Crítica:

Contante y sonante

Tiene Sabina una flor en las posaderas que ahuyenta a las tormentas que amenazan con aguar sus noches de música y poesía. Esta flor hizo muy bien su trabajo y permitió que el coso de Las Ventas, centro del mundo musical para este torero de salón, abriera su corazón compuesto de más de 12.000 corazones, a las canciones de este cantante que no canta, sino que cuenta. Cuenta y suena, contante y sonante. Uno de los técnicos había comentado "lleva dos noches yéndose a dormir temprano. Eso es que lo quiere hacer bien". Bien, niquelado.

Arrancó el concierto a los sones de una orquesta de pueb...

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Tiene Sabina una flor en las posaderas que ahuyenta a las tormentas que amenazan con aguar sus noches de música y poesía. Esta flor hizo muy bien su trabajo y permitió que el coso de Las Ventas, centro del mundo musical para este torero de salón, abriera su corazón compuesto de más de 12.000 corazones, a las canciones de este cantante que no canta, sino que cuenta. Cuenta y suena, contante y sonante. Uno de los técnicos había comentado "lleva dos noches yéndose a dormir temprano. Eso es que lo quiere hacer bien". Bien, niquelado.

Arrancó el concierto a los sones de una orquesta de pueblo que tocaba Y nos dieron las diez. Ocuparon los músicos su espacio, cada uno ataviado como personaje de comedia y el que más, el propio Joaquín, que lucía terno gris, con bombín y bastón, este último para batir enérgico el ritmo de algunas de las canciones. Una velada de más de dos horas y media ofreció el de Úbeda a un respetable que suspiró ante cada verso, coreó cada frase y celebró feliz el regreso del ídolo en una de las últimas noches de un verano que se va. El repertorio quizá no estuvo trenzado todo lo bien que hubiera sido posible, porque a Sabina, canciones para hacer extraordinarios conciertos en ese in crescendo ideal que distingue los mejores conciertos, no le faltan. Muchas de ellas de su último disco, que con no ser el más logrado, sí da juego cuando se le ataca en directo. Momentos buenos hubo muchos, y algunos excelentes, como fue la interpretación dedicada a los ausentes, que el cantante regaló en el tema Yo me bajo en Atocha. También se acordó de sus compañeros a la hora de escribir canciones, que tanto han enriquecido la ya de por sí rica obra de su cancionero.

Reseñar también en esta nueva vida musical después de la vida de Joaquín Sabina que los músicos, más que amigos familia, juegan un papel definitivo: la guitarra sabia y salvaje de Antonio García de Diego, el riff de Jaime Asúa, una base rítmica sólida y templada con el eterno compinche Pancho Varona, jugando de bajista y, como no, una de las mejores voces femeninas, solistas y de acompañamiento, que pueden escucharse en el pop nacional: la de Olga Román, que también ejerció de telonera. Con estos mimbres, Joaquín Sabina llevó a sus fans hasta el séptimo cielo, en el que resonaron con fuerza 19 días y 500 noches, Noches de boda y Y nos dieron las diez. Tiene una flor Joaquín, por la que suspira su público madrileño; y eso es mucho tener.

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