Columna

Travesía nocturna

El último cuarto de siglo de este artista próximo a cumplir el siglo ha estado cargado de intensidad creadora. Desde una mirada exterior, nada en él -su forma de vida, sus costumbres, su talante- ha cambiado, porque los cambios de un ser contemplativo se producen en su interior y, todo lo más, cristalizan en su obra, a la que tampoco se accede así como así. Y no es que la obra de Palazuelo sea particularmente refractaria a la comprensión de un aficionado al arte contemporáneo, a pesar de la conocida inclinación de este artista por la sabiduría hermética, la mística oriental y la simbología cab...

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El último cuarto de siglo de este artista próximo a cumplir el siglo ha estado cargado de intensidad creadora. Desde una mirada exterior, nada en él -su forma de vida, sus costumbres, su talante- ha cambiado, porque los cambios de un ser contemplativo se producen en su interior y, todo lo más, cristalizan en su obra, a la que tampoco se accede así como así. Y no es que la obra de Palazuelo sea particularmente refractaria a la comprensión de un aficionado al arte contemporáneo, a pesar de la conocida inclinación de este artista por la sabiduría hermética, la mística oriental y la simbología cabalística, sino porque no cabe dialogar con ella nada más que ahondando en sus profundidades. Retirado casi desde su juventud del mundanal ruido, Palazuelo se ha mantenido hasta ahora en su personal ensimismamiento creador, lo que no significa que se haya desinteresado de la realidad y del arte que le han acompañado durante su dilatada existencia.

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¿Qué es entonces lo que nos ha hecho calificar su última etapa como cargada de intensidad? Pues, parodiando el célebre título de una de las composiciones más estremecedoras del poeta Rimbaud, su "estación infernal", su "bajada a los infiernos" o, en fin, su viaje a lo subterráneo, a la noche gótica, al insondable misterio de las profundidades. No se trata de una experiencia tétrica, sino de la deambulación exploratoria por el envés del mundo, de las cosas, de lo más invisible. Se ha confirmado con ello o a través de ello la ruta vertical de Palazuelo, que le ha llevado desde la sima del cielo hasta la sima del suelo, salvando siempre el escollo horizontal de lo superficial. Está como fijado al pozo sin fondo de la memoria. Nunca como ahora se ha adentrado tanto en el lecho luminoso que palpita en la negra oscuridad. Tal ha sido su personal viaje al fondo de la noche. Quizá porque, a las alturas de su alta edad, ha atisbado y ha sabido transmitirnos ese misterio esencial de que la oscuridad no es otra luz, sino la luz. Deslumbrante fulgor de la lux ex tenebris, irradiación original.

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