Reportaje:Ópera

La emoción sin frenos

EL PAÍS ofrece mañana a sus lectores 'La bohème', de Giacomo Puccini, por 9,95 euros

La ópera, quién puede dudarlo a estas alturas, es el género de las emociones y si son fuertes mejor. Unas veces la música se impone a libretos imposibles. Pero otras sabe adaptarse a historias bien contadas hasta que, sin prisa y sin pausa, en un par de horas, consigue convertirlas en lecciones de humanidad. Eso pasa en La bohème con el pretexto de una historia bien fácil de resumir: Rodolfo y Mimì, dos jovenzuelos que están a la cuarta pregunta, se enamoran. Llegan los celos y la separación pero los reunirá la muerte para que ella se pueda despedir de él. En el fondo, nada más que una ...

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La ópera, quién puede dudarlo a estas alturas, es el género de las emociones y si son fuertes mejor. Unas veces la música se impone a libretos imposibles. Pero otras sabe adaptarse a historias bien contadas hasta que, sin prisa y sin pausa, en un par de horas, consigue convertirlas en lecciones de humanidad. Eso pasa en La bohème con el pretexto de una historia bien fácil de resumir: Rodolfo y Mimì, dos jovenzuelos que están a la cuarta pregunta, se enamoran. Llegan los celos y la separación pero los reunirá la muerte para que ella se pueda despedir de él. En el fondo, nada más que una pequeña tragedia protagonizada por gente insignificante que al día siguiente no detendrá ni un segundo la vida del París de 1830 donde la acción tiene lugar. Sin embargo, también, un drama que ha hecho llorar de emoción a generaciones enteras de aficionados a la ópera y hasta convencido a los jóvenes recién llegados al género de que valía la pena perseverar. La crítica, a veces tan roma ante el futuro, recibió negativamente el estreno en Turín, el 1 de febrero de 1896. En el foso estaba un joven director con un buen futuro por delante: un tal Arturo Toscanini.

El libreto de La bohème está basado en las medio autobiográficas Escenas de la vida de bohemia, de Henri Murger -publicadas por entregas a partir de 1845-, pero sus libretistas Illica y Giaccosa le dieron un recorte al dramón y lo convirtieron en una pieza de buena relojería, graduando bien sus líneas de fuerza y controlados ellos mismos en todo momento por un músico que les ponía de los nervios. Un Puccini que en la cuarta de sus óperas se desliga claramente del verismo de moda entonces porque lo que hace es, con las armas del genio, convertir un trozo de vida en una muestra universal y permanente. No olvidemos que Puccini -orgulloso y consciente de su propio valor- era un compositor atraído por las novedades, que se interesó en sus últimos años por la música de Schönberg y a quien Stravinski admiraba de corazón. Pero lo que le aleja del verismo es que siempre juega limpio. Las emociones no llegan en bruto sino envueltas en una admirable calidad de escritura, lo mismo aquí que en Tosca o que en Madama Butterfly. El dueto del primer acto, desde la sorpresa de Rodolfo -"Che bella bambina!"- que le cuenta a ella que es un don nadie, y ella a él que se llama Mimì, hasta esa palabra "amor" que lo cierra, es una pieza simplemente soberbia de verdadero melodrama. El segundo acto es un prodigio de entrecruzamiento de acciones distintas -enamorados, niños, militares- en un espacio que suele permitir a los directores de escena apuestas muy vistosas. El tercero, un revelador análisis del alma de los protagonistas, y el cuarto, un ejemplo de tensión emocional.

Así que eso, a emocionarse sin concesiones y a tope. Y si se llora que sea sin miedo y sin vergüenza. Aquí están el amor y la muerte, la esperanza y la fatalidad, la bronca y el perdón, el dinero y la miseria en una sola pieza. Un pedazo duro y hermoso de realidad.

La versión de La bohème que EL PAÍS ofrece a sus lectores está llena de atractivos. Grabada en 1955 y publicada inicialmente por la firma EMI -fue el primer registro estereofónico de esta ópera-, presenta una pareja de protagonistas de verdadera leyenda. Mimì es una encantadora, elegante y exquisita Victoria de los Ángeles, entonces en su mejor momento. Su encarnación del personaje es a la vez dulce y carnal, sin que lo ingenuo se coma a lo sensual. Jussi Bjorling, el mítico tenor sueco, es un Rodolfo impetuoso y de una brillantez casi insultante. Robert Merrill, el barítono americano todoterreno que cantó 900 veces en el Metropolitan de Nueva York, es un Marcello eficaz; Lucine Amara, una cumplidora Musetta, y Giorgio Tozzi, un formidable Colline. Sir Thomas Beecham dirige con inteligencia y pasión, dejándose llevar por una música cuya belleza pareciera arrebatarle. Como a unos cantantes -sobre todo esa fabulosa pareja de protagonistas- a los que apoya con plena sabiduría.

Victoria de los Ángeles.

OBRA MAESTRA

La bohème es la cuarta ópera de Puccini y la primera de sus obras maestras

Fue estrenada en 1896 bajo la dirección de un joven Arturo Toscanini

La crítica la destrozó pero el público la convirtió inmediatamente en un éxito

Victoria de los Ángeles, Jussi Bjorling y Thomas Beecham formaron un equipo legendario en su grabación de 1955

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