Crítica:FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA-GASTEIZ

Entre dos aguas

Julio de 1976: recién cumplidos los seis años, Brad Mehldau pasea sus dedos de niño prodigio sobre la vieja música de Mozart y Monk mientras arranca la primera edición del Festival de Jazz de Vitoria con un programa, todavía, de andar por casa. Justo es que el festival, entrando en su tercer decenio, rinda tributo a quien ya conoce del mismo por haber tocado en la ciudad en más de una ocasión y está llamado a ser agente activo en la evolución del género.

Brad Mehldau tocó el sábado en el coquetón teatro Principal inaugurando la 30ª edición del festival, algo nostálgica, que concluirá el...

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Julio de 1976: recién cumplidos los seis años, Brad Mehldau pasea sus dedos de niño prodigio sobre la vieja música de Mozart y Monk mientras arranca la primera edición del Festival de Jazz de Vitoria con un programa, todavía, de andar por casa. Justo es que el festival, entrando en su tercer decenio, rinda tributo a quien ya conoce del mismo por haber tocado en la ciudad en más de una ocasión y está llamado a ser agente activo en la evolución del género.

Brad Mehldau tocó el sábado en el coquetón teatro Principal inaugurando la 30ª edición del festival, algo nostálgica, que concluirá el próximo sábado, con el legendario Sonny Rollins.

Mehldau llegó inmerso en lo que podría definirse como un periodo de transición marcado por la ausencia de su batería habitual -el barcelonés Jorge Rossy- y la presencia de uno nuevo -Jeff Ballard-, que no parece ser el instrumentista adecuado a su cometido. Magnífico músico, pero no el tipo de batería para un conjunto como éste; y, sin Rossy, salen a la luz las muchas limitaciones de Grenadier, el contrabajista, que antaño quedaban más solapadas.

Mehldau Trio

Brad Mehldau, piano; Larry Grenadier, bajo; Jeff Ballard, batería. Teatro Principal. Vitoria, 8 de julio.

Y lo que queda: un Mehldau como indeciso que termina de abandonar su vieja piel y aún no la ha repuesto por una nueva; un Mehldau, como el que dice, entre dos aguas, demasiado pendiente de dar a su público lo que pide, lo que en jazz no es nada aconsejable; demasiado atado a un repertorio de dudosa calidad en origen. Tocar a Oasis -Wonderwall- o a Sound Garden -Black hole sun- es un gesto de modernidad que los modernos agradecen pero no se justifica por los paupérrimos contenidos musicales.

Mehldau se busca a sí mismo en un ambiguo nuevo estilo debilitado y puntilloso que termina por caer en el puro amaneramiento. Con todo ello, y con unos arreglos opresivos que ataron al improvisador de pies y dedos, discurrió la tarde-noche sin que pudiera vislumbrarse al Mehldau de antaño si no de pascuas a ramos, en una frase, un quiebro, aquella nota que, sin esperarlo, nos sobrecoge... Detalles de auténtico genio en un mar de imprecisiones tan inofensivo como predecible.

Y eso fue así hasta que, concluido el tiempo estipulado para el concierto, el trío arrampló con los bises de rigor fuera de programa: un viejo éxito en la voz de Nat King Cole -No moon at all- y un clásico de John Coltrane, Countdown. Momentos sublimes que los actores aprovecharon para relajarse lo suficiente como para olvidarse de todo lo que no fuera la propia música. Brad Mehldau en su pura esencia, en vivo y, ahora sí, libre y espontáneo. Que encuentre de nuevo su camino es sólo cuestión de tiempo.

Brad Mehldau, el sábado en Vitoria.PRADIP J. PHANSE
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