Análisis:LLÁMALO POP

La saga de los clubes de la clase obrera

Existen discos prodigiosos que no sólo traen música; también abren una ventana sobre tiempos olvidados. Eso sugiere Workingman's soul (Licorice Soul / Boogaloop). ¿Soul del trabajador? El subtítulo lo explica mejor: "Rarezas de funk, rock, soul y jazz del cabaret británico". Debe aclararse que los británicos no entienden por cabaret lo mismo que el resto de los europeos. En el Reino Unido era el nombre con que se designaba a unos clubes que, en las cuencas industriales, dependían de los sindicatos. Modestos espacios para el esparcimiento proletario, locales con prec...

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Existen discos prodigiosos que no sólo traen música; también abren una ventana sobre tiempos olvidados. Eso sugiere Workingman's soul (Licorice Soul / Boogaloop). ¿Soul del trabajador? El subtítulo lo explica mejor: "Rarezas de funk, rock, soul y jazz del cabaret británico". Debe aclararse que los británicos no entienden por cabaret lo mismo que el resto de los europeos. En el Reino Unido era el nombre con que se designaba a unos clubes que, en las cuencas industriales, dependían de los sindicatos. Modestos espacios para el esparcimiento proletario, locales con precios moderados que ofertaban carteles variados y multigeneracionales: humoristas, siempre música para bailar. El cabaret obrero cumplía las reglas del Sindicato de Músicos, que limitaban el tiempo de los discos, tanto en programas de la BBC como en recintos públicos. Se primaba la música en directo y muchos clubes contaban con una banda fija. Este mundo funcionó como red de seguridad para solistas y grupos pop de los sesenta y setenta: cuando se acababan los éxitos, podían ganarse la vida trabajando en los working man's clubs. Lo hacían, claro, a regañadientes, obligados a aprenderse unos cuantos chistes y ampliar su repertorio con canciones para los mayores. Allí terminó toda la segunda división del beat, de los Tremeloes a los Searchers.

Naturalmente, el circuito del cabaret se nutría asimismo de artistas menos glamourosos, adaptados a las necesidades de un público jaranero. Señores laboriosos que dominaban centenares de canciones pop con más o menos estilo; casi todos habían sido rechazados por las discográficas, pero grababan por su cuenta, para tener una carta de presentación y vender copias en las actuaciones. Ellos generaron una inmensa montaña de vinilo, ignorado en su momento por la crítica y sólo ahora explorado por coleccionistas curiosos.

De ahí surge esta recopilación, Workingman's soul. Si hemos de ser estrictos, no contiene música deslumbrante, pero sí curiosas versiones de éxitos bailables, aunque también aparece una Northern Jazz Orchestra que descargaba material propio. Brillan muchos organistas, ya que el Hammond B3 era un instrumento que impresionaba incluso a los más ignorantes. Con sus limitaciones, se trata de un disco modélico. La recopilación también sirve como réquiem por un estilo de vida: los clubes sociales fueron perdiendo relevancia según ascendían las discotecas y la televisión era aceptada como droga interclasista.

El entramado del que dependían estos locales se hundió en los ochenta con Margaret Thatcher. Consecuente con sus creencias insolidarias, ella pilotó la reconversión industrial. Su objetivo final, y a ello se aplicó con dientes apretados, consistía en quebrar el espinazo de los sindicatos de mineros, metalúrgicos y otras criaturas levantiscas. Lo logró. Barrios y ciudades quedaron desolados. Los supervivientes de huelgas durísimas vieron empequeñecer su presupuesto de entretenimiento y renunciaron a la salida nocturna. Eso también se cuenta en Workingman's soul.

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