Cartas al director

Yacimientos desprotegidos

El lunes 31 de julio pude leer en su periódico un reportaje sobre Justo López, un toledano que ha luchado por salvar el yacimiento visigótico descubierto en la Vega Baja. Por fortuna, su empeño ha terminado bien, aunque cuesta creer que haya costado tanto proteger un yacimiento valiosísimo por su particularidad y en una ciudad patrimonio de la humanidad. Sin embargo, son muchos los casos parecidos en otros pueblos de España, en los que estos descubrimientos arqueológicos terminan por ser destruidos o tapados con hormigón.

Sin irse muy lejos, a 30 kilómetros de Toledo, en una localidad d...

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El lunes 31 de julio pude leer en su periódico un reportaje sobre Justo López, un toledano que ha luchado por salvar el yacimiento visigótico descubierto en la Vega Baja. Por fortuna, su empeño ha terminado bien, aunque cuesta creer que haya costado tanto proteger un yacimiento valiosísimo por su particularidad y en una ciudad patrimonio de la humanidad. Sin embargo, son muchos los casos parecidos en otros pueblos de España, en los que estos descubrimientos arqueológicos terminan por ser destruidos o tapados con hormigón.

Sin irse muy lejos, a 30 kilómetros de Toledo, en una localidad de 10.000 habitantes, Torrijos, se acaba de descubrir la planta de la iglesia de un antiguo monasterio del siglo XVI que fue derrumbado durante la guerra de la Independencia. Por las declaraciones del delegado de Cultura provincial y de los representantes del Ayuntamiento, parece que en este caso ninguna de las instituciones está dispuesta a salvar el yacimiento arqueológico.

Reconocen su espectacularidad, pero dicen que sólo son cimientos y que lo único que tiene valor artístico (un arco y unos capiteles) se puede mostrar en un museo. Poco parece importar su valor histórico y que, gracias a este descubrimiento, muchos vecinos han conocido un poco más del pasado de su pueblo.

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Muchos monumentos se han perdido en España durante el siglo XX. Torrijos también es un ejemplo: se dejó descuartizar un palacio a principios de siglo, cuyos artesonados están ahora repartidos por Londres, Madrid, Francia y Estados Unidos, pero la diferencia radica en que entonces todo el país sufría una posguerra durísima. Ahora, España pertenece al Primer Mundo y puede permitirse hacer algo por su cultura y su historia, aunque salga caro, aunque vaya en contra de los intereses de las constructoras, aunque no salga rentable turísticamente. La población se lo merece.

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