Reportaje:

Una túnica bordada y muchas ideas más

Los microcréditos que subvenciona Unicef en Mauritania promueven la salud y la autonomía de 60.000 mujeres y de sus hijos

-¿Qué cómo ha cambiado mi vida el Nissa Banque? Muy sencillo. Antes no sabíamos si íbamos a poder comer más de una vez al día. Ahora tenemos tres comidas aseguradas.

La túnica tradicional, el bubú bordado que viste Seck Hapsatou, y que destaca sobre las prendas igualmente coloridas que llevan las seis mujeres que la acompañan, sugiere, desde luego, que entre sus preocupaciones no está el dormirse con el estómago vacío y pensando cómo conseguirá alimentar mañana a sus cuatro hijos. Alta, elegante, nació hace 38 años en M'Bagne, un pueblo de 10.000 habitantes del sureste de Maurita...

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-¿Qué cómo ha cambiado mi vida el Nissa Banque? Muy sencillo. Antes no sabíamos si íbamos a poder comer más de una vez al día. Ahora tenemos tres comidas aseguradas.

La túnica tradicional, el bubú bordado que viste Seck Hapsatou, y que destaca sobre las prendas igualmente coloridas que llevan las seis mujeres que la acompañan, sugiere, desde luego, que entre sus preocupaciones no está el dormirse con el estómago vacío y pensando cómo conseguirá alimentar mañana a sus cuatro hijos. Alta, elegante, nació hace 38 años en M'Bagne, un pueblo de 10.000 habitantes del sureste de Mauritania a orillas del río Senegal. Un pueblo que vive de la agricultura y el pastoreo en un entorno sobreexplotado y yermo, y cuya tasa de pobreza es del 74%.

"Esto nos ha abierto el cielo. Rezamos para que la cooperación continúe", dice Diop

"¿No ves como viste ella?", se ríe Yacouba Tandia, un altísimo hombre al que se abrazan las mujeres reunidas ante una bandeja gigante con pollo y arroz, a casi 50 grados centígrados. Yacouba es un agente de Unicef Mauritania que, hace nueve años, era el profeta que bajaba de un todoterreno polvoriento y predicaba sobre el Nissa Banque, que es como se conoce a una red de microcréditos comunitarios para mujeres que subvenciona (al 60%, junto a Oxfam) la agencia de las Naciones Unidas para la infancia.

Hoy este sistema de ahorro y préstamos autogestionado llega a casi 1.600 cooperativas femeninas y a una de cada cuatro mujeres de las seis zonas, la mayoría rurales, que abarca. Es decir, a 70.000 beneficiarias. Mauritania, un país de tres millones de habitantes, tenía en 1995 unos números femeninos del siguiente cariz: siete de cada 10 mujeres eran analfabetas, a tres de cada cuatro se les practicaba la mutilación genital, y la tasa de mortalidad materna estaba disparada.

Desde el principio, el Nissa Banque se concibió desde Unicef, Oxfam y el gobierno mauritano como una herramienta de cambio social que funciona así: convocas a las mujeres en una asamblea, explicas que pueden acceder a créditos que gestionan ellas mismas y les hablas, desde el primer momento, de vacunar a sus hijos, de técnicas para fabricar jabón y mantener la higiene, de la necesidad de enviar a las niñas a la escuela...

Con el préstamo, Seck, la tímida mujer del bubú bordado, abrió un negocio amparada en una cooperativa (como el 60% de las adjudicatarias de los créditos) de venta de pescado desecado. Devolvió el crédito y reinvirtió sus ahorros. En las asambleas escuchó cintas educativas y accedió a lo que distingue el Nissa Banque de otros sistemas: que ofrece un servicio "no financiero" a través de Savoir por sauver (Saber para salvar), un pequeño manual educativo editado por organismos internacionales. Es decir, que Seck ha aprendido muchas cosas y lo valora tanto como la práctica totalidad de las mujeres que están en el sistema: sabe cómo alimentar bien a sus hijos, las consecuencias de la ablación o el matrimonio precoz, las herramientas para organizarse y relacionarse con otras mujeres y, también, sabe bastante más sobre su propia capacidad,

"Ahora las veo, nueve años después, y me asombra la confianza en sí mismas que han adquirido", diría Yacouba después. Eran mujeres recluidas en el hogar, el marido ausente en la ciudad en busca de oportunidades, cultivando si acaso pequeños huertos para autoabastecer la casa.

"A las primeras asambleas acudían con desconfianza, hacían muchas preguntas. Pero algunas recorrieron cinco kilómetros en burro o a pie, y con los niños de la mano". "Querían tener una oportunidad", recuerda Rocío Berzal, una española que entonces trabajaba con Yacouba. "Ahora las veo muy seguras de sí mismas, organizadas, con sus móviles, y ya sin los niños a cuestas".

Aquí, en M'Bagne, el sistema funciona especialmente bien: la tasa de devolución de dinero es la más alta (96%) del sistema. "Esto nos ha abierto el cielo", dice Diop Aminata, 50 años, la mujer que vende frutas, "rezamos para que la cooperación continúe".

En esto llega el marido de una de ellas. Responde a una pregunta al vuelo: ¿cómo ha sido la respuesta de los hombres? Él, inusualmente locuaz ante un auditorio femenino, responde:

-Ahora ellas son un modelo para nosotros.

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