción. ¿Cómo lo han conseguido? Creyéndoselo. El diseño, para los italianos, ha sido siempre un asunto muy serio. Desde que un grupo de fabricantes piamonteses se reuniera para montar la primera feria en 1961 han pasado 46 ediciones. Todos, productores, diseñadores y consumidores, han crecido juntos. Los fabricantes no creen que el Satélite de los jóvenes sea una exposición de trabajos de fin de curso. Saben que allí está la cantera. Las propias estrellas del diseño comprueban lo que hacen sus colegas, vigilan a quienes les pisan los talones. Los viejos lobos del diseño, los productores Giulio Cappellini, Rolfh Fehlbaum (de Vitra), Patrizia Moroso o Maddalena de Padova -las empresarias que lanzaron a Patricia Urquiola- saben que el mejor diseño se esconde por los rincones.

Este año, en la Trienale, el japonés Naoto Fukasawa ilustrará esa idea: cómo de observar los tallos de las flores en un jarrón puede surgir el propio jarrón. Su exposición será uno de los más de 100 eventos que arropan y arraigan la feria. Durante cinco días, a Milán nadie llega sin producto nuevo. Los periodistas que se acreditaron el año pasado se fueron con noticias. Y entre los visitantes seguro que muchos se dedicaron a copiar, a fusilar las ideas que no hacen más que agrandar los ecos y la importancia de Il Salone.

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